Por Odda Schumann
¡Cómo no! Volver a pata de la escuela y el videoclub eran las claves. Una responsabilidad y el premio de fin de semana. Estaba claro. Para tener una tenías que cumplir con la otra. Siempre pensando que las cosas cambian porque uno está creciendo. No como la abuela Tita que es vieja desde que la conozco.
Y agarrar derecho por Aranguren mirándote las puntas de los pies era agradable (todavía lo hago), porque todo en la vida de un adolescente viene pre-armado. No hay necesidad de estresarse o lamentarse, solo hace falta poner a andar el cuerpo y esperar.
Luego vienen grandes cosas como tomar la leche por la tarde en la casa de alguien, salir de la escuela o caminar un viernes de invierno por la noche hasta el videoclub y pasar horas para elegir una película. Cuando mucho la que querías no estaba reservada y volvías a casa con una sonrisa y el plan resuelto. Eso si no te agarraba la policía “haciendo controles” y pidiéndote el mango que no tenías para comprarse puchos o pagar el cyber.
Y si tenías suerte no te decían que eras un pendejo de mierda o que hicieras algo de tu vida. Algo que llegaría por decantación con el paso del tiempo. Pasan los veinte, luego los treinta, los cuarenta. Y cuando tenés tiempo y te das cuenta de que te sentís un inútil sabés que falta algo, que algo se perdió.
Y es esa sensación de encarar una actividad en un modo lineal; algo imposible de hacer cuando ya sos un adulto y te das cuenta de que comprar unas rabas está atravesado por el colesterol, el ahorro, el tamaño para compartir, etc. Y es estresante. La relación del adolescente con una porción de rabas solo deja sensaciones, cosas que querrás evocar de viejo para sentir que no vas por la vida cumpliendo tareas incansablemente hasta la muerte.
El tiempo pasa y las exigencias crecen al punto de que nada de lo que hecés te motiva, pero todavía lo sostenés. No como la abuela Tita que ya no quiere hacer nada porque está vieja; pero hace como veinte años que está vieja y siempre dice lo mismo. ¿No es tiempo de pasar a otra categoría? Todavía falta para la muerte. Aunque algunos saltan etapas. Mi tía Renilda está muerta desde que nació. Nada la motiva.
Ella solo tiene como un pasar por la vida… Pensar en todo eso perdido me hace sentir que no tengo nada, que me parezco más a la tía Renilda que a cualquier otra persona. Y entre el sinsentido y las regresiones ya no sé cuántos años tengo, pero debo andar por el medio porque tengo una generación por arriba y una o dos por debajo.
Ya no sé si soy abuelo. Pero la hice mal, estar en la cárcel es como estar muerto. Después de todo, ¿dónde pondría uno esta etapa de reclusión por haber matado a un hijo? Eso de vivir la vida de otro fue una locura. ¡Me arrepiento tanto! Tengo problemas graves, ¡qué le voy a hacer! Dicen que soy inimputable, pero sigo encerrado. No sé hasta cuándo sigue todo esto. No sé cómo seguir adelante con mi vida después de todo lo que pasó… ¡Ojalá pudiera ir al videoclub y alquilar una película!