Por Jorge Raventos.
Si, contra lo que se ha dado por seguro hasta el último jueves, la Cámara de Senadores confirmara la media sanción que los diputados otorgaron ese día a la despenalización del aborto, Mauricio Macri pasaría a la historia como el Presidente que lo legalizó en la Argentina. Perón introdujo el voto femenino y Alfonsín el divorcio vincular. Macri abrió la puerta al matrimonio homosexual como jefe de gobierno porteño y ahora como mandatario nacional podría a su foja agregar este otro trofeo.
El logro tiene bastante de paradójico: a diferencia de la lucha contra la inflación o el compromiso de alcanzar la meta de “pobreza cero”, el aborto no figuraba en el programa del partido del Presidente. El mismo se pronunció implícitamente en contra cuando declaró que está “por la vida”. Pero, si en definitiva se aprueba la legalización del aborto, aunque los diputados de origen trotskista rechacen la idea y prefieran darle el crédito a militantes bolcheviques y les feminestes locales jerarquicen al sufragismo, será de plena justicia reconocerle la responsabilidad máxima al Presidente: él le dió luz verde al debate y él ha refirmado que -a diferencia de lo ocurrido con la ley que vinculaba los aumentos de tarifas a los aumentos de salarios- no vetará la ley del aborto libre.
Es probable que la Casa Rosada prefiera destacarse por otros logros que por el momento se muestran esquivos. El Fondo Monetario Internacional abrió un formidable paraguas preventivo de 50.000 millones de dólares sobre la Argentina. El anuncio del monto y las facilidades concedidas al país parecieron abrir una nueva situación y ofrecerle al gobierno espacio y tiempo para trabajar un acuerdo que amplíe las bases de la gobernabilidad y posibiliten el cumplimiento de los compromisos básicos con la entidad mundial. Sin embargo, los mecanismos de acción oficiales lucen trabados.
El ministro de Trabajo consiguió que la CGT demorara, en primera instancia, una medida de fuerza que venía empujada por los sectores más intransigentes del movimiento obrero. El consejo directivo de la central obrera abrió la posibilidad de tratar cinco puntos (varios de los cuales estaban previamente conversados con Jorge Triaca y otros podían resolverse pariendo diferencias). Pero el gobierno suspendió la reunión donde debían tratarse esos puntos y eso precipitó un llamado a la huelga.
Por cuerda separada los camioneros de Hugo Moyano y el sindicalismo más radicalizado se movilizaron y procuran arrastrar a la intransigencia a los gremios que dan vida a la central de la calle Azopardo. Hay que interpretar que, o el gobierno ha decidido privarse de interlocutores en el campo gremial o se apoya en mecanismos que inducen la torpeza. ¿Está dispuesto a contribuir a que todos los fragmentos sindicales se unifiquen en la acción y a pelear contra todos?
Que Federico Sturzenegger haya sido desafectado del Banco Central a días de proyectarlo a coanunciar (junto a Nicolás Dujovne) el acuerdo con el FMI denota cierta improvisación en la cúpula del Ejecutivo. ¿Qué pecado nuevo cometió Sturzenegger en esos pocos días? ¿Que el dólar se escapó a 28 pesos y simultáneamente se perdieron casi mil millones de dólares de las reservas? Eso es pecata minuta comparado con la escalada anterior y la pérdida de más de 10.000 millones. En todo caso, ¿por qué tardaron tanto en cambiarlo?
Se dirá: fue el mercado el que impuso el cambio. No es un argumento amigable para la Casa Rosada: supone que las circunstancias son las que imponen las reglas. Por otra parte, una vez más: si se registraban bien los deseos “de los mercados” el retiro de Sturzenegger debió haber ocurrido antes (y quizás más económicamente).
La verdad es que el cambio no parece haber convencido a “los mercados” lo suficiente como para que el dólar no siguiera creciendo. “Los mercados” han comprobado que pueden influir en la marcha del gobierno y piden más modificaciones. El gobierno vacila y recalcula: ¿tiene suficiente fuerza como para resistir otra vez o esa conducta llevará a poco andar a un nuevo viraje tardío?
En ese recálculo, ¿se tomará en cuenta la inconveniencia estratégica de pulsear con los mercados y pelear simultáneamente con los sindicatos, la oposición política, los movimientos sociales y la Iglesia (despenalización del aborto)?
Aborto y anacronismo demográfico
Se ha pintado la reivindicación del aborto libre como señal de modernidad. Mauricio Macri había dado luz verde al debate del aborto desde la misma lógica con la que, cuando ocupaba el Ejecutivo del gobierno porteño, allanó la aprobación del matrimonio homosexual: cediendo a la presión de un amplio sector de la opinión pública urbana que ha constituido su plataforma social.
En el caso del aborto, el tema fue lanzado en momentos en que los traspiés económicos (particularmente la inflación indómita y los aumentos tarifarios) empezaban a ocupar el centro en las preocupaciones ciudadanas y alejaban a aquel sector del respaldo al gobierno. Quizás hubo, como más de un observador opina, una intención diversionista para ganar tiempo mientras se intentaba componer la economía que estaba obturada. Pero lo cierto es que empieza a haber ley de aborto libre y las dificultades económicas persisten.
Más allá de las intenciones, el tema del aborto adquirió repercusión por peso propio y reveló una grieta diferente de la que había demarcado la política kirchnerista, pero no menos profunda, pues no sólo pone en juego creencias y valores (sustancias poco susceptibles de negociación), sino que restaura parcialmente oposiciones nacionales más añejas que enfrentaron a las provincias con Buenos Aires, a los doctores y “galeritas” urbanos con las poblaciones tradicionalistas del interior.
Para un amplio sector del frente de rechazo a la legalización, esta iniciativa se inscribe en una operación más amplia tendiente a inducir el control demográfico de las sociedades en desarrollo. En nombre de la racionalidad y la modernización, desde al menos la década del cincuenta estarían en marcha políticas destinadas a reducir la tasa de natalidad.
Si bien se mira, es probable que la verdadera fuerza motriz de esos cambios sea la extensión del sistema de producción capitalista y su globalización, que trae aparejadas transformaciones en la vida cotidiana, en la estructura de las familias y en el papel de la mujer.
Cuando el sistema estaba en etapas anteriores de su desarrollo, coincidió con una explosión demográfica que provocó la aprensión de algunos teóricos, como Malthus: consideraron que el mundo se volvería insustentable pues la población crecería por encima de los recursos para alimentarla. Los datos parecen confirmar esa sospecha: entre 1750 y 1950 la población mundial creció de 1.000 millones a 3.000 millones de personas. Luego, entre 1950 y 2000 se duplicó y llegó a 6.000 millones. El ritmo parecía conducir a una catástrofe; las posiciones neomalthusianas se encendieron y así también los operativos desprendidos de esas posturas.
Pero lo cierto es que, aunque las políticas de control demográfico se incentivan, aquella explosión se ha detenido. La ONU puntualiza que en 2050 el incremento demográfico será inferior. En los 44 países más avanzados la población se está contrayendo, y en los países menos desarrollados la tasa de natalidad ha bajado de 6,6 a 5 hijos por madre y sigue descendiendo.
Actualmente el peligro potencial es, más bien, el contrario, el decrecimiento demográfico, que, en paralelo con el aumento de la esperanza de vida, determina un envejecimiento promedio paulatino de la población. Los especialistas en sistemas previsionales sufren los efectos de esta tendencia. Vistas desde esa perspectiva macro, la facilitación del aborto y las políticas de control más o menos compulsivo de la natalidad se han tornado anacrónicas. Vistas desde la lógica de un país despoblado como la Argentina, son por lo menos inoportunas.
Más allá de ese análisis están las perspectivas ligadas a valores y al dilemático establecimiento de prioridades entre objetivos legítimos: defensa de la vida (de las embarazadas y los niños por nacer) y defensa de la libertad y la salud de las mujeres encinta que no quieren o no se sienten en condiciones de ejercer la maternidad (punto en el que un aspecto debería ser un régimen ágil y efectivo de adopción, algo poco contemplado). Los votos en la Cámara baja definieron jerarquías.
Aborto y federalismo
La Cámara de Diputados que aprobó el aborto libre refleja en su integración, así sea atenuadamente, el predominio poblacional de las grandes ciudades. Es razonable suponer que el Senado, constituido con una lógica federal que empareja la representación de todos los distritos, exprese la negativa con más volumen.
Habría que contabilizar, sin embargo, la presión que supone la victoria obtenida por el frente legalizador del aborto en la cámara baja y la repercusión de los medios de alcance nacional que suelen reflejar amplificadamente la atmósfera dominante en Buenos Aires, donde mayoritariamente están asentados. Los senadores, por otra parte, aunque llegan en representación de sus provincias, sesionan en la ciudad de Buenos Aires y están, quiéranlo o no, inmersos o presionados por ese clima.
Con estos razonamientos, el bloque por la legalización del aborto, que se encontró en Diputados con un triunfo no improbable pero inopinado, ahora sueña con repetir en la otra cámara.
Conjeturas peronistas
En medio de las dificultades que atraviesa el gobierno y de la demora en una propuesta oficial de acuerdos básicos, el peronismo teje en torno a la construcción de una alternativa para 2019. En ese sentido lo más significativo que se ha escuchado en los últimos días es el runrun de una fórmula integrada por Roberto Lavagna y Miguel Pichetto. Desde su activo retiro, el ex presidente Eduardo Duhalde viene insistiendo a sus interlocutores justicialistas que el partido tiene que tener candidatos listos apenas termine el campeonato mundial de fútbol. El rumor de la fórmula Lavagna-Pichetto es, quizás, una manera de poner en acción a otros candidatos que postergan sine die el sinceramiento de sus ambiciones. ¿Va a ser candidato Juan Manuel Urtubey? ¿Va a lanzarse José Manuel De la Sota? ¿Qué va a hacer Sergio Massa?
Más allá de ese papel de incentivador de lanzamientos, el binomio Lavagna-Pichetto tiene un peso intrínseco. El exitoso ex ministro de Economía luce atractivo cuando la situación económica aparece como preocupación básica de la población mientras el gobierno anuncia objetivos pero no avanza. Pichetto, por su parte, se ha ganado un espacio como dirigente político equilibrado y con sentido de las obligaciones de Estado.
Ligado Lavagna al Frente Renovador y Pichetto al peronismo de los gobernadores, articulan un binomio de convergencia, un buen punto de partida para un proyecto de unidad. ¿Aceptaría en esas condiciones Sergio Massa postergar sus aspiraciones presidenciales para competir por la provincia de Buenos Aires? Sería un partido bravo: debería vérselas con María Eugenia Vidal (si ella decide repetir y no termina ligada a la fórmula presidencial) y quizás con Cristina Kirchner, si la ex presidente decide edificar en el distrito donde lidera las encuestas).
En medio de los ecos del debate sobre el aborto y tras el decepcionante resultado de la selección de fútbol en el Mundial de Rusia, estas conjeturas suenan seguramente como crónicas marcianas. Pero cuando en Rusia se haya jugado la final, de estos temas se hablará.