Por Federico Bagnato
Cuando cruzó la puerta y dejó a su padre hablando solo le gritó desde el otro lado mientras recaía sobre el calado cuero de la silla y encendía una luz que no le permitiría escribir con la velocidad de siempre, pero que era una costumbre que tenía su abuela cuando se sentía sola. En cambio ella, que también se sentía sola, descargaba su enojo en las redes sociales escribiendo cosas de las que se arrepentiría al minuto, y que intentaría reivindicar escribiendo nuevas cosas que la harían sentir como una estúpida por verse vulnerable ante todos. Acto seguido apagaría la PC y esperaría a que su padre dejara de escucharla por detrás de la puerta para confirmar que ella andaba en algo raro, puesto que eran casi las dos de la madrugada y seguía despierta. Y cuando no sonara nada al otro lado, porque la respiración de su padre atravesaba esa puerta, ella correría hasta la cama pendiente de su teléfono que no para de sonar y tropezaría con las cajas del pasillo mientras chequea a cuáles de aquellos a quienes jamás les vio la cara les va a dar explicaciones sobre cómo se siente. Para cuando llega a su cama, dolorida de la rodilla que tiró las mismas cajas de siempre, entiende que su inestabilidad emocional no le importa a nadie y golpea la mesa de luz para que su padre vuelva preocupado a acercarse otra vez por detrás de la puerta y entienda que está triste. Y ella sube una foto de su rodilla a las redes sociales y el tiempo pasa y la gente le escribe y mientras más sucede eso se da cuenta de que es una estúpida porque en realidad se golpeó la rodilla a propósito para lastimarse y tener algo que decir. Y resulta que su padre está roncando y jamás llega y ella se pone furiosa porque ahora sí sabe que a nadie le importa. Y vuelve a escribir cosas que le lavan la ira y vuelve a arrepentirse al instante para seguir consternándose al punto de eliminar contactos y fotos de sus redes y golpear la mesa de luz y la puerta del placard antes de gritar como si le estuvieran arrancando las manos, lo que alguna vez quiso en voz alta para poder parar de sufrir y lamentarse de sentirse contradictoriamente estúpida… pero ella sabe que no tiene sentido autoflagelarse ni insultarse a sí misma por aquellos a los que no les debe nada; porque, en realidad, nada de eso es interesante.