Se trata de una antología de tres de sus libros, realizado por Sebastián Jorgi y por su hija, Silvia, a menos de un año de la muerte del notable autor nacido en Laprida y convertido en marplatense.
“La lluvia” es la antología poética de Pedro Leguizamón, un libro editado merced a la voluntad de su hija, Silvia Leguizamón, y de los amigos del autor, que falleció en octubre de 2020, a los 83 años. Sebastián Jorgi y Jorge Dietsch constituyen esos allegados a Pedro, quienes compartieron tertulias, textos y saberes con este notable escritor nacido en Laprida, hecho marplatense y convertido en periodista, oficio que desarrolló como secretario de redacción en el diario LA CAPITAL.
Editado por Playa Sola, este volumen recoge los mejores escritos de tres libros de Leguizamón: “La luz, la voz”, un libro de 1983 que editó la Fundación Argentina para la Poesía, “De la tierra y el tiempo”, de 1985 también editado por esa fundación junto al Fondo Nacional de las Artes y “Los vinos viejos”, de 1993, aparecido bajo el sello de Torres Agüero Editor.
El cariño a un hombre y a un artista que supo hacer de la modestia su forma de vida trasunta este libro. “Siempre supe que mi papá era un genio, en la música, en la literatura en general, en la poesía. Y en la vida más”, señaló su hija, mientras que Jorgi fue en la misma dirección. “Con Pedro aprendí una ética para la literatura y la vida”.
Dietsch, por su parte, recordó que aprendió de Leguizamón el valor de la palabra. Y evocó sus colaboraciones en el suplemento de Cultura del diario LA CAPITAL, que llevó adelante durante muchos años. “Yo llegaba con cierto temor, cargando algún cuento para la página cultural del diario y él me hacía pasar y me contaba. Y yo escuchaba y aprendía”, señaló en la contratapa de la publicación.
También pianista, guitarrista y conocedor de los ritmos folklóricos nativos, Leguizamón construyó algunas de sus poesías con una musicalidad que toma de la canción y de los sonetos. De una estructura peculiar, esas poesías condensan un sentir intenso. Analizó Jorgi en el prólogo: “Decir soneto hoy en día entre los poetas argentinos suele encender inusitadas polémicas, algunos creen y lo afirman a viva voz que la escritura de sonetos en la actualidad es un anacronismo. Pero Pedro Leguizamón pone toda la harina en el molde (…) la cuerda misteriosa de la poesía vibra en el poeta, más allá de la forma”.
En el prólogo de Jorgi, quien también es poeta y escritor y reside en Buenos Aires, va desmenuzando verso a verso, libro a libro los hallazgos literarios de Pedro, quien nació en 1936 e hizo de la pampa y de la tierra uno de sus grandes temas en la poesía, pero no el único.
“La cultura poética de Pedro es de un amplio espectro, desde el Parnaso, los simbolistas, el siglo de Oro Español, lector de las vanguardias, de los modernistas (Lugones es uno de sus íconos), precisamente en este libro hay epígrafes de Juan Jacobo Bajarlía y de Francisco Luis Bernárdez. Un arco abarcador insoslayable”, interpretó Jorgi.
“Creo en el dios que me asignó una pampa/la más hermosa pampa de la tierra/para llenarme el alma de horizonte/y acostumbrar mi ser a la grandeza/ Creo en la pampa eterna. En la llanura/que se tendió, al comienzo de los siglos,/a esperar con el vientre vuelto al cielo/la llegada del tiempo de los trigos/”. Esas son las dos primeras estrofas de Credo, acaso un manifiesto existencial del poeta.
“Creo en la tierra misteriosa y sabia/ que desafía al hombre en cada yuyo/ le muestra lejanías sin estorbo/y lo empuja despacio hacia el futuro/”, sigue en ese mismo largo texto, que escribió en 1978.
En “La lluvia”, texto que titula el libro, el autor elabora un largo poema en el que teje una tarde campesina en Laprida, el agua, la soledad, la guitarra y los recuerdos que suenan como al fondo de las reflexiones del poeta. “La lluvia cae mansamente como queriendo penetrarme toda el alma”, arrancó. “En la soledad voy revisando cada secreto de esa tierra que es mi amiga”. “Cómo no amar esta delicia que gota a gota va borrándome los años y me hace ver que aún queda un ámbito en el que el tiempo siempre vuelve, que es el campo”.
Y finaliza: “Quiero ser parte de ese cielo que sobre el hombre se descuelga sin preguntas, ser uno más entre los dioses de bendición de la gozosa taumaturgia. / Esta cortina que desciende me abre las puertas de regiones absolutas/ y yo quisiera, antes que llegue con el balance de los años la amargura/, entrar al último silencio bajo la tenue ensoñación de alguna lluvia”.
Hombre de charlas largas, de saber frondoso, de sonrisa amplia y sincera, Pedro Leguizamón construyó una obra digna de conocerse –por eso el gran valor de este libro- y lo hizo con la humildad de quienes se saben -siempre- del lado de los eternos aprendices de la vida.