*Por Martín Balza
Desde su creación, en 1945, las Naciones Unidas (ONU) han conformado un sistema destinado a la prevención de los conflictos que amenacen la paz y la seguridad internacionales. Estas operaciones, tal como la conocemos en la actualidad, no estaban previstas inicialmente en la Carta de la ONU, y fueron paulatinamente imponiéndose según la realidad de los acontecimientos. En su artículo 42, la Carta hace referencia a que si otras medidas no fueran efectivas para el cumplimiento de las decisiones del Consejo de Seguridad: “…podrá ejercer, por medio de fuerzas aéreas o terrestres, la acción que sea necesaria para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales. Tal acción podrá comprender demostraciones, bloqueos y otras operaciones ejecutadas por fuerzas aéreas, navales o terrestres de Miembros de las Naciones Unidas”.
El concepto “Operaciones de Mantenimiento de Paz” fue usado por primera vez por el exsecretario general de la ONU, Dag Hammarskjold, para describir la Primera Fuerza de Emergencia enviada al Sinaí en 1956, para separar a las fuerzas militares de Egipto e Israel, después de que los dos países habían llegado a un acuerdo para poner fin a esa crisis. Conceptualmente, son operaciones militares multinacionales limitadas, combinadas con acciones diplomáticas y de otra índole (actividades humanitarias y de derechos humanos, asistencia económica, o sanciones económicas), dirigidas a detener o prevenir un conflicto. En casi todos los casos, esas operaciones van precedidas y/o acompañadas por una variedad de acciones de persuasión y presiones bilaterales y/o multilaterales.
Nuestro país, a través de su política exterior, adhirió fehacientemente a los objetivos de la Carta de la ONU y a las actividades del Consejo de Seguridad, ya que considera que las prácticas democráticas, la preservación de los derechos humanos y la cooperación en el campo de las relaciones internacionales son una condición fundamental para el desarrollo y el bienestar de los pueblos.
Las misiones de paz, cuidadosamente concebidas, con objetivos claros, realistas, alcanzables, y respetando el principio de “no intervención” en asuntos internos de otros Estados, pueden lograr: la separación de adversarios, mantener el cese de fuego, facilitar el acceso del auxilio humanitario, permitir el regreso de refugiados y personas desplazadas, desmovilizar combatientes y crear condiciones que favorezcan la reconciliación política y celebración de elecciones libres.
Esta trascendente misión secundaria de nuestra Fuerzas Armadas, coadyuvando a la paz mundial, se inició con la designación de 4 observadores del Ejército en 1958, en el Líbano; en 1960 se incorporó la Fuerza Aérea, en el Congo y posteriormente la Armada, en El Salvador-Honduras. Desde 1958 hasta 1991 el Ejército desplegó 202 oficiales como observadores en el Líbano, Egipto-Israel, Irán-Irak, Angola y Centroamérica. En el periodo 1992 hasta 1999, participó—con más de 11.500 efectivos—con unidades integradas por oficiales, suboficiales y soldados, en Irak-Kuwait, Chipre, El Salvador, Camboya, Croacia, Mozambique, Ruanda, Guatemala, Eslavonia, Kosovo y Ecuador-Perú.
En 1999, nuestro país ocupaba el séptimo puesto en el ranking de países contribuyentes con tropas de paz de la ONU. Ese fue el mayor logro de la política exterior argentina en la segunda mitad del siglo pasado.
Entre otros considerandos, se logró poner a prueba los valores más abstractos de la personalidad del soldado, incrementó su profesionalidad, su enriquecimiento cultural y humano, su apego a las instituciones republicanas y su reconocimiento internacional.
Hace 30 años, el 29 de noviembre de 1988, los soldados de las Naciones Unidas (Cascos Azules) fueron distinguidos con el Premio Nobel de la Paz, nuestro país— y en especial sus Fuerzas Armadas —, se sintieron plenamente partícipes del mismo.
*Ex Jefe del Ejército Argentino, Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica