El escritor y crítico literario publicó, a su 93 años, la novela "La vuelta incompleta". Aparecen dos historias entrecruzadas, con los vuelos de la muerte como telón de fondo y un "narrador impalpable", describió el autor. Los guiños literarios, el Holocausto y la escritura pasados los 90.
Por Carlos Aletto
A los 93 años, el escritor y crítico Noé Jitrik acaba de publicar una nueva novela titulada “La vuelta incompleta”, un desafío o juego literario con el formato de un policial, donde los mecanismos de escritura quedan a la vista, como los huesos de un esqueleto montados para la exhibición, pero de una forma ornamentada y realmente magistral ligada a la trágica historia de esos vuelos que marcaron a los argentinos en los setenta.
Al comienzo de la novela, publicada por Interzona, como en la Creación bíblica, en un lugar indefinido nace el narrador de la narración misma. Un hombre (todavía sin nombre) lleva una cucharada de sopa a la boca y se piensa que por el gesto debió haber sentido un gusto extraño. “Me muero… Me envenenaron…”, parece decir y se desploma. A partir de esa escena inicial gradualmente se construirá la primera de las dos historias que se cruzan en la novela.
La segunda es la de Lucía Palermo -una especie de Antígona- y Marcelo Lugano. Ambos se conocen en un bar cercano de la Facultad de Filosofía y Letras y vivirán una aventura cruzada por el Holocausto y la dictadura argentina, con un final sorprendente.
Jitrik tiene 93 años y su literatura es ágil, actual, joven. El escritor se asombra de que la edad sea un “objeto de curiosidad” y dice a Télam que para él “escribir a los 30 o 40 años y luego pasando los 90 no tiene demasiada diferencia, salvo que ahora, porque la mano y la cabeza se han ejercitado, todo, cuando ha empezado, fluye más mansamente, antes era Iguazú, ahora el Delta”.
El escritor, que este año tendrá a cargo la clase magistral del 26 Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, nació en Rivera, La Pampa, en 1928. Es crítico literario, ensayista, poeta y narrador y desde 1990 dirige el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Buenos Aires.
Además integró la revista Contorno, ejerció la docencia en universidades de Argentina, Francia, Colombia, Estados Unidos, Puerto Rico, Uruguay, Chile y México, país al que debió exiliarse entre 1974 y 1986. Es autor de decenas de libros de ensayos y ficción. Algunas de sus novelas son “Citas de un día” y “Mares del sur”; mientras que “Cálculo equivocado” reúne su poesía escrita entre 1983 y 2008.
-¿”La vuelta incompleta” tiene la matriz del policial? Y si es así: ¿Quién podría considerarse el investigador?
-Se designa como “policial” una situación en la que un crimen, sea cual fuere, se exponga o no, requiere que un tercero, por lo general un policía o un curioso -sea cual fuere- intenta determinar tanto lo que lo provocó como quiénes lo cometieron. Pero como una situación semejante generó relatos desde siempre, la designación de “policial” es moderna, diría que democrática. Sin embargo, esos relatos pueden vincularse con la literatura o bien sólo con la mera exposición de la relación entre crimen e investigación. La diferencia es importante, me parece, y no pasa solamente por la representación, feliz o no, hábil o torpe, de los enigmas que se intenta resolver, sino por otras instancias. En muchos relatos, lo que los hace policiales, un personaje, designado como “investigador”, encarna la resolución; en mi relato, un narrador impalpable, que no es personaje, lo va haciendo al meramente observar y exhibir lo que se va presentando, sin que intervenga en ellos, a medida que surgen escollos y cada hecho genera otros. Siempre hubo narrador pero aquí tiene, creo, otro carácter, muestra su soberanía.
-¿Cómo trabajaste la diferencia entre misterio y enigma en esta novela?
-Es cierto que misterio y enigma son dos entidades de diferente carácter: los misterios son artículos de fe, se aceptan, los enigmas son entretejidos y desafían. Es un enigma que una sopa, así empieza el relato, produzca un efecto letal, pero no es un misterio, por algo lo produce y es probable que tratar de resolverlo -¿quién y desde dónde?- constituya un desafío: el relato consistiría en lo conexo a ese desafío, un personaje convoca a otros, un lugar a otros y de la relación entre ambos planos surge una situación que convoca a otras.
-¿Cómo funciona la dosificación tan mesurada de la información en esta novela?
-El narrador es avieso, no pone todas las cartas sobre la mesa, sustrae información, actúa, creo, como si en la falta estuviera lo importante: no sólo va diciendo sino también ocultando, como si estuviera machacando con la idea de que los hechos de palabra no son como los hechos de la experiencia real. En cuanto a mi enfoque creo que le debe mucho a Macedonio Fernández cuando declaró, no sin cierta arrogancia, “no quiero realismo” (o sea ilusión de realidad) sino “realidad”, la que proporcionan las palabras que, es obvio, no son las cosas que designan.
-¿Cuál es el lugar que ocupan los “vuelos de la muerte” en la literatura?
-Los “vuelos de la muerte”, como tantas otras locuras homicidas de la dictadura, están instalados en nuestras conciencias -para muchos no es así, lo ignoran o no les importa-, es tanta su demasía que no lo podemos entender aunque lo consideramos como una explicación o un deseo de explicación. En mi caso es una desembocadura y se configura como núcleo que genera cada paso de lo que se relata; de este modo, para algunos es un misterio -ahí lo admito-, para otros tiene el atractivo siniestro de un tumor que no podemos suprimir fácilmente. Sólo que mi narrador puede descubrirlo pero no describirlo. En eso hay también una diferencia: no tengo dudas de que reapareció y reaparecerá en la literatura argentina así como el nazismo reapareció y reaparecerá en la alemana y europea. Se lo puede llamar “trauma” y, como se sabe, si no es fácil que un neurótico o un psicótico pueden sacarse de encima un trauma es mucho más difícil que lo pueda hacer toda una sociedad.
– ¿La democracia es el tema central de esta novela?
-No sé si la “democracia” es el tema central de esta novela; tal vez una interpretación, que no puedo hacer, lo determine. Tal vez todo lo que uno hace y deja de hacer -cuestión de “derechos” y “obligaciones”- tenga relación con la democracia que promete y cumple o no cumple. Lo que sí se sabe es que sólo ir a votar cada tanto no es el alfa y omega de la democracia como idea y como sistema.
– ¿La escritura puede seguir teniendo un efecto político en la actualidad?
-El “efecto” es un resultado inherente a todo acto humano. La literatura lo es y, por lo tanto, tiene efecto o efectos. Hay casos individuales, muy famosos: un poema, un relato, cambió una vida, pero también se puede registrar en un conglomerado o en una sociedad, algunos son directos y a veces políticos, el “Libro rojo” de Mao, por ejemplo, otros indirectos: de Marx se sigue hablando y, en literatura, de Proust se sigue hablando, de Borges ídem. ¿Políticos? Supongo que sí: algunos textos acolchonan, otros despiertan el espíritu crítico y, en otro registro, que parece menor, pueden incidir en el lenguaje político. ¿La literatura como vida posible? ¿Por qué no? En la actualidad la literatura parece un tanto anémica, no estremece nada, el mercado le quitó la sangre. Mi relato lo demuestra: no lo quisiera, sería deprimente.
-Es evidente que el tema del Holocausto sigue siendo importante para la literatura…
-Se recuerda con frecuencia lo que profetizó Theodor Adorno: “Después de Auschwitz no se puede escribir poesía”. Se puede y se escribió y se escribe y se seguirá escribiendo. Lo que pasó en Europa desde el final de la primera guerra hasta el de la segunda es tan terrible que no es fácil sacarse de encima los fantasmas que creó. Puedo repetir lo que dije en el punto 6: nomás decir “holocausto” es internarse en una zona oscura y decir literatura es decir “tentativa”. Pero no hay que olvidar otros semejantes, África, Asia Menor que no parecen plantear dudas como ésas.
-¿Se puede considerar que los personajes y temas literarios como partes centrales de la trama?
-Mi relato está saturado de guiños literarios: mi memoria los provee y cuando llegan me ayudan. Quizás sea un grave defecto pero no puedo renunciar a mi memoria; en todo caso, se me puede perdonar que no se trate de citas sino de alusiones que inviten a reconocer fuentes. ¡Ojalá! Es una invitación a una lectura de las resonancias y a una sordera de los ruidos. Lo mismo que en mis ensayos: no cito pero no soy ajeno a lo que la lectura me dejó y que vuelve incesantemente.
-¿Existe algún pasaje que debas realizar como escritor para dejar de escribir ensayos literarios y empezar a narrar ficción?
-Ensayos, ficción, parecen dos avenidas paralelas, yo no lo creo demasiado, hasta el punto de que cuando empiezo a escribir algo que llegará a ser un ensayo empiezo a tener ganas de escribir un poema y, simultáneamente, un relato y recuerdo que debo contestar algunas cartas. Pero puede ser; si lo son la diferencia reside, creo, en lo que se siente al escribir con un propósito u otro: me siento liviano en el ensayo, alegre en el poema y pesado en el relato; pero el sueño que nunca me ha traicionado y siempre me ha traído alguna solución, me depara regalos diferentes, siempre oportunos, una idea, una situación, una frase que, en todos los casos, desata un nudo: o me permite empezar o me ayuda a seguir. Eso es escribir para mí.
– ¿Cuál es la diferencia de escribir a los 30 a hacerlo a los 93?
-Para mí escribir a los 30 o 40 años y luego pasando los 90 no tiene demasiada diferencia, salvo que ahora, porque la mano y la cabeza se han ejercitado, todo, cuando ha empezado, fluye más mansamente, antes era Iguazú, ahora el Delta. Me asombra que para algunos sea objeto de curiosidad: si desde hace 60 años preparo el desayuno todos los días, ¿por qué no seguiría escribiendo todos los días desde hace 70?