Por Jorge Raventos
Aunque con el trasfondo de la catástrofe mundial las moderadas cifras que la pandemia genera en Argentina sostienen el respaldo al gobierno de Alberto Fernández que acredita la mayoría de las encuestas, hay muchas señales de que esa atmósfera de resignada satisfacción puede encontrarse con límites de distinto carácter.
Disciplina y estrés
A comienzos del feriado largo de la última semana y más pronunciadamente después de esa pausa, se ha observado un relajamiento de la disciplina social. Primero fueron las columnas de automóviles enderezadas a la costa atlántica. (“una provocación”, definió un intendente).
Después del feriado, lo que se notó fue la intensificación del tránsito y la circulación de personas, los bloqueos de los puntos de contacto entre la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, con ochocientos o mil metros de colas de automóviles y largas demoras. Muchos de los ocupantes de esos vehículos no formaban parte de las categorías autorizadas a abandonar el aislamiento.
A una semana apenas de lanzada la cuarentena, esa desobediencia es una advertencia a la solidez que pueda tener la extensión que impulsa ahora el Presidente.
Algunos distritos empiezan a aplicar medidas que – relativizando los criterios del poder nacional- flexibilizan la cuarentena. Mendoza es un caso. Se trata de un distrito gobernado por la oposición. ¿Una diferenciación por los detalles? Mauricio Macri también decidió apartarse de la conducta acuerdista que expresa la mayoría de su fuerza (con Horacio Rodríguez Larreta a la cabeza) y se quejó de la decisión oficial de postergar el rescate de los argentinos que quedaron varados en el exterior.
Otro signo de inquietud: en los medios y en las redes han empezado a manifestarse opiniones (y a difundirse informaciones) en principio disonantes con la línea de la cuarentena rígida y la parálisis de la actividad productiva:Por ejemplo, noticias sobre países (Japón, Suecia, Alemania) que han mantenido la sociabilidad o siguen dictando clases en los colegios o han permitido algunas actividades como los paseos o la actividad física en calles y parques (sin contacto con otros) sin que sus performances sanitarias se perjudicaran por ello (Alemania tiene la tasa de letalidad más baja de Europa, Japón tiene índices de contagio muy contenidos, Suecia muestra resultados mejores que dos países vecinos, Noruega y Dinamarca, que aplicaron soluciones rígidas). Lo sintomático es que esas informaciones empiecen a permear en medios que hasta unos días antes formaban monolíticamente en la tendencia del aislamiento duro y sólo presentaban como opciones divergentes las erráticas ocurrencias de Donald Trump o Jair Bolsonaro.
Efectos de la cuarentena
Otro dato: empieza a ganar espacio la preocupación por las consecuencias sociales de la cuarentena rígida. No se habla sólo de la situación de los sectores sumergidos en la informalidad (casi la mitad de la actividad económica), sino del hecho mucho más abarcativo de todas las empresas de producción y de servicios que, además de estar golpeadas por una extensa recesión, tendrán que soportar un largo período sin recaudación por la cuarentena forzosa.
El gobierno de Alberto Fernández ha decidido priorizar la cuestión sanitaria, pero el Presidente sabe que la situación social y económica interna empieza a reclamar espacio.
La suma de lo sanitario y lo social motoriza fenómenos de indisciplina política que pueden volverse serios. La actitud de los municipios que deciden clausurar sus límites para perfeccionar el control, objetivamente expropia atribuciones del poder de sus provincias y de la nación. Esa anomalía, aun instrumentada con criterio provisional y justificada con el argumento de la salud pública es, efectivamente, “un remedio peor que la enfermedad”. Un desorden del año 20. El gobierno de la provincia de Buenos Aires ha expuesto su rechazo y se propone ahora tomar control centralizado de las fuerzas policiales locales de las que hasta ahora han dispuesto los intendentes.
Las autoridades locales quieren ajustar los controles por el coronavirus, pero también porque temen que la parálisis económica, condicionada por la cuarentena, pueda provocar reacciones o, eventualmente, saqueos. El poder nacional, entretanto, está disponiendo ayuda con alimentos y una colaboración activa de las fuerzas de seguridad y las fuerzas armadas tanto en las tareas sanitarias como en las de apoyo alimentario.
Lo económico y social gana espacio, pero lo sanitario no pierde protagonismo. Hay premura por sumar camas a los hospitales, y equipamientos de terapia intensiva, disponer de personal médico y de auxiliares formados para atender la emergencia y contar con elementos indispensables (barbijos, máscaras, guantes) para que los responsables de los cuidados no caigan víctimas del contagio.
En los barrios más vulnerables lo sanitario y lo social se cruzan dramáticamente: el hacinamiento hace impracticable el aislamiento y lo vuelve potencialmente contaminante; la inactividad productiva se traduce en falta de comida cuando demora la provisión de viandas. Los curas villeros y el voluntariado social son vitales en la ayuda y la contención, pero esa cuerda tiene un límite, no es aconsejable exigirla en exceso.
Librar la guerra y pensar la posguerra
Hoy se observa que la pandemia es un fenómeno que trasciende largamente la esfera de la sanidad pública. Ya antes de que surgiera la epidemia, nuestro país estaba productivamente estancado, pero también había una desaceleración de la producción industrial en los países avanzados.
Hoy el Fondo Monetario Internacional hace sonar la alarma: “Hemos entrado en una recesión mucho más profunda que la del 2009”, advirtió el viernes Kristalina Georgieva, la número uno de la entidad. El “freno súbito” de la economía global provocado por la pandemia tiene consecuencias gravísimas. Miles de fábricas y comercios cerrados, millones de trabajadores forzados a aislarse en sus domicilios. Más del 90 por ciento de las mayores empresas del mundo van a sufrir interrupciones de la cadena de suministro. En Estados Unidos -ahora convertido en epicentro de la pandemia, con la mayor cantidad de casos en el planeta- la última semana se registraron más de tres millones de despidos, una cifra sin precedentes.
Quizás la teoría del derrame no funciona cuando se trata del crecimiento de la riqueza, pero sin duda se aplica a los procesos de recesión y empobrecimiento: hay una cascada que se traduce en mayor fragilidad social y consecuentemente, un debilitamiento de los sistemas inmunes de amplios sectores.
Hoy el FMI y el Banco Mundial plantean abiertamente la necesidad de perdonar las deudas de los países más postergados y desde varios sectores se formula la necesidad de un “Plan Marshall” para salir de la grave crisis que golpeará tanto a los más postergados como a los más acomodados.
Pese a las diferencias de condiciones económicas con otras sociedades, Argentina ha afrontado esta instancia con la ventaja relativa de haber, aprendido de las experiencias ajenas y de haber aplicado criterios y saberes propios, adoptado medidas adecuadas precozmente además de haber dispuesto equipos que analizan y readaptan los criterios con flexibilidad.
El país ingresa ahora en un período en que previsiblemente se verificarán incrementos de contagio (todavía no se verifica el pico, explicó el ministro de Salud). También, al prolongarse el reclamo de aislamiento, probablemente se manifestarán señales de agotamiento y hasta de rebeldía, que ocurrirán en paralelo con las tensiones provocadas por el parate económico.
Es de esperar que la imprevista sintonía política “cuarentennial” (capacidad de diálogo y consensos políticos, cooperación entre el poder nacional y la oposición) sirva ahora para una aplicación y adaptación fina de las medidas, que ayude no sólo a contener el virus, sino también a aliviar el estrés social, a recuperar paulatinamente la actividad productiva y a abrir válvulas de escape a las tensiones que el aislamiento y la inmovilidad inevitablemente provocan.
Esa etapa hay que prepararla. Y convendría empezar a hacerlo ya mismo aprovechando la actual atmósfera de colaboración política, porque -como señaló esta semana Ricardo Romano, un intelectual peronista que fue subsecretario general de la Presidencia en los años 90- “cuando desaparezca la excepcionalidad desaparecerá la paciencia” . En ese sentido, Romano sugirió “empezar a pensar cómo enfrentar la posguerra mientras simultáneamente se sigue librando la batalla sanitaria”. Se inspiró explícitamente en el antecedente del Consejo de Posguerra que organizó Perón en 1944, “integrado por los mejores especialistas de todas las disciplinas, de toda ideología, para crear un verdadero laboratorio de ideas para sortear la acuciante situación presente y el porvenir”.