Por Julieta Echeverría (*)
Lo primero que digo a mis estudiantes en esa comunicación virtual que estamos teniendo por estos días de aislamiento social preventivo y obligatorio es que espero se encuentren bien en este tiempo extraño. Si la virtualidad nos remite a escribirnos principalmente, por qué no darle un tono epistolar, que tiene algo más de encanto que los fríos mensajes vía campus o foro.
Lo primero que les digo, entonces, es que espero se encuentren bien en este tiempo tan extraño. Un tiempo de una extraña suspensión, como una puesta entre paréntesis de la vida que conocíamos y llevábamos hasta hace pocas semanas. Esa vida que parece más lejana, porque la dimensión del tiempo que marcan las agujas del reloj ha cambiado para cada uno de nosotros y nosotras. Algunos seguimos trabajando, otros no; algunos desde casa y otros saliendo; algunos muy expuestos y otros a resguardo; algunos con comodidades y otros a la intemperie más cruel; algunos transformándose, otros intentando permanecer inmutables; algunos tornándose más compasivos consigo y con los demás, otros reaccionando con inadmisible agresión; algunos inventando un tiempo que sea habitable en este contexto tan adverso, otros tal vez no tanto.
Lo que nos atraviesa, a pesar de las desigualdades y diferencias y singularidades, es la suspensión de la vida cotidiana. Esa vida cotidiana sobre la que la psicología social y comunitaria siempre nos echa algo de luz, haciéndonos visibles algunas cuestiones que simplemente damos por sentado. Y este tiempo extraño nos hace visible tal vez eso que más damos por sentado: la vida cotidiana en su totalidad y en sus detalles. Algo tan corriente como salir a la calle, rascarse la nariz, darle un beso o un abrazo a alguien, compartir un mate, ir a trabajar, salir a correr, ir a tomar clases, entre decenas de ejemplos que cada uno puede ahora registrar y extrañar. Esas prácticas cotidianas que extrañamos se nos tornan visibles en medio de este tiempo suspendido. Una suerte de extrañamiento, como dirían nuestros queridos antropólogos, de descotidianización, ahí en donde tomamos distancia y lo más familiar se nos hace extraño, y así podemos observarlo de otra manera.
Les digo a mis estudiantes también que por favor se cuiden mucho y que extraño el aula, encontrarme con ellos allí cara a cara para conversar y pensar juntos, sus preguntas curiosas, y por supuesto el pizarrón. No esperaba respuesta a esta primera línea de mi comunicación epistolar con ellos, pero es la que más respondieron, agradeciendo los ánimos y exclamando que también ellos extrañan la educación presencial. Quien dice que nos reencontremos luego, cuando esto termine, con un amor renovado por las aulas y listos para apreciar la mística que portan como lugares de encuentro, de estudio, de aprendizaje con otros.
Antes de explicarles cómo haremos la continuidad pedagógica vía virtual, les comento que seguir leyendo y estudiando es un buen lugar en el cual poner la atención y la energía, y que recuerden no exigirse como en situaciones normales porque estamos viviendo circunstancias que no lo son.
Habrá momentos de productividad, de buen ánimo, de descanso, de ejercicios, de trabajo, de sentir ansiedad/angustia/temor/tristeza/preocupación por percibirse encerrados/por la inestabilidad económica/por la incertidumbre que se hace visible sin piedad/por el acecho de un virus que no conocemos/por saber a otros con hambre y frío y más vulnerables que nunca. Habrá momentos de hacer video-llamadas, de hacer maratón de series, de leer por placer, de dibujar y pintar y escribir y hacer yoga y también de no querer hacer nada. Y es razonable, estamos en medio de una pandemia. Algunas mujeres han ido a parir y otras personas han cumplido años, puesto que la vida continúa. Pero no es la vida que conocemos, es un paréntesis que estamos atravesando. Cómo lo estamos atravesando, es otro tema. Y no es un tema menor. Pero esa tal vez sea la reactualización en tiempos de pandemia de esas preguntas filosóficas de siempre.
Tal vez también sea esta una oportunidad, se esté en la condición en la que se esté, para retomar ese espíritu filosófico cuestionador y darnos un sentido o varios sentidos en esta situación. Una tarea que solemos suspender o postergar u olvidar o evitar en el ajetreo de nuestras vidas cotidianas. Con esas rutinas suspendidas y alteradas, tal vez se haga lugar para esta pregunta. Puestos en pausa y confrontados con la incertidumbre de la vida y la finitud del ser humano, pareciera que el hombre en busca de sentido de Frankl nos recuerda que ante las privaciones impuestas uno de los últimos bastiones de libertad es la elección de la propia actitud ante la circunstancia que se presenta.
Quizás algo de esta pregunta por cómo estamos atravesando este tiempo de paréntesis tenga el valor de acogernos desde una dimensión más espiritual, que cada vez es más contemplada en las definiciones de salud y los más variados abordajes de la medicina, desde la atención primaria hasta los cuidados paliativos. Allí en donde ese proceso bio-psico-social no puede ya ignorar las desigualdades sociales ni la dimensión espiritual del ser humano.
Y sea cual fuera el contenido o las prácticas que cada cual le adjudica a esa dimensión espiritual, la solidaridad y el servicio a los demás pueden acercarnos a los otros de una manera que da un sentido de trascendencia; que reconoce la dignidad del otro y nos descentra un poco de nosotros mismos, permitiéndonos ampliar nuestra perspectiva. Practicar la gratitud, el perdón, una amorosidad que alberga desde el reconocimiento y la valoración y no entiende de posesiones. Si los parámetros cotidianos se han suspendido, tal vez sea un tiempo propicio para prestar atención a algo de todo ello.
Ya hemos leído o escuchado las valiosas recomendaciones para cuidar nuestra salud mental, para amenizar la convivencia con otros o el estar solo, el recordatorio de hacer algo de ejercicio y de comer saludablemente. Algunos días nos saldrá mejor que otros. Lo que es seguro es que esta suspensión del tiempo no nos es indiferente y no puede serlo. ¿Cuántas veces en una vida se viven pandemias de este calibre? (y espero que la respuesta sea una como máximo). Continuamos viviendo pero no de la misma manera porque se nos impone un tiempo diferente y tal vez sea esta crisis la oportunidad de hacer consciente aquello de nuestra rutina que damos por sentado y hoy extrañamos, para valorarlo de otra manera, para poder agradecer por aquello que sí tenemos o somos.
Agradecimiento que desde la ciencia más occidental hasta la filosofía más oriental se destaca como una cuestión central en el mantenimiento de una buena salud y una vida con sentido. Una oportunidad para dimensionar que somos seres que estamos profundamente solos y a la vez indefectiblemente relacionados, entramados, los unos con los otros. Que estamos atravesando un tiempo extraño de paréntesis, y notar que esta oración y tantas otras se escriben en plural, porque todos estamos en este tiempo de suspensión aún con las marcadas diferencias singulares, contextuales y desigualdades sociales y económicas (que no hacen más que reproducirse). Nos atraviesa a todos y todas. Y de aquí que sea importante que estemos presentes los unos para los otros, sea por los medios y las formas que nos sean posibles, cada cual encontrará la suya. Pero presentes, acompañándonos, encontrando sostén en el entre que armamos, resistir juntos. Y tal vez así, con esos pequeños gestos de solidaridad, agradecimiento, compromiso y cuidado mutuo, haciéndonos trama al andar este tiempo tan extraño, podamos empezar a crearnos un futuro un poco más habitable.
Tal vez algo de esto nos ayude a inventarnos un tiempo que sea habitable en el presente en este contexto tan adverso de suspensión por la pandemia. Tal vez nos de la oportunidad de poner las cosas en perspectiva, cada cosa en su justo lugar, o de cambiar el punto de vista. En todo caso, de decidir cómo nos pararemos frente a esta dramática coyuntura que nos ha tocado vivir. Así, en plural.
Gestos que no cambiarán la estructura social de injustas y marcadas desigualdades pero tal vez hagan un poco más vivible el presente. Son cosas chiquitas, sí, como decía Galeano, no van a acabar con la pobreza “pero quizás desencadenen la alegría de hacer y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable”.
Estas son las líneas que leo a mis estudiantes cada cierre de cursada porque me llenan de esperanza, una esperanza que deseo compartir con ellos para que no la olviden en los caminos que elijan seguir. Después de todo, “quién dijo que todo está perdido…”.
(*) La autora es psicóloga, docente e investigadora de la Escuela Superior de Medicina y de la Facultad de Psicología de la UNMdP.