Nicolás Lucca realiza una “anatomía de la sociedad argentina” en su libro “Te odio” (Galerna, 2018), en el cual profundiza sobre el estado de guerra permanente en el que se vive: un ensayo que atraviesa la historia del odio en la Argentina.
– En el libro, lejos de tomar una postura neutral se para de un lado de la grieta argentina y critica duramente a la otra.
– No creo que haya criticado duramente a “la otra parte”. ¿Cuál sería la otra parte si analicé por igual a conservadores, progresistas, izquierdistas, nacionalistas, derechistas y demás? De hecho, al final de uno de los capítulos, aclaro que yo me he visto envuelto muchas veces en alguna de las descripciones que realizo. Si hay un partido que tomé, es el de creer que en la Argentina no hay una grieta, sino divisiones mucho más profundas y más antiguas que una grieta reciente. El único partido que tomé es el de la integración por sobre la asimilación, el del respeto por el que nos respeta, el de no temerle a los cambios, y sobre todo el de no ser conscientes que cuando discutimos, no lo hacemos para ganar, sino por la satisfacción de que el otro pierda.
– Hace una dura critica a la hibridez argentina (el libro empieza con la metáfora del Fernet), ¿no cree que el odio es más fuerte en regiones donde se trata de mantener la pureza?
– Más que una crítica es una realidad que también nos ha dado grandes logros, como ser un país en el que la xenofobia es oral y de pensamiento. Rara vez salimos violentamente a masacrar extranjeros -salvo casos concretos que también fueron relatados- y si bien hay muchos que se sienten incómodos frente a un foráneo, un gay, o alguien con otro color de piel, difícilmente se lo diremos en el momento. Eso también es hibridez, pero sería algo positivo, supongo, en comparación a la muerte. La metáfora del Fernet -una anécdota real- apunta a cómo cosas que a nosotros nos parecen aceptables, para otros son la ruina. Sí, creo que la conservación frente a amenazas inexistentes lleva al miedo. Y al miedo lo disfrazamos de odio. Y digo que lo disfrazamos porque no se puede odiar lo que no se conoce.
– Con sus críticas a los sectores más populares no siente que su libro solo indaga desde la mirada de la clase media?
– Estadísticamente, el sector más popular es la clase media. Y si bien sería imposible analizar desde otra clase a la que no pertenezco, debo dejar bien en claro que no existe una crítica a los sectores “populares”, sino a lo que se ha hecho desde la política con esos sectores. Nadie puede sostener firmemente que pretender que un pobre deje de ser pobre es atacar su forma de vida. Solo sé que la historia enseña que los gobiernos que el revisionismo nos presentó como más oligárquicos en el siglo XIX fueron los que fundaron un sistema de integración del inmigrante y de salida de la pobreza al mismo tiempo al crear el sistema educativo que fue nuestro orgullo por más de un siglo. Desde hace décadas, en cambio, las políticas hacia la pobreza -cuando las hay- son para contenerla, para que no moleste, nunca para solucionarla realmente.
– Se habla de la nostalgia de la argentina potencia del siglo XX, ¿no cree que había sectores muy excluidos, y que era solo potencia para un grupo social de elite?
– Casualmente me río de esa nostalgia de la Argentina potencia. Cuando realmente estuvimos a la cabeza de los países con mayor PBI el mundo estaba destruido. Es difícil saber así si éramos muy buenos o no teníamos competencia seria. Respecto de la potencia industrial, solo lo fuimos a nivel regional y con ideas de afuera. Ha sido una apuesta de un modelo de Estado que pareció funcionar al principio, pero que intentar repetirlo ya es anacrónico. El mundo no produce como nosotros queremos volver a producir.
– ¿Cómo ve hoy la necesidad del oficialismo de encontrar un enemigo fuerte, pero a la vez debilitarlo a través del odio inyectado por el aparato de medios?
– Son puntos de vista. Si la pregunta hace referencia al gobierno que antecedió al de Macri, creo que no hizo falta inyectar odio a través de los medios. Si así funcionaran nuestras cabezas, si fuéramos tan maleables, habría dado resultado el enorme aparato de propaganda montado por el kirchnerismo, y no fue así. Los medios pueden fijar agenda, indicarnos temas para que pensemos, pero nunca pueden decidir por nosotros ni pensar por nosotros. Por último, la necesidad de encontrar un enemigo fuerte obedece a la forma en la que se ha movido históricamente la política en nuestro país. Los grupos afines a un político o a una ideología no son la inmensa mayoría y podemos notarlo en las grandes fluctuaciones electorales entre cada comicio. El resto no vota -no votamos- a favor de alguien, si no en contra de otro.