Por Juan H. Lamarche
En los últimos meses fui invitado a participar de unas mateadas por jóvenes integrantes de la orden franciscana y de la parroquia de Pompeya, de mi barrio, lugar de encuentro en la plaza Pueyrredón. A pesar de mi agnosticismo concurrí y la pasé de maravillas.
En la primera reunión a la que concurrí se invitó a formular una idea de un mate en particular, aparecieron mates reales e imaginarios, en mi caso, que uso mates de calabaza forrados en cuero, recordé un jarrito verde que se usaba en casa en mi infancia.
La yerba mate fue usada por los indígenas guaraníes antes de la conquista de América, en el siglo XVII los jesuitas la cultivaron con esmero, al ser expulsados la crianza decayó, actualmente en la provincia de Misiones existen yerbatales en cantidad y de gran calidad.
El caso es que el mate en sus diversas variantes es siempre ocasión de agasajo y encuentro, acicate para la charla, el debate, la broma. Reuniones familiares, amistosas, vecinales, hospedan al mate. Es una bebida saludable, cálida, que prácticamente no tiene contraindicaciones.
Al saludo sigue la pregunta ¿unos mates?, la respuesta suele ser afirmativa y acá, en relación al mate no cuentan las diferencias de edad, sexo, color, religión, equipo de futbol y otras. Cada cual sí difiere en sus gustos, en mi caso el amargo y una yerba con nombre de playa que espero prueben.
Y ahora un texto homenaje al mate del periodista Lalo Mir: “Es el compañero hecho momento / Es la sensibilidad al agua hirviendo / Es el cariño para preguntar estúpidamente, ¿está caliente, no? / Es la modestia de quiero cebar el mejor mate / Es la generosidad de dar hasta el final / Es la hospitalidad de la invitación / Es la justicia del uno por uno / Es la obligación de decir gracias, al menos una vez al día / Es la actitud ética, franca y leal, de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir.”