Por Odda Schumann
Una casa con algo de luz natural. Es todo lo que pedía. Pero a esa fecha no tenía hijos. Y digo hijos porque me cayeron dos. Así es cuando no hacés las cosas bien. Te divertís por un rato y no te cae uno, sino dos. Y encima con problemas. Me gasté la poca plata que ganaba para liberarle los pulmones a uno y curarle el no sé qué de la sangre al otro. Ni nombres me dieron ganas de ponerles.
Alguien lo debe haber hecho, alguien de donde sea que estén. Me hice la promesa: los arreglo y ahí nos vemos. Creo que quedaron en la puerta de la iglesia… qué patético, siempre fui católica y justo cuando nacen, que dejo de creer en fantasmas grandiosos que viven en el cielo, se me derrumba la vida entera y termino yendo a pedir ayuda a la puerta de la parroquia (entiendo que es lo mismo que una iglesia). Ahora pasaron casi veinte años y nunca pude tener mi casa con luz natural.
Sigue anotado en una heladera de la pensión donde vivo. Todas las mañanas el viejo me tira el cartel a la mierda porque él ya cumplió el sueño de tener su propia madriguera. Y yo, en parte, le sostengo la fantasía. Lo bueno es que el viejo cobra poco, pero me da bronca porque me trata mal y no tengo otro lugar para ir. Ahora los pibes… ¿cómo se llaman? Deben andar buscando a su madre para decirle cuánto la odian. Ni siquiera puedo imaginarme qué aspecto tienen, pero ya llegará el momento.
Yo sigo exactamente igual que siempre. Hasta las arrugas son las mismas. Voy a intentar ser una mejor madre, ahora sin hijos. Voy a hacer lo que haría cualquier madre por un hijo: cualquier cosa. Voy a subir por la escalera caracol de ese techo terraza y voy a gritar “hey” o “pssst”, como solía llamarlos ni bien nacieron. Capaz conserven eso como nombres, ¿lo habrá permitido el registro?
¡Solo en una ciudad con alma de pueblo puede ser posible que no los encuentre! Ahora como madre me corresponde hacer cualquier cosa, y ya tengo pensada cualquier cosa; ojalá sirva para algo. Voy a subir a esa terraza, voy a atarme los cordones cuando llegue al borde y me voy a dejar caer. Hoy en día la muerte de moda es conseguir un auto y reventarse contra una pared, así que caer desde un edificio de media altura va a ser suficiente novedad como para que “hey” y “pssst” se enteren por los medios quién era su madre.