La reciente publicación de su novela, "Papá querido", llevó a la autora a reflexionar sobre el vínculo que mantenemos con nuestros padres, aún habiendo alcanzado la adultez. Una opinión especial para LA CAPITAL.
Por Cynthia Wila (*)
“Hiere. La vida hiere”.
Así comienza “Papá querido”.
En lo que aparenta ser una vida pacífica, de pronto María recibe una llamada inesperada. Su padre, con quien no habla hace veinte años, está internado en un hospital de La Florida. Luego de quedarse en trance durante dos horas, arma un bolso y le dice a su marido: «me voy».
Hay una historia de amor, odio, secretos y silencios que late en su memoria por más que María haya intentado alejarse. El pasado siempre nos persigue. Y en algún momento nos encuentra. De ese pasado hiriente ella no habla con nadie, ni siquiera con su marido. No quiere recordar, pero recuerda. Todo. Y ahora, al borde de la muerte, su “papá querido” se hace presente con más fuerza que antes.
La novela se adentra en el confuso mundo de las emociones humanas, busca llegar al fondo, al barro, donde se guardan los amores más potentes y también los espantos. Sobre todo, se detiene en las relaciones familiares, en esos primeros vínculos infantiles que muchas veces lastiman.
Los padres.
Cada persona tiene varios papás y varias mamás en su cabeza. En general, cuando somos niños aparecen los padres idealizados, esos superhéroes que tomamos como modelos a seguir. A medida que vamos creciendo estos ideales empiezan a caer y surgen otros padres. ¿Son distintos? Sí. Y no. Son los mimos, pero son otros. El registro que tenemos de ellos cambiará a medida que vayamos creciendo. No tenemos los mismos padres cuando somos niños, adolescentes o adultos. Nuestras impresiones se modifican. Conservan algo de lo que eran pero, a la vez, tienen cosas nuevas que antes no podíamos ver.
Con el tiempo cambian, también, nuestras aspiraciones y nuestros deseos, que no tienen por qué ser iguales a los deseos que papá y mamá depositaron en nosotros. Acá surge uno de los conflictos.
Sin saberlo, nos esforzaremos toda una vida para satisfacer aquellos deseos de nuestros padres –hoy transformados en mandatos inconscientes-, pero jamás lograremos alcanzar ese ideal. La culpa es la escolta inevitable de la cultura y nos perseguirá siempre.
El libro muestra cómo los amores pueden dejarnos marcas de horror. «Los grandes amores también son una carga, pesan igual que los rencores», piensa María, la protagonista. Ella vive con el peso de amar –y odiar- a un “papá querido” que la amparó durante sus primeros años y que luego no pudo protegerla de él mismo. Ahí aparece el horror. La desmentida. Mi padre –o mi madre- no lo puede todo. Pensar que podía todo era una mentira.
¿Cómo se vive luego de descubrir que nos sostuvo una mentira de amor?
¿Habrá que inventar más mentiras que logren soportar lo que resta?
Nadie puede escapar de sus heridas. Nadie puede silenciar el dolor. María intentó callarlo, hasta decidió no nombrar más a su padre para evitar el dolor. Pero las voces y las imágenes no desaparecieron. La muerden por todos lados. Desde hace veinte años. Por eso elige tomarse el avión.
Para enfrentar el demonio y silenciar los gritos de una vez.
(*) Autora de “Papá querido”, libro recientemente publicado por Emecé.