Por Odda Schumann
paramatarlapoesía.com
Por cortar la inercia de decir algo. De abrir la boca sin pensar que los labios se despegan (¡porque claro, estaban pegados!) como los calcos de la heladera. Se trata de llevar todo a ese punto en que ya se acomodó la lengua y todavía no llegó la sinapsis. Entonces se agarran al viento los comodines discursivos, esas preguntas pelotudas que estamos obligados a hacer a aquellos que están obligados a sacárselas de encima con respuestas cortas que tampoco esperan la sinapsis.
Y así nos hablamos cuando no rompemos con la inercia, cuando nos miramos a medias y fuera de foco rogando no chocarnos cuando escapemos sin saber nada del otro, pero contentos de sobrevivir al encuentro, a esas cosas que hay que hacer cuando vemos a alguien que conocemos.
No como Ruperta. Con ella sí que me gusta cruzarme porque cuando tengo ganas le hablo y nos abrazamos; y cuando no, la ignoro. Eso sólo puede hacerlo con ella, los demás se enojan porque tienen los labios pegados y prefieren que sigan así… sin invocar la sinapsis ni producir una variación que haga que recuerdes ciertas palabras cuando te eches a andar apurado tras alguna otra cosa inminente, que podría ser cualquier cosa, porque hoy todo es inminente.
Pero así no se corta la inercia. Lo sé muy bien porque yo me sentía muy a gusto con eso, despreocupado. Ruperta me lo decía, pero era demasiado ciego para ese entonces. Y yo me sentía tan bien y despreocupado que no pude no pensar en que, contrariamente a eso, todo estaba girando frenéticamente como la rueda de un hámster: funcionando, pero dentro de un rectángulo.
Y buscar un comienzo ya es suficiente cuando se pretende cortar la inercia de decir algo, de cambiar los roles y que las sinapsis esperen a que abra la boca antes de decir una idiotez que evada el encuentro. Así me levanté hoy, y así me preparé esta hora y media que estuve esperando a Ruperta, que ahí viene. Esta vez le voy a cerrar la boca.