Elena Martin, hija del almirante retirado y submarinista Daniel Martin, compartió unas emotivas palabras por la situación del submarino ARA San Juan que en poco tiempo se replicaron en las redes sociales.
Por Elena V. Martin, hija del almirante retirado y submarinista Daniel Martin
Cuando era chica y todos en la escuela explicaban de qué trabajaban sus papás, siempre me costaba encontrar las palabras. “Mi papá maneja un submarino” quería decir, pero era mucho más que eso. Siempre fue mucho más que eso. El submarino siempre tuvo algo de mágico, tan pequeño e increíble a la vez. Tan imponente que exigía respeto, sin dejar de enamorarte.
Papá se iba a navegar, por días, por semanas, por mucho tiempo. Se ha perdido cumpleaños, actos, comuniones y más. Papá se iba a navegar y mamá se cargaba la casa al hombro como una guerrera, haciéndonos sentir siempre que papá estaba haciendo el trabajo más importante del mundo y que igual estaba con nosotros. Y cuando volvía, todo era una fiesta.
Cuando era chica una de mis frases favoritas (además de “vamos a Manolo”) era “hoy vamos a recibir a papá”. Mamá nos llevaba a la escollera norte y nos quedábamos esperando hasta que lográbamos divisar el submarino a lo lejos.
“¡Ahí está papá! ¡Ahí está papá!” gritábamos. Y de ahí a buscarlo a la Base. A abrazarlo fuerte para que supiera todo lo que lo habíamos extrañado. A empaparnos con ese olor particular que tenía al bajar a tierra. A contarle una y mil veces todo lo que se había perdido.
Y así transcurrieron años, ya no recuerdo cuántos, en los que papá y el submarino eran uno solo. Y creo que de alguna manera lo siguen siendo.
Para los que vivimos eso, para los que crecimos en “la familia naval”, especialmente entre submarinos, lo que está sucediendo con el San Juan es desgarrador. Porque pienso en todos esos hijos que, como yo hace tantos años, iban a esperar a su papá. Porque pienso en todos esos hijos que, aunque esperen horas en la escollera norte, ya no los van a ver llegar. Y no tengo palabras… Porque no hay palabras.
Estos últimos días me hicieron pensar mucho. Hay gente que se acordó, que me escribió preguntándome, genuinamente interesada. Hay gente que me sorprendió, gente que hace años con la que ya no tengo mucho trato, pero cuando escuchan la palabra “submarino” inmediatamente piensan en mi papá, en mi familia. Y muchos se preocuparon, se imaginaron y quisieron estar. Y a todos ellos, gracias.
Estos últimos días me hicieron pensar mucho. Y me hicieron reafirmar la idea de que la Armada es un poco como una familia, que puede llevarse bien o mal, pelearse o incluso tener rivalidades, pero cuando pasa algo grave, todos están presentes para ayudar y salir al rescate (literalmente). Y me conmovió hasta el alma ver cómo tantos países (e incluso países “rivales”) todavía siguen día a día haciendo un esfuerzo sobrehumano para ayudarnos.
Estos últimos días me hicieron pensar mucho. Y noté que mucha gente opina. Algunos bien, con educación, con interés, con preocupación, con conocimiento de causa. Otros opinan porque opinar es gratis, con saña, con malicia, y he llegado a leer y a escuchar cosas que me hacen replantear la calidad del ser humano.
Vivimos en un país con un gran desinterés y odio hacia las Fuerzas Armadas, que se basa en mirar siempre hacia atrás, en meter todo en la misma bolsa y en pensar lo peor. Vivimos en un país donde no se reconoce cuál es la función de las FF.AA. Su importancia. Su necesidad. Y donde no se registra el valor y el heroísmo de sus integrantes. Los sacrificios que implica su trabajo. Los días sin ver a sus familias. La lucha contra viento y marea (literalmente para los marinos) impulsados por el amor a la Patria.
Algunas conocidas y otras no, hoy mi corazón está con las 44 familias a las que les está faltando un ser querido. Y con los 44 marinos que en algún lugar, contra viento y marea, siguen velando por nosotros, ahora en eterna patrulla.
Hace poco leí una frase que lo resumió todo: “Ellos no nos conocían, nosotros no los conocíamos, pero ellos hubieran dado la vida por nosotros”. Porque así es, en esencia, la valiente muchachada.
Ojalá después de todo este dolor podamos abrir más los ojos. Y el corazón.