Por Agustín Busefi
El anciano reflexiona junto al niño.
Llueve en los suburbios del mar
y en las calles de la pobreza.
Las flores se precipitan llenas de pus y de sangre.
Quién inventó la cruz, dónde duermen las espinas,
quién hace el mal.
Allá… arriba ves, asoma el ave de las alas negras.
Viene hacia nosotros con sus falsas promesas;
en el pico trae niños hambrientos y en los ojos,
tiene la sangre de muchas tierras.
Quién es, pregunta el niño y el anciano le contesta:
Es un ave disfrazada de paraíso. Y otras, nuestras,
de su misma especie, la saludan y rinden pleitesía.
El mar se agita niño, el día del futuro se torna oscuro.
El ave viene con su tormenta antigua,
de cuerpos muertos y de lenguas secas.
Esa ave, abuelo cómo se llama… en qué piensa.
Cambia su nombre según los mares que pisa.
Y nunca piensa. Sólo en ella piensa.
Y el anciano dice, mientras medita.
Se siente el gusto salitroso de la espera… se escuchan
los rumores eternos del mar.
Ahora duelen las cárceles del alma, el petróleo ensangrentado,
y el uranio enriquecido con pueblos empobrecidos.
El ave se acerca a nosotros, abuelo!
Sí, está abriendo su enorme pico y el vuelo, de sus alas negras, trae cadenas. Tiene el hambre y la voracidad propias de la codicia.
A muchos los despereza y alegra con la ceremonia de la entrega.
¿Qué haremos, abuelo?
Caminar mirando el mar… mirando el cielo, que hasta allí no llega,
esa ave oscura de las alas negras.