Panorama político nacional de los últimos siete días
Por Jorge Raventos
Javier Milei cambió las camperas por el black tie para participar de modo rutilante en la gala por la victoria de Donald Trump que tuvo lugar en Mar a Lago, estado de Florida, la suntuosa residencia personal del presidente electo de los Estados Unidos el último jueves. Trump y la derecha alternativa que se congrega en la CPAC han adoptado al presidente argentino como inopinada estrella. Milei fue el único presidente extranjero invitado, fue uno de los escasos oradores de la noche y fue notablemente elogiado desde el micrófono por el anfitrón. “Lo que has hecho por Argentina en tan poco tiempo es genial”, le dedicó Trump. La delegación libertaria – el canciller Wertheim y la hermana Karina acompañaban al Presidente- estaba desbordada de emoción: “Lo que pasó con Trump, ni en nuestros mejores sueños. Fue increíble”. El protagonismo que tendrá en el próximo gobierno de Estados Unidos el magnate tecnológico Elon Musk –muy cercano a Milei e interesado en hacer negocios en Argentina- es otro dato importante, así como la designación de Marco Rubio como secretario de Estado: será el primer latinoamericano que ocupa ese cargo y también él tiene fuerte proximidad (personal e ideológica) con el presidente argentino.
Pero, lógicamente, la figura de la reunión de Mar a Lago no era Milei, sino Trump quien, con su formidable triunfo del 5 de noviembre se dispone a inaugurar un vertiginoso período en su país y en el mundo asentado sobre una impresionante acumulación de poder (obtuvo la mayoría de electores que le garantiza la segunda presidencia, ganó en el voto popular, algo que los republicanos no conseguían desde hace veinte años, consiguió que su partido domine las dos cámaras del Congreso), pero Milei está ubicado en primera fila en el nuevo escenario, cuando se abre una era de recomposición política que presenta grandes posibilidades para Argentina (aunque no excluya algunos riesgos: la naturaleza no entrega oro amonedado).
Una nueva oportunidad
A principios de la década del 90 del siglo pasado, el final de la guerra fría -con la derrota soviética, la disolución de la URSS y el avance de la globalización- inauguró una etapa de reconfiguración mundial a la que Argentina, entonces con la conducción de Carlos Menem, se asoció con audacia. Ahora estamos ante otro de esos desafíos que son oportunidades.
En los ´90 el pensamiento políticamente correcto sospechaba de la aproximación argentina a Estados Unidos (en ese momento, la potencia abrumadoramente dominante en el hemisferio y en el mundo) tanto como de la globalización que se extendía: se sostenía que era un fenómeno inducido por los países avanzados que sólo favorecería a los más ricos. La realidad desmintió esa conjetura. Abundaron los casos de países emergentes que incrementaron su poder nacional y experimentaron una convergencia económica significativa con países desarrollados, a través de reformas económicas, liberalización del comercio y atracción de inversión extranjera.
Veamos algunos ejemplos. En los 90, en el auge de la globalización, China comenzó a consolidarse como una potencia industrial tras la apertura económica que inició en los 80. “Enriquecerse es glorioso” fue una de las consignas lanzadas en esos años por el líder del Partido Comunista, Den Xiao Ping. Con su ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001 y la liberalización de sectores clave, el país aceleró su crecimiento económico, atrayendo una enorme inversión extranjera. En 1980, el PIB per cápita de China era de aproximadamente 440 USD internacionales. Para el 2000, había aumentado a cerca de 3,500 USD, marcando un crecimiento notable debido a las reformas económicas y la apertura de mercados iniciada en los años 80. En 2023 el PIB per cápita de China ajustado por paridad de poder adquisitivo (PPP) ha sido de aproximadamente 22,135 dólares. en 2023.
A la zaga de China, el proceso benefició a sus vecinos, Vietnam y Corea del Sur, por caso.
En Corea del Sur, aunque el crecimiento había comenzado antes de los 90, en esta década se consolidó su lugar como una de las economías emergentes más exitosas en acercarse al nivel de los países desarrollados con un modelo orientado a la exportación, expandiendo su sector tecnológico. En 1980, su PIB per cápita rondaba los 3,000 dólares, y para el 2000, había alcanzado alrededor de 18,000 dólares impulsado por la industrialización y la expansión tecnológica
En América Latina, para no hablar de Argentina, Chile mostró una convergencia considerable al implementar reformas de mercado y estabilidad macroeconómica desde los 80. En los 90, Chile mantuvo un crecimiento sólido, apoyado en políticas fiscales responsables y la apertura de su economía al comercio internacional. Esto permitió que la economía chilena redujera la brecha con algunos países desarrollados, en especial en términos de ingreso per cápita, pasando de un PIB per cápita de aproximadamente 5,000 d’olares en 1980 a cerca de 10.000 dólares en 2000, en gran parte debido a las reformas de mercado y el crecimiento de sus exportaciones. Brasil, por su parte, tenía un PIB per cápita de alrededor de 5,000 USD en 1980 y alcanzó aproximadamente 7,000 USD en 2000. El crecimiento fue más lento en comparación con otros países debido a las crisis económicas y la inflación que afectaron la década de 1980 y 1990.
India inició en 1991 una serie de reformas económicas tras una crisis de balanza de pagos. Al abrirse al comercio internacional, eliminar restricciones y atraer inversión extranjera, comenzó a crecer a un ritmo mucho más rápido. Si bien la convergencia con los países desarrollados ha sido gradual, los 90 fueron un punto de inflexión para India, especialmente en áreas de servicios y tecnología de la información. Pasó de un PIB per cápita de alrededor de 690 dólares en 1980 a unos 2,300 dólares en 2000 y 10.200 dólares en 2023.
Habría que tomar en cuenta aquellas reticencias que en los ´90 obstruyeron un mejor aprovechamiento de las condiciones de la época para no reiterar errores análogos. Y hay que recordar que sólo es posible desarrollar con éxito una política propia, nacional, en el marco de las tendencias que dominan cada época.
La responsabilidad de los derrotados
Resulta interesante observar que, al tratar de recuperarse tras el shock producido por la aplastante victoria de Trump, hay sectores demócratas de Estados Unidos que no se inclinan por atacar al triunfador, sino que eligen un camino más reflexivo y autocrítico. Es razonable: los demócratas no sólo fueron derrotados por Trump, perdieron en términos absolutos casi 15 millones de votos en comparación con los comicios de 2020. Una de las principales voces que se hizo oír en ese sentido fue la de Bernie Sanders, ex precandidato presidencial y respetado vocero de lo que podría considerarse la izquierda demócrata: “No debería sorprendernos demasiado que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él”.
La frase de Sanders no solo insinúa que hay que encontrar causas y responsables de la caída partidaria, también esconde un diagnóstico quizás más interesante: Trump consiguió ampliar el electorado republicano en los sectores urbanos de trabajadores blancos, latinos y afroamericanos. Es una señal fuerte de la recomposición y resignificación de la política estadounidense. El partido Republicano, en el que George Bush veía “golf club republicans” (como decir, republicanos del Club Social, elitistas) se vuelve hacia los trabajadores (y hacia el sector tecnológico) mientras el Demócrata, que supo ser el partido de los sindicatos, se asienta sobre las elites profesionales, intelectuales, burocráticas y financieras urbanas.
Diferencias y coincidencias
La política económica que Trump sostiene se preocupa por la producción y el empleo estadounidenses, es fuertemente proteccionista. Ha dicho que establecerá un arancel especial de 10 por ciento a todos los bienes importados y una tarifa de 60% para las importaciones de vehículos eléctricos o híbridos de fabricación china que ingresen al mercado norteamericano.
Esto no es un signo de guerra, sino el primer paso enérgico de una negociación. Conviene no olvidar que Trump ya llegó a un acuerdo con el presidente Xi Jinping: fue cinco años atrás, en octubre de 2019; entonces China se comprometía a eliminar en tres años el superávit comercial con EE.UU . pese a que, en ese lapso, Washington mantenían sanciones comerciales que le había impuesto. Seguramente en la actualidad, cuando China creció mientras Estados Unidos se debilitaba internacionalmente, el saldo de la negociación no será tan desigual. Probablemente del lado chino haya medidas de respuesta.
Las hubo en 2019 cuando Trump decidió medidas que perjudicaban a la República Popular. Según el Departamento de Agricultura norteamericano , las exportaciones agrícolas de Estados Unidos perdieron 27.000 millones de dólares entre mediados y fines de 2019. De ese total, 95% de la caída se debió a China.
En ese sentido, las medidas que Trump promete pueden beneficiar las exportaciones agrícolas de Argentina, que podrían llenar el vacío que dejen las de Estados Unidos. Una vía paradójica de conexión amistosa entre el estadounidense proteccionista y su amigo libertario argentino que en ese punto piensa en un sentido opuesto.
Pero el horizonte de oportunidades puede ser más amplio, más abarcativo, más sostenido.. No se trata solo de conseguir la pole position bajo la escudería Trump. Será preciso concebir la carrera como una prueba de larga distancia en la que el país tiene objetivos propios que alcanzar. Y habrá que completar tareas imprescindibles para emprenderla. Las ideas y los modos presidenciales son un primer paso, pero la oportunidad no se le abre a una persona, ni a una facción. Si hay una oportunidad es para la marca Argentina y eso requiere que Argentina se presente razonablemente unida a la hora de encararla.
Resolver ese intríngulis es una misión política a la que deberían abocarse con prudencia todos los actores, no sólo una parte.