Si bien con “Aramburu” la periodista María O’Donnell no desconfigura drásticamente lo que se sabe hasta hoy de la secuencia histórica que arranca en 1970 con el asesinato del ex presidente de facto y se extiende hasta 1974 con otro secuestro -esta vez el de sus restos, tras una operación encabezada por el poeta y militante Francisco “Paco” Urondo-, la fuerza de su relato está en el pulso narrativo que articula la cadena de acontecimientos y en la astucia para capitalizar cada frase que logra extraerle a Mario Eduardo Firmenich en el único encuentro al que accede gracias a un allegado en común.
“Un día, por fin, conseguí sentarme frente a él. En ese instante mi empeño recuperó sentido: no hay otro testigo como él, el jefe de Montoneros hasta su total disolución en 1990. Tiene una memoria descomunal y conoce la historia de la organización guerrillera argentina más importante desde el momento de su creación, porque también integró el grupo fundador. Es, no obstante, esquivo a la hora de contar, casi avaro”, describe la autora en el libro.
El encuentro con Firmenich toma la forma de un almuerzo que tiene lugar en agosto de 2017 en un restaurante de la localidad española de Sitges -a pocos kilómetros de donde vive desde hace años el ex líder guerrillero- y acaso uno de los momentos más impactantes es cuando O’Donnell le pregunta cómo fue posible que Aramburu responda “Proceda” cuando estaba a punto de ser ejecutado por Fernando Abal Medina si, como cuenta el relato oficial, al militar le habían colocado una media en la boca para evitar que gritara.
“Firmenich tomó la servilleta de tela de color bordó que estaba sobre la mesa, la dobló en cuatro, se la metió en la boca. Me miró a los ojos, empezó a mover la mandíbula y pronunció tres sílabas: Pro-ce-da”, evoca la periodista, que dice haber escuchado la palabra con nitidez.
– La mayoría de los que formaron parte del surgimiento de Montoneros pertenecían al nacionalismo católico. ¿Cómo logran conciliar la fe en una doctrina religiosa que no tolera la muerte con la habilitación para cometer asesinatos?
– Hay una carta muy interesante que es la que le manda Montoneros a Monseñor Antonio Caggiano, un hombre del ala más conservadora de la Iglesia, a quien intentan darle una explicación acerca de cuáles eran las razones por las cuales habían matado a Aramburu. En esos momentos, un sector de la Iglesia católica comenzaba a preguntarse qué métodos eran legítimos para luchar contra la desigualdad en el mundo. No todos estaban dispuestos a dar esta discusión, como el padre Mugica, que rechaza la idea de la acción armada. Es muy interesante indagar qué implica quitar la vida para un católico, el tema de la barrera que significa cruzar ese límite, una cuestión que en ese entonces se leía bajo la mirada de un movimiento teológico que había ido en esa dirección.
– ¿La elección de Aramburu como blanco de la primera acción montonera está vinculada a su responsabilidad en los fusilamientos de 1956 o hay que darle crédito a la versión de que se lo eligió por su tendencia a moverse sin custodia, a diferencia del almirante Isaac Rojas que se movía con un dispositivo más riguroso?
– Firmenich dice que le daba lo mismo cualquiera de los dos pero que Aramburu estaba más “regalado” que Rojas. Sin embargo, el que tenía volumen político en ese momento era Aramburu. Era un adversario de Onganía y a su vez el que quería negociar con Perón. Eso implicaba también cortarle una salida a Perón, en el sentido de que ahí había un interlocutor que con Onganía no existía. Aramburu, en cambio, se había dado cuenta de que el juego era imposible sin el peronismo
Aramburu, como dice también Firmenich, se explicaba por sí solo y otorgaba el sentido “reparatorio” que buscaban con esa acción a lo que fue la proscripción del peronismo y lo que habían implicado los fusilamientos. Rojas podía ser simbólicamente un mejor representante del antiperonismo más acérrimo, pero Aramburu tenía más protagonismo.
Es cierto que el manejo del Ejército y el fusilamiento de Valle fue una operación de Aramburu, pero a su vez Rojas es el que promovía una salida más drástica porque proponía directamente desprenderse del cadáver de Eva, ni siquiera mandarlo a Italia como finalmente se decidió. Por eso creo que la elección de Aramburu por sobre Rojas no tiene tanto que ver con el rol distinto que tuvieron en la Revolución del 55 sino con que en los 70 era una figura más importante y había sido incluso candidato a la presidencia en 1963. Rojas, en cambio, era mucho más marginal en la política en ese momento.
Télam.