por Denise Castello
En medio de las crecientes tensiones de seguridad entre Corea del Norte y EEUU, el 9 de mayo pasado los surcoreanos votaron un nuevo presidente que asumió su mandato al día siguiente.
Después de casi una década de gobierno conservador en Corea del Sur, ganó por amplia mayoría el líder del Partido Democrático Moon Jae-in, un liberal progresista, hijo de refugiados norcoreanos y abogado de derechos humanos que entre 2003 y 2008 había ocupado varios cargos en el gabinete del presidente Roh Moo-hyun.
La victoria de Moon fue producto de varios factores internos y externos. Entre los internos pueden mencionarse el escándalo de corrupción que hizo que la presidente Park Geun-hye fuese destituida llamándose a una elección presidencial anticipada, y la altísima concentración del poder económico en manos de los chaebol, poderosos conglomerados empresariales en manos de un puñado de familias que controlan la mayor parte de la economía del país, también implicados en la trama de corrupción. Cabe mencionar que, irónicamente, la derrocada expresidente es la hija del dictador Park Chung-hee (gobernante entre 1961 y 1979), quien hace años encarcelara a Moon Jae-in por dirigir protestas estudiantiles.
Entre los factores externos destaca la equívoca política exterior de Donald Trump hacia la península coreana, que impuso su agenda unilateralmente sin consultar las prioridades de sus socios y amenazó con solucionar el problema por la fuerza. Sus declaraciones acerca del “fin de la paciencia estratégica” y el despliegue del sistema estadounidense para derribar misiles balísticos conocido como THAAD (Terminal High Altitude Area Defense), han llevado a una escalada en las tensiones que dejó en evidencia la vulnerabilidad surcoreana.
Unidos por el espanto
En Corea del Sur, los desatinos de Donald Trump asustan más que la verborragia agresiva de Kim Jong-un, puesto que los surcoreanos están acostumbrados a las provocaciones de Pyongyang y su programa nuclear, pero una actitud tan errática y torpe de parte de un socio estratégico es por lo menos inquietante.
Sólo en sus primeros cien días, el presidente estadounidense afirmó, entre otras cosas, que Corea solía ser parte de China, lo cual es falso e irrespetuoso. Luego declaró que el tratado de libre comercio con Corea del Sur era desventajoso para su país. También exigió que Seúl pague el coste de mil millones de dólares por el polémico THAAD. Mientras tanto, prometió resolver el problema de Corea del Norte con ataques preventivos y unilaterales y afirmó que enviaba a la zona un portaaviones que en ese momento se dirigía en dirección contraria. Por eso no es raro que Corea del Sur, principal víctima potencial de un eventual conflicto bélico entre Washington y Pyongyang, comience a replantearse seriamente los términos de su cooperación con EEUU.
El regreso de la “Política del Sol”
El nuevo presidente surcoreano debe gobernar un país profundamente dividido entre conservadores que ven en Corea del Norte su principal enemigo, y liberales que quieren un acuerdo de paz con su vecino del norte. No obstante, se espera que Moon introduzca cambios importantes en la política exterior que sin duda afectarán el delicado equilibrio regional.
En principio, Moon pretende volver a la “Política del Sol”, de mayor cooperación con Corea del Norte, implementada desde 1998 por el entonces presidente Kim Dae-jung, y que le valiera el Premio Nobel de la Paz. El nombre proviene de “El Viento y el Sol,” una fábula de Esopo cuya moraleja indica que la persuasión es más poderosa que la violencia. La idea se basa en antiguos modos tradicionales coreanos de lidiar con los enemigos dándoles regalos para evitar que hagan daño.
Hasta 2008, durante el mandato del presidente Roh Moo-hyun, Moon impulsó los contactos políticos y económicos con Corea del Norte en un esfuerzo por mantener la paz. Por eso Moon, dejando de lado la línea dura con Pyongyang de su antecesora, propone emprender nuevamente un acercamiento menos conflictivo con Corea del Norte. En este sentido, se ha comprometido a reanudar los intercambios intercoreanos, retomando proyectos comunes como la zona industrial de Kaesong, y reanudando las frustradas conversaciones entre Seis Partes (Estados Unidos, Corea del Sur, Corea del Norte, China, Japón y Rusia) sobre la desnuclearización, a cambio de recompensas diplomáticas y asistencia energética, a fin de mantener la seguridad y estabilidad mediante un régimen de paz. Si bien es más difícil que hace diez años debido al desarrollo nuclear norcoreano y las sanciones impuestas por Naciones Unidas, está claro que la única solución posible pasa por la paz.
Una nueva política exterior
Moon quiere normalizar cuanto antes las relaciones con China, su principal socio comercial, que ha impuesto un boicot no declarado a los productos surcoreanos como respuesta al despliegue del escudo antimisiles THAAD, porque considera que éste puede emplearse para espiar territorio chino. Ya durante su campaña electoral Moon había dicho que una decisión de semejante importancia como el establecimiento del THAAD debía ser adoptada por un nuevo gobierno y no como sucedió, en medio del período de transición entre un gobierno destituido y las elecciones para nuevo presidente, motivo por el cual es esperable que lo revise.
Más escéptico hacia Washington que sus predecesores en el gobierno, su idea es emanciparse de la tutela estadounidense, lo cual erosionará la influencia de EEUU en Asia y aumentará las tensiones entre ambos. En este sentido, la nueva política exterior de Corea del Sur puede significar la primera derrota estratégica de Trump con respecto a China, que en unos años podría convertirse en el principal referente del poder en la región. En este caso China, que no quiere una Corea unificada aliada a EEUU, ya no sentiría como una amenaza que se fueran estableciendo las condiciones para una futura unificación gradual y pacífica de las dos Coreas.
Esto no significa que los surcoreanos sean más favorables a China que a EEUU. Por lo contrario, Moon es partidario de que Seúl tenga un papel mucho más activo en el manejo de la crisis norcoreana y deje de ser un mero espectador de las disputas de poder entre Washington y Pekín.
En este contexto de creciente influencia de China, amenaza nuclear de Corea del Norte e imprevisibilidad de EEUU, Corea del Sur necesita más que nunca reducir su vulnerabilidad externa afrontando un conjunto de opciones estratégicas, que a la vez condicionarán sus perspectivas económicas y de seguridad nacional.
Por numerosos motivos, la clave está su relación con Corea del Norte, que el nuevo gobierno buscará pacificar mediante la “Política del Sol”. Para esto Moon deberá encontrar el justo equilibrio entre la alianza y la autonomía respecto de China y EEUU. Todo un desafío.
(*): Licenciada en Relaciones Internacionales