Autor de obras emblemáticas como "La revolución es un sueño eterno", "El farmer" y "Ese manco Paz", entre otras, Andrés Rivera falleció el 23 último. Murió a los 88 años en un hospital cordobés, donde estaba internado tras sufrir una fractura de cadera. A través de más de treinta libros dio voz a la clase obrera y con su literatura revisionista rescató figuras de la historia argentina como Juan Manuel de Rosas y Juan José Castelli. Su compromiso con el mundo obrero, al que perteneció de joven y en el que militó como representante del Partido Comunista, y sus preocupaciones por el devenir de la historia, sobre todo la argentina, quedaron reflejados desde sus primeros libros.
Por Sebastián Jorgi
Te fuiste a otro plano, como se dice ahora, estimado Andrés. Te cuento que en el último Simposio del Instituto Literario y Cultural Hispánico en la Sociedad Argentina de Escritores de Buenos Aires, las escritoras Graciela Bucci, Cristina Pizarro y el que ahora escribe esta nota, desarrollamos la ponencia sobre La revolución es un sueño eterno, que ya habíamos expuesto anteriormente y que vos conocías. A manera de despedida, encontré este comentario sobre Punto Final, editada ya en su oportunidad.
Habrá que preguntarse no cómo, sino con qué escribe el autor de La revolución es un sueño eterno. Mi gran amigo, el cuentista ya fallecido Andrés Cinqugrana, decía que se escribe con el estómago, no con el cerebro y la inteligencia. Y creo que conviene a esta nueva novela de Andrés Rivera, Punto final. Si puedo argumentar que nuestro narrador escribe desde la memoria, desde una tarde cualquiera de otoño en Córdoba, sentado en un sillón de hierro -para amortiguar el trasero le pone un almohadón-, enciende un faso y mira, contempla. A un primer punto pensé en la novela objetiva, en una suerte de novela de la mirada, aunque los ojos describen no sólo lo que se ve exteriormente, sino lo que viene del alma, del recuerdo de la madre. Y así, trae a colación la masacre de Ucrania (Proskurov) en 1920 y las andanzas, la fuga del general Simeón Petliura a París, después de haber enviado el suficiente oro para vivir en la ciudad luz. Ha escapado del ejército rojo, tiene la carga de haber asesinado a bolcheviques y judíos. Ahora nos lo retrata Andrés Rivera y de pronto aparece Natalia Duval y mamá, interrogada, requerida por Arturo Reedson, el narrador protagonista.
No podríamos decir que Reedson es un alter ego de este escritor jubilado, ex obrero textil y ahora metido a rememorar la historia, estilísticamente usando una voz, la de mamá, que le cuenta de Abraham Vuchst que ajustició al feroz Petliura de un tiro en París, de la Abanderada de los Humildes y del General, de Segundo Sombra y de Martin Fierro y traer de golpe y porrazo a los gordos de la CGT. Esta operación de compactar la historia y personajes y próceres, a través de una íntima visión, en un va y viene raccontado, con gracia, es una virtud de estilo Rivera.
Y entonces, estimado lector, usted se encontrará con un Cipriano Reyes y las luchas obreras en Berisso, en la Swift y en Armour—a los más muchachos, frigoríficos característicos de los 40 y 50—o una voz que grita parate bolche hijo de puta el personaje oscuro de la hija de un represor—Daiana-. Creo que Rivera al mismo tiempo que nos relata, se cuenta a sí mismo en memoria fresca, a tinta sangre escribe y se reescribe al mirar, al recordar, al dialogar con la madre.
Conocí a Rivera en los ’60, en las norias intelectuales y más que todo de café y pizza en la calle Corrientes, a través de escritores de fuste como Bajarlía, Lubrano Zaz. Y en una librería de la calle Talcahuano, en la que trabajaba Piri Lugones, nieta del poeta e hija de un torturador –inventor de la picana –tiene un encuentro y un par de cafés. “¿Por qué vuelve a mí, Piri?”, se pregunta el narrador. Será porque aún está ahí, instalada en la librería y en la noria intelectual de la calle Corrientes, será porque también reaparece Haroldo Conti o el pueblo de Santamaría de Onetti. Y sí, como Arturo Reedson, muerto de una puñalada, se pregunta: ¿”Qué más tengo para decirme que no me haya dicho?”, usted qué más tiene para decirnos, don Andrés Rivera.
Seguro que un montón de recuerdos, situaciones, imágenes. Vida plena, sufrida, desde la piel de un obrero textil o de un periodista jubilado o un ruso de Villa Crespo, un tal Marquitos, o, desde un escritor con la sesera repleta de borradores o desde el lugar de un zurdo perseguido, golpeado. Una memoria fragmentaria, bien lo dice la contratapa, pero ojo: una mirada reescrita a tinta sangre, la de Andrés Rivera, uno de los narradores más genuinos y de los más viscerales de nuestro espectro literario contemporáneo.
Entonces, repito: ¿qué más tendrá para escribirnos Andrés Rivera? Con releerlo es suficiente, siempre nos estará escribiendo.