Patricio Garino tiene confianza pero también afirma ser realista. En una extensa entrevista con LA CAPITAL, el marplatense que está haciendo historia con su llegada a la NBA habló de la chance que le dio San Antonio y de sus vivencias olímpicas.
Por Sebastián Arana y Marcelo Solari
Se habla casi tanto de la calidad humana y los valores de Patricio Garino como de su capacidad basquetbolística. Y eso quiere decir mucho tratándose de un deportista olímpico y próximo a sumarse a la NBA, nada menos. Para muestra, basta un ejemplo. A pesar de haber organizado una conferencia de prensa para atender a todos los medios de una sola vez, en esta breve estadía en su ciudad, no le dijo que no a ninguna invitación a programas de radio y televisión. Aún cuando por ello haya tenido que restarle tiempo a los afectos. No obstante, por diferentes motivos, el encuentro para concretar esta entrevista con LA CAPITAL tuvo que postergarse dos veces. El propio jugador se comunicó antes para dar aviso. Y cuando no pudo hacerlo él mismo, le pidió a su mamá, Alicia, que lo hiciera. Así es “Pato”. Su responsabilidad en el día a día tiene la misma potencia que sus volcadas. Por algo es una firme realidad del básquet argentino, y vive sus últimas horas de descanso en la ciudad con una “sobredosis” de amistad, ya que apenas se separa de sus amigos de toda la vida. Mañana partirá -previo paso por Buenos Aires- rumbo a, quizás, su mayor desafío: convertirse en un auténtico Spur.
-Estás otra vez en Mar del Plata, en tu club, tirando al aro, con tus amigos de siempre, como hace cinco o seis años. Pero tu realidad cambió completamente…
-Sí, es así. La realidad es distinta. Pero eso es lo lindo que tiene esta familia que es Unión. Mis amigos de toda la vida son de este club. Y hacemos las mismas cosas hace dos, cuatro u ocho años. Estar juntos todo el día, venir al club a tirar al aro, a jugar. Eso habla de la calidad de personas que hay acá adentro. Yo puedo estar en una situación distinta, pero los valores nunca cambian.
-¿No te dicen nada en tu casa? ¿Algo así como “no venís nunca y cuando estás te lo pasas todo el día en el club”?
-Ja, ja… Están acostumbrados.
-Básicamente, intentás hacer las mismas cosas. Pero todo lo que hiciste estos días tuvo una repercusión superior…
-Lo noté bastante. Básicamente, hago lo mismo, es cierto. Pero ahora mucha gente me reconoce, me saluda, me pide una foto… Para mí era impensado llegar a esta situación, aunque la disfruto. Es una vida un poco distinta. Pero es lindo sentir el cariño de la gente.
-¿Qué creés que te acercó más al público? ¿Llegar a la NBA o la repercusión inmensa que tienen los Juegos Olímpicos y una selección tan popular como la de básquetbol?
-Supongo que es un “mix” de las dos cosas. Este año fue muy particular para mí por lo de la Selección y porque salió lo de los Spurs. No es cosa de todos los días. Me parece que esta popularidad es una sumatoria de las dos cosas.
-Fueron dos grandes acontecimientos para tu carrera. ¿Qué significa cada uno de ellos?
-Lo de la llegada a la NBA supuso una tranquilidad para mí. Pero no porque era la NBA, sino por saber que ya tenía un lugar definido para ir cuando se terminara mi participación con la Selección en los Juegos Olímpicos. Parece que no, pero lo que ocurriera con mi futuro me estaba rondando en la cabeza, me generaba cierta incertidumbre. El que viene será mi primer año como profesional y no sabía si iba a ir a Europa, Argentina o Estados Unidos… Tenía muchísimas puertas abiertas.
-¿Te hubiera dado lo mismo?
-Yo estaba focalizado en Europa. Imaginaba que iba a ir ahí, pero no sabía qué equipo, qué entrenador o en qué situación. Todas esas cosas me daban vuelta en la cabeza y en eso llegó lo de San Antonio Spurs para darme la tranquilidad que necesitaba. Dejó de preocuparme dónde iba a establecerme. Y se dio un destino muy grande. Por otro lado, lo de la Selección era un sueño que tenía desde los 13 años. Siempre aspiré a jugar en la mayor. Los Juegos Olímpicos, además, no sólo son la máxima aspiración de cualquier deportista. También lo son para los hinchas del deporte en general. Es una situación muy linda y la disfruté a pleno.
-Por tantos años de Manu Ginóbili en el equipo y por su estilo de juego, San Antonio Spurs es el lugar al que todo basquetbolista argentino quiere ir. Ahora vas a tener una competencia fuerte para quedar dentro del “roster”. Se te nota con confianza. ¿Es así?
-Sí. Mi confianza, sobre todo después de los Juegos Olímpicos, está muy alta. Pero soy realista. No me voy a desilusionar si no llego a quedar en los Spurs. Podría ir a D-League a la franquicia afiliada con San Antonio (Austin Spurs) y para mí va a ser lo mismo por la calidad de gente que hay alrededor y por cómo te siguen y te apoyan para que puedas seguir evolucionando. Es una organización que está muy pendiente del jugador. Quedando en cualquiera de los dos equipos, voy a salir ganando. Yo quiero seguir mejorando. Soy consciente de que tal vez hoy no estoy al nivel de la NBA. Pero yo quiero mejorar. Estar en esa posición con San Antonio es ideal en todo sentido. La filosofía que ellos tienen es muy favorable para los argentinos.
-Fuiste a otras pruebas y pudiste ver otras organizaciones. ¿Tiene un plus que te haya elegido San Antonio y con ese “padrino de lujo” que es Emanuel Ginóbili?
-Es muy importante para mí tener a “Manu” al lado para ayudarme, para aconsejarme en todo momento. Encaja perfecto en esa filosofía de San Antonio que seguimos desde chiquitos. Fue muy beneficioso para mí tener contacto con otras franquicias, conocer otros entrenadores, dirigentes de otros equipos, filosofías distintas, ver cómo se manejan. Me sirvió para ampliar los horizontes.
-Viviendo en Estados Unidos, vos, tus compañeros de Universidad, los aficionados ¿siguen viendo como un “bicho raro” a San Antonio Spurs, como una excepción dentro del juego tan individualista que tienen?
-Sí, siempre es una gran amenaza para todos. Este año se sorprendieron mucho de que no hayan podido pasar a Oklahoma. Pero la calidad de la franquicia se mantiene, no importa la edad de los jugadores, ni la cantidad de jugadores nuevos que presenten. San Antonio es una potencia.
-La NBA se percibe, cuando un basquetbolista comienza a dar sus primeros pasos, como un sueño inalcanzable, como algo mágico. ¿Cuál es la percepción después de cuatro años en el básquetbol universitario?
-Como algo más cercano. Esa fue la idea principal de ir a Estados Unidos. No sólo era ir a estudiar. También achicar las distancias. Hace poco se dio el caso de Nicolás Brussino, que es muy especial. Saltar derecho desde la Liga Nacional a la NBA no se ve todos los días. Yo no me veía dando un salto tan grande. Pensaba que jugar básquetbol universitario en Estados Unidos, con muchos de sus partidos televisados, era una forma de estar más cerca. Los scouters de la NBA van a ver los partidos, van a ver las prácticas, te conocen cómo sos como persona, como jugador, como estudiante. Creía que esos caminos se achicaban un poco más. Tal vez, terminada mi carrera universitaria, los caminos no se habían acortado todo lo que me hubiera gustado. Pero, definitivamente, es mucho más cerca que intentándolo desde Argentina.
-Sólo Pepe Sánchez había intentado el mismo camino para llegar a la NBA. Y es bastante lógico intentarlo desde la competencia que es su gran “semillero”. Es un buen plan. ¿A quién hay que darle la autoría? ¿A vos o a tus viejos?
-Se lo debo a mis viejos. Ellos siempre se enfocaron en los valores de la vida. El deporte no es para siempre. O puede pasar algo en el medio. Estudiar era una prioridad para mi vida. Necesitaba tener un futuro después del deporte. Gracias a Dios, tuve un montón de ofertas de Argentina, incluso de Europa, antes de irme a Estados Unidos. Siempre estuve en continuas charlas con mis viejos y priorizamos terminar el colegio secundario. No sé si hubiera podido hacerlo si elegía ir a un equipo de Liga Nacional o de Europa. Estábamos a la espera de algo y entonces cayó del cielo esa oportunidad del Básquet sin Fronteras. Ahí me ofrecieron una beca universitaria. Todavía era joven, pero estaba la chance de terminar el secundario allá. Estaba en México y me acuerdo que lo llamé a mi viejo para decirle que me iba a Estados Unidos al año siguiente. Sin siquiera preguntarle, ya sabíamos los dos que era lo mejor.
-¿Para quién fue más difícil la separación? ¿Para vos o para ellos?
-Definitivamente, para ellos. Yo estaba enfocado en una meta. Sabía lo que quería. Estaba en un lugar ideal, con chicos de mi edad, amigos, lleno de actividades, no tenía tiempo de pensar ni de extrañar. El único día que extrañé de verdad fue el cumpleaños de mi viejo. La tecnología hoy nos acerca mucho. Hablaba casi todos los días a casa. Pero era una vida nueva para mí, una fractura. Yo estaba distraído. Pero a mis viejos se les fue el chico de la casa. Para ellos fue el cambio más duro. Pero se la bancaron como los mejores.
-¿Cuánto tardaste en adaptarte?
-Yo llegué cinco días antes de empezar el colegio. Estuve en un hotel con mi vieja. Engripado, con fiebre, anginas. Todo por el miedo que tenía. Pero fue entrar al colegio y en un minuto se me pasó todo. Me adapté muy rápido.