La primera Liga de las Américas de básquetbol ganada por los "milrayitas" es una usina de historias laterales tan o más festejadas que el propio título. El amago de retirar al equipo del torneo y el "terremoto", según Domingo Robles y Sergio Hernández.
Por Sebastián Arana | Twitter: @sebarana71
No hubo equipo ni deporte que haya hecho festejar tanto a tantos marplatenses como Peñarol y su básquetbol. Dentro de la colección de títulos, por variopintos motivos, todos tienen sus preferidos.
Cuando se consulta a los que desde adentro pudieron festejar varias veces, sin embargo, la coincidencia es casi unánime: ninguno tuvo el sabor del conseguido en Mexicali en la primera Liga de las Américas, disputada en nuestro verano de 2008.
Al valor de la primera conquista internacional se agregó lo pintoresco de haberlo conseguido en un contexto extraño, a miles de kilómetros de Mar del Plata, en un escenario de cientos de series y películas, la turbulenta frontera entre México y Estados Unidos.
La delegación de Peñarol, encabezada por el presidente Domingo Robles y un puñado de dirigentes, con Sergio “Oveja” Hernández, y los basquetbolistas que finalmente cortaron las redes, permaneció en suelo azteca apenas cuatro jornadas. En ese lapso, atesoraron historias para contar hasta el fin de sus días.
Evitar la “mejicaneada”
Ni bien arribó a Mexicali, la delegación marplatense fue invitada a una cena de inauguración del certamen junto a los otros equipos participantes del Final Four: Miami Tropics, Minas Tenis de Brasil y los Soles, el dueño de casa.
“Fue en un hotel muy lindo. Estaban las cuatro delegaciones, los árbitros internacionales, el gobernador de Mexicali, otras autoridades y el dominicano Julio Subero, presidente de FIBA Américas. Cuando él toma la palabra, cuando termina su discurso, remata con esta frase: ‘Y para que la fiesta sea completa, ojalá salgan campeones los Soles de Mexicali’. Lo miré a Sergio y le pregunté si había escuchado bien. Se agarraba la cabeza. Levantá al equipo y vámonos, le dije. ‘¿Vos estás loco, no?’, me pregunta. Yo no me meto cuando vos dirigís, déjame este laburo que es dirigencial. Levantá al equipo y vámonos, le insistí. Bueno, nos fuimos de la fiesta. Pero, detrás nuestro, también se fueron los brasileños y los de Miami Tropics“, recordó Robles, un verdadero encantador de serpientes a la hora de contar historias.
“Al día siguiente comenzaba el torneo. A las once de la mañana, como siempre en estos casos, se convocó a reunión de dueños de equipo o presidentes. Estaba Petete García, el ex árbitro, que entonces era el secretario de FIBA Américas. Lo encaré y le dije que nos retirábamos de la competencia. ‘¿Cómo?’, se espantó. Peñarol no juega. Es una barbaridad que el presidente de FIBA Américas diga delante de todos los jugadores y los entrenadores que el campeón debe ser el local, argumenté. ‘Pero, ¿no te das cuenta de que este hombre tiene Alzheimer?’, intentó defenderse Petete. Alzheimer tiene mi vieja y me la banco yo. A este bancátelo vos, le respondí. Entonces saltó el cubano de los Miami Tropics diciendo que retiraba el equipo. Detrás suyo, el brasileño. Faltaban horas y el Final Four estaba a punto de caerse. Cuando veo que se iban todos, me fui a hablar con ellos dos afuera. Muchachos, no nos podemos ir. Estamos en Mexicali, en el culo del mundo, tenemos que jugar la final de América, la cuestión es que no nos tienen que bombear, les dije. El brasileño entonces me respondió que siguiera manejándolo yo. Entramos y le dijimos a García que lo que había pasado era una barbaridad, pero que nos íbamos a quedar para evitar el papelón de FIBA Américas. Y así nos aseguramos reglas justas para todos”, cerró el hoy todavía presidente de Peñarol sobre este entretelón del certamen.
“Terremoto”
De los árbitros no hubo nada que decir. Peñarol ganó claro los dos primeros partidos ante Miami Tropics y Minas Tenis y los restantes resultados del torneo lo pusieron en el umbral de la consagración cuando todavía faltaba la jornada final. Robles y Hernández, en el hotel donde se alojaban las delegaciones, aflojaban las tensiones de un día largo tomando algo en el bar.
“Estábamos uno frente al otro y en la barra el cubano de Miami Tropics. Había dos chicas, una tocaba el piano y la otra cantaba. De golpe, veo que el piso se empieza a mover, no lo podía creer. Me había tomado una botella de vino y pensé que estaba en pedo. Pero la silla se movía y lo veo a Sergio mirar la copa como si le hubieran puesto algo. Hasta que alguien de la conserjería gritó: ‘¡Debajo de los marcos!’. Y ahí me cayó la ficha”, apuntó Robles.
“El piso combinaba cerámicos negros y claritos, como replicando un tablero de ajedrez. De pronto, se sintió una sacudida. Las chicas pararon de cantar y el tablero de ajedrez del piso comenzó a moverse como si fuera una ola. Y así se llama lo que ocurrió: movimiento sísmico ondulante“, explicó “Oveja” aquel fenómeno.
Un sismo de esa naturaleza, aterrador para alguien que vive en el llano, era cosa corriente en aquella región de México. La famosa “falla de San Andrés” pasa debajo de la ciudad y solo a los hoteles les permitían construir tres pisos. Los mejicanos estaban entrenados y sabían perfectamente qué hacer en esos casos.
“Miré la puerta principal del hotel, que estaba a cincuenta metros, lo único que veía era la puerta. Si hubiera estado a cien metros, los corría en nueve segundos. Detrás venía el cubano de Miami. ‘Hombre, que tú estás cojo, ¡pero cómo corrés!’, me tiró cuándo me alcanzó afuera. No me lo olvido más. Volví a entrar al hotel a las cuatro de la mañana del susto que tenía”, concluyó Robles, cuyo andar normal está visiblemente afectado por una espondilitis anquilosante que lo atacó cuando tenía poco más de veinte años.
Peñarol, un día más tarde, aún perdiendo con Soles de Mexicali, se coronó como el primer campeón de la Liga de las Américas. El sismo, luego popularizado “terremoto”, sigue condimentando los recuerdos de aquella proeza del deporte marplatense. Ni los estertores de la Madre Tierra pudieron sacar aquella vez a los “milrayitas” de su rumbo hacia la gloria.