Por Jorge Raventos
Mauricio Macri recibió en Chile la confirmación de su procesamiento en la causa por espionaje a familiares de tripulantes del malogrado submarino ARA San Juan, hundido cuatro años atrás. Macri viajó como funcionario de la FIFA, pero su visita tuvo siempre un perfil político. Se entrevistó con el presidente Sebastián Piñera, que viene de salvarse en el Senado de un juicio político pedido por la Cámara de diputados y que tuvo que soportar la dura derrota de su candidato presidencial, que quince días atrás, en la primera vuelta electoral, quedó postergado al cuarto puesto (y por ende descartado).
La oposición y sus
intelectuales orgánicos
Mientras Macri ocupaba la Casa Rosada, Piñera era el presidente de la región con el que más simpatizaba. En Santiago intercambiaron cuitas y el argentino, puesto a dar consejos a los chilenos, les recomendó que tuvieran paciencia en su reclamo de cambios y privilegiaran el equilibrio. Juntos por el equilibrio, podía llamarse esa escena,
Jaqueado en la Justicia y paulatinamente desplazado internamente por quienes fueron sus delfines, Macri se defiende poniendo en valor sus conexiones internacionales. En estos días será anfitrión de Pablo Casado, jefe de la oposición conservadora española, el Partido Popular. Casado podrá contarle los sufrimientos de su partido a raíz de la aparición -a su derecha- de una fuerza conservadora populista -VOX-, que muy velozmente alcanzó peso parlamentario y se expandió, a costa de la derecha moderada. Macri, que para subrayar una postura de halcón en su coalición coquetea aquí con la línea llamada “libertaria” encarnada por Javier Milei, tendrá oportunidad de calcular riesgos y beneficios potenciales de esos juegos: ¿quién subyuga a quién?
La declinación del liderazgo de Macri después de su experiencia de gobierno, el cauteloso ascenso de Horacio Rodríguez Larreta, el fortalecimiento del radicalismo en el seno de la coalición y la reaparición de Elisa Carrió en modo Árbitro Moral son fenómenos que inquietan a una franja de opinión que esperaba de la oposición una conducta consensual y negociadora. Al ver cómo trascienden los tironeos por ocupar jefaturas de bloques, interbloques y comisiones parlamentarias y cómo se anticipan disputas que deberían postergarse hasta la próxima elección, muchos opinadores recriminan a la dirigencia opositora y hasta la comparan con la oposición venezolana, que perdió la oportunidad de soldar una estrategia unificada y terminó legitimando el dominio de Nicolás Maduro.
Esas quejas, elaboradas desde lo que podría definirse como la intelectualidad orgánica de la oposición, alertan sobre la posibilidad de que el oficialismo, pese a haber soportado una dura derrota en las primarias y otra apenas suavizada en la elección general, puede cambiar la piel en el proceso que lleva a las presidenciales y alcanzar una victoria.
La elección de Carlos Melconián como cabeza del think tank de la Fundación Mediterránea y la admisión de que esa fuerte organización con eje en Córdoba aspira a formular un programa destinado a quienes vayan a gobernar, es una señal de que crece la convicción de que otros actores deben sumarse a hacer cosas que el sistema político tarda en poner en marcha.
El empoderamiento de Fernández
Otro reflejo de la emergencia: los observadores notan que Alberto Fernández se siente empoderado por el apoyo de sindicatos, movimientos sociales e intendentes del conurbano y se atreve a cierta autonomía frente a la señora de Kirchner y la Cámpora. Tanto, que la Casa Rosada hasta imagina un acto masivo y jubiloso para el viernes próximo, cuando el presidente acuda al Congreso a inaugurar su tercer año de gestión.¿Demasiado entusiasmo? ¿Ha cesado el temor a los cañonazos epistolares de CFK?
Lo que puede verse es que la investidura presidencial le ofrece una ventaja relativa a Fernández. Quienes apuestan a una política sensata, aunque duden de la eficacia del Presidente a la luz de los dos años transcurridos, preferirían que él se pusiera al frente de los acuerdos y las iniciativas que se requieren para equilibrar rápidamente la nave del país.
Conviene no confundir ese fenómeno con un crecimiento del “albertismo”, una opción política notoriamente anémica. Se trata de otra cosa: de presidencialismo -la vocación (o la resignación) de contribuir a que la autoridad presidencial se sostenga y conduzca un gobierno eficaz-, que es un elemento objetivo que surge de la idiosincrasia político-institucional argentina y juega a favor de Fernández cuando éste apunta a un blanco adecuado.
Esta semana, su ministro de economía, Martín Guzmán, fue a la CGT y recibió el apoyo de la central sindical a sus negociaciones con el FMI. Los gremios, con el nuevo triunvirato de conducción a la cabeza, aplaudieron al ministro en vísperas de que una delegación de la cartera viajara a Washington a seguir burilando el acuerdo con el Fondo. Guzmán les había asegurado que ese acuerdo no incluirá ni “un ajuste” ni cláusulas adversas a los derechos de los trabajadores. La CGT no reclamó detalles, le alcanzaron esas generalidades para ofrecerle un aplauso al ministro y al gobierno.
El presidente cosechó en persona el respaldo de la Unión Industrial Argentina. Aunque amagó no ir al cierre de la Conferencia Industrial en Parque Norte, asistió y habló después de que Daniel Funes de Rioja, el presidente de la entidad y representante, en primera instancia, del vital sector alimentación, le hiciera llegar el mensaje de que el apoyo al gobierno sería explícito.
Efectivamente, pese a que han habido tironeos entre la UIA y el gobierno (específicamente por las políticas de control que enarbola el secretario de Comercio, Roberto Feletti, y por la ley de envases) Funes de Rioja expuso fuertemente en su discurso: dijo estar seguro de que “el gobierno va a resolver la deuda externa con el FMI de la mejor manera posible”, una frase que indica que ha recibido información clasificada sobre las negociaciones y que aprueba lo que el gobierno está haciendo. En un mensaje dirigido a su propia base, Funes señaló además que hay que “trabajar de manera tripartita” con el sector público y los dirigentes sindicales”, una apuesta por el acuerdismo político-social que recatadamente teje el secretario de Asuntos Estratégicos de Fernández, Gustavo Béliz.
La derrota electoral sufrida por el oficialismo (con el detalle de la remontada entre septiembre y noviembre), así como ha vigorizado el presidencialismo (por oposición al “vicepresidencialismo”, es decir, a la influencia de la señora de Kirchner, que resultó la víctima central del resultado), empiezan a notarse pulsiones autonómicas en los bloques legislativos. Los gobernadores por el momento observan desde sus comarcas: a la mayoría no le gusta el kirchnerismo, pero tampoco quieren ser absorbidos como peones de una disputa “AMBA-céntrica”. Esperan con paciencia el tiempo federal que necesariamente sobrevendrá.
El respaldo objetivo (y los reclamos implícitos) a la Presidencia se fundamentan en que se aproximan momentos de definición impuestos por la realidad: el país atravesará diciembre con records de pobreza, records de emisión y un dramático déficit de reservas. El termómetro del dólar marca un estado altamente febril. Los registros y rumores sobre retiros de depósitos, que siempre empiezan siendo exagerados, pueden convertirse en deslizamientos que anticipan avalanchas si el sistema político y los grandes jugadores no construyen rápidamente una plataforma común de gobernabilidad.