Dio muestras de liderazgo en un momento delicado. Se adelantó a algunas medidas del gobierno nacional y provincial. Hubo diferencias, pero quedaron diluidas en el mensaje antigrieta que escenificó el presidente.
Por Ramiro Melucci
Ni reflexión, ni celebración, ni balance. Guillermo Montenegro no tuvo tiempo para nada de eso al cumplirse los primeros cien días de su gestión. Nunca hubiera imaginado que el fomento del turismo iba a mutar en un pedido para que no venga nadie. O que el impulso a la actividad comercial iba a degenerar en una prohibición casi general de funcionamiento. Pero todo eso sucedió. Y fue necesario.
Con esas y otras medidas y anuncios, que preludiaron la cuarentena obligatoria decretada por Alberto Fernández, el intendente se puso al frente de la cruzada contra el coronavirus en la ciudad. Su impronta comenzó a notarse, sobre todo, después de que el Concejo Deliberante le aprobara la emergencia sanitaria y la creación del consejo de prevención. Es cierto que ese órgano es coordinado por la secretaria de Salud, Viviana Bernabei. Pero cada directiva, cada decisión, cada recomendación, tuvo al jefe comunal como su principal comunicador.
Hubo dos tramos bien diferenciados. En el primero, Montenegro se adelantó a las medidas del gobernador y el presidente. Ocurrió, por caso, con la declaración de emergencia sanitaria, la suspensión de clases, la prohibición de los eventos masivos y la licencia para los grupos de riesgo.
De todas ellas, la que más llamó la atención fue la de las clases. Hacer el anuncio un día antes le valió un roce con la Provincia. El jefe de Gabinete bonaerense, Carlos Bianco, hizo pública la queja cuando aclaró que los intendentes no tienen competencia para suspender el ciclo lectivo. La controversia no fue más allá porque el mismo día que lo dijo se anunció la decisión de suspender las clases en todo el país.
Una combinación de factores ayudó a encapsular las diferencias. Uno bien visible: la imagen conjunta de Alberto Fernández, Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta en aquel anuncio. Otro que no fue público: una admonición telefónica del gobernador.
A partir de ese momento comenzó el segundo tramo. Las disidencias parecieron esfumarse y el discurso antigrieta se profundizó. También quedaron en un segundo plano las discrepancias con los bloques opositores del Concejo. Contribuyeron los encuentros que el jefe comunal mantuvo con los concejales en su despacho.
Uno fue con Acción Marplatense, la bancada que se había sentido ofendida por la apropiación de la autoría del comité de crisis. Los concejales de Gustavo Pulti le pidieron al jefe comunal que restringiese aún más la actividad –todavía no había sido emitido el decreto que limitó el comercio–, acelerase la compra de respiradores e insumos médicos e impulsara una campaña comunicacional de prevención más agresiva.
A otro asistieron todos los jefes de bloque. Dijeron presente el presidente del Concejo, Ariel Martínez Bordaisco; Alejandro Carrancio (Vamos Juntos), Marcos Gutiérrez (Frente de Todos), Horacio Taccone (Acción Marplatense), Ariel Ciano (Frente Renovador) y la radical Vilma Baragiola. Todos se pusieron a disposición para trabajar en soluciones conjuntas.
Los desacuerdos del momento se desvanecieron aún más luego de la foto con que Alberto Fernández anunció la cuarentena: junto a Larreta, Kicillof; el gobernador de Santa Fe, Omar Perotti, y el de Jujuy, Gerardo Morales. Dos peronistas de distinta procedencia y dos integrantes de Juntos por el Cambio, pero uno del PRO y otro radical. Cuando los reunió en La Plata, el gobernador bonaerense también les dejó en claro a los intendentes que había que actuar en coordinación y tomar como guía al gobierno nacional.
Montenegro volvió de ese viaje convencido de que la gravedad de lo que está sucediendo no da lugar a nada que se parezca a la grieta. Lo dice y lo repite. Pero por ahora los anuncios locales importantes no exhiben una imagen multipartidaria. Elige mostrarse con su equipo o solo. Con la evidente intención de reafirmar su liderazgo.
El Concejo tuvo un capítulo adicional. Había convocado a una sesión extraordinaria para tratar la emergencia de seguridad en playas. El intendente la necesitaba para pagarle a la Mutual de Guardavidas los servicios prestados durante el verano. Pero sesionar en plena pandemia, por más recaudos que se tomaran, hubiera sido una señal a contramano de lo que se pregona. Sobre todo si la sesión aludía a un asunto sin ninguna vinculación con la urgencia de la hora.
Los concejales cayeron en la cuenta de que iban a quedar apartados de la realidad. Decidieron por lo tanto un camino más directo y razonable: suspender la sesión y firmar un decreto. Así, garantizaron el salario de los 71 guardavidas sin necesidad de amontonarse en el recinto.
Colaboró en ese acuerdo que el gobierno municipal corrigiera el texto original del convenio. Preveía abonarles a los guardavidas con fondos de distintas dependencias, inclusive Salud y Desarrollo Social. Al final, la administración aceptó, como le marcó el Frente de Todos, que eso era improcedente en medio de las necesidades sanitarias y sociales que se avecinan.
Es que el avance de la pandemia lo abarca todo. Y más allá de los controles del aislamiento, las denuncias por incumplimientos de la cuarentena y las recomendaciones de higiene personal, lo fundamental será la planificación de la etapa que viene.
En dos planos. El sanitario, porque el municipio deberá disponer de las instalaciones, las camas y los respiradores que hagan falta para responder al cuello de botella que podría generar el incremento de los contagios. Y el social, porque no es lo mismo una cuarentena en Europa que una en un país carcomido por la desocupación y la pobreza. De cómo responda el sistema sanitario y la asistencia social cuando el virus avance también dependerá la suerte de los gobernantes de turno. Montenegro incluido.