Por Jorge Raventos
Al anochecer del día de la soberanía, el 20 de noviembre, el presidente Javier Milei decidió trazar una frontera para dejar del otro lado a su vicepresidenta, Victoria Villarruel. Interpretó, en entrevista con su reportero favorito, que ella “observa lo que nosotros hacemos (…) mucho más cerca del círculo rojo y de lo que ella llama la alta política, que es lo que nosotros llamamos la casta”. La vice, así, quedó separada del “nosotros” y estampada en el campo contrario, el que los ideólogos y cancerberos que flanquean al Presidente designan como “la gente de mal”. Milei aclaró, además, que la vice “no tiene ningún tipo de injerencia en la toma de decisiones”.
La crudeza de los juicios presidenciales tomó de sorpresa, en principio a la propia Villarruel pero también a quienes estudian los entresijos de la animada vida interna libertaria, más que nada porque no pudieron reconocer ningún motivo inmediato del estallido.
Se sabía que las relaciones entre el titular del Ejecutivo y su ocasional o eventual vicaria habían perdido el tono cálido de los tiempos de campaña y que el enfriamiento estaba apenas contenido por el protocolo; se sabía también que la rama femenina del entorno inmediato del Presidente se refrena habitualmente menos que Milei al referirse a Villarruel. Lilia Lemoine, que suele ser vocera de esas atmósferas, fue la que semanas atrás definió a Villarruel como “la peor vicepresidenta de la historia” y hace apenas unos días confesó que en esos círculos se llamaba a la vice “Vichacruel”.
Vale recordar que Karina Milei afrontó personalmente el bochorno de pedir disculpas ante el embajador de Francia por declaraciones de la vicepresidenta que, alrededor de temática futbolística, evocó actitudes colonialistas francesas. Y también que la decisión de la Villarruel de reivindicar la figura de María Estela Martínez de Perón y descubrir un busto de ella en el Senado no obtuvo precisamente aplausos del establishment oficialista.
¿A mí por qué me miran?
Pero, ¿que hizo de malo esta vez Villarruel para desencadenar la repentina evacuación presidencial?
Durante la –finalmente breve- presidencia de Arturo Frondizi, el humorista Landrú publicaba en su revista Tía Vicenta una foto en primer plano a toda página del vicepresidente Alejandro Gómez, con un breve epígrafe: “¿A mí por qué me miran?”. Se sospechaba que Gómez conspiraba contra Frondizi. De hecho, esa atmósfera lo llevaría a abandonar su cargo. Suele ocurrir que, merecidamente o no, los vicepresidentes generen suspicacias en quienes fueron sus compañeros de fórmula o entre sus amigos. “A veces parece que los vicepresidentes se aburren y empiezan a hacer estupideces”, teorizó el diputado Bertie Benegas Lynch, uno de los principales mosqueteros de Milei.
A veces no hace falta que los vices hagan algo especial para despertar sosèchas: alcanza con que desplieguen una agenda de viajes y encuentros destinada a mantener y acrecentar sus propios respaldos en la sociedad. Habitualmente los vices son personalidades políticas que no se resignan al caricaturizado destino de tocar la campanilla del Senado y esperan continuar su trayectoria durante y después de cumplir las funciones para las que fueron elegidos. Es comprensible que lo hagan y nada hay de conspirativo, en principio, en esos movimientos. La preocupación de la vice por los temas de defensa y seguridad (cuya supervisión Milei le había prometido antes del triunfo) es largamente conocida, sus contactos con sectores de las fuerzas armadas, lo mismo: en más de un sentido ella se siente parte de la familia militar.
Pese a que durante la campaña lucía más sólida que Milei (y a veces operaba como intérprete para centrar las declaraciones del candidato), Villarruel siempre respetó el papel de número 2 y esperó con paciencia que se consolidara la figura de su compañero de fórmula. Recién después de la victoria en la segunda vuelta permitió que sus seguidores directos enarbolaran algunas banderas con su nombre en los actos. A partir de esa iniciativa debió soportar la resistencia de Karina, que sospecha profesionalmente de cualquiera que siquiera parezca competir con su hermano. Especialmente si usa polleras. Fue de esa pulseada entre mujeres fuertes que surgió la ocurrencia de la vice de describir a Milei como “el jamoncito” de un sándwich femenino. Es probable que la vice haya sobrevalorado en ese momento su papel y ahora esté recibiendo el vuelto. Es probable también que algunos dirigentes opositores, que se apuraron a buscar compromisos con ella, cometieran el mismo error; o el complementario: restarle envergadura y durabilidad a la figura presidencial.
En este instante, con las variables económicas más acuciantes bajo control , halagado por Donald Trump y tratado amistosamente por Elon Musk, Milei se siente con fuerza como para mantener una ofensiva, jaquear a quienes considera peligrosos y desplegar con amplitud sus fuerzas. Su ideólogo de cabecera, Agustín Laje, había definido la situación en su discurso ante “el brazo armado” de los libertarios, la organización Fuerzas del Cielo, que acaba de constituirse: “Los años que vienen son (…) de mucho combate, porque las verdaderas contradicciones políticas por fin están emergiendo, podemos identificar perfectamente a la gente de bien y a la gente de mal; sabemos quién está en cada bando por primera vez en la historia”.
Milei está dando pasos para transmutarse de presidente a líder. Suele ocurrir que, tras la consolidación de un líder, sobreviene alguna noche de los cuchillos largos.
La paciencia estratégica
Villarruel debería analizar, pues, en qué bando está. “No pensamos igual –había descripto Lilia Lemoine-; Javier es liberal libertario, ella es conservadora de derecha”. El mileísmo parece ofrecerle a la vice la chance de que se independice, se autonomice y eventualmente arme una fuerza aliada propia…fuera de La Libertad Avanza. El partido tiene que estar en manos de los, digamos, puros: de la gente de bien.
El problema es que, aun si Villarruel tomara ese ofrecimiento ahora (lo que difícilmente ocurra, porque ha evidenciado que no carece de paciencia estratégica), no cesaría su situación institucional. Ella es vicepresidente con la misma legitimidad con que Milei es presidente: encabezaron la misma boleta y sacaron la misma cantidad de votos. Ella todavía está allí, como el dinosaurio de Augusto Monterroso.
El empujón a Villarruel es, probablemente, un adelanto de la ofensiva con la que Milei espera llegar a consolidar, durante 2025 y especialmente a partir de las elecciones de medio término, una fuerza hegemónica apoyada sobre un vínculo privilegiado con Estados Unidos, una ampliación considerable de su fuerza parlamentaria y de su influencia política y la fragmentación opositora, que vaticina y estimula polarizando con Cristina Kirchner (que fuerza al peronismo no K a buscar una alternativa diferente), aislando y disgregando al Pro, cooptando algunos de sus cuadros y erosionando su base de operaciones porteña, azuzando una batalla cultural que irónicamente se inspira en el marxista italiano Antonio Gramsci y dándole luz verde a sus trolls para que se constituyan en “brazo armado” del oficialismo.
¿Y si este tironeo con Villarruel resulta una amenaza de división de su propia fuerza? Si bien se mira, Villarruel no ganaría nada importante escindiéndose antes de la campaña de las presidenciales de 2027. Ella tiene buenas cifras en las mediciones de opinión pública, a menudo mejores que las de Milei. Pero el liderazgo es de Milei. Y ella lo sabe.
Los liderazgos se volverán a medir en las presidenciales. En última instancia es el Presidente, que está pasando por una racha muy buena , el que maneja el mazo hasta la última mano de la partida. Claro está que el momento de esa última mano dependerá en gran medida de cómo se le sigan dando las cartas.