El 12 de enero se cumplen quince años de la muerte de una de las voces más interesantes de la poesía española contemporánea. Con una obra extensa -que comienza en 1956 con “Áspero mundo” y culmina con el póstumo “Nada grave”, de 2008-, renueva el panorama de la literatura a mediados de siglo, en la posguerra española. Su escritura original se constituye como faro para los más jóvenes, que comienzan a escribir en los años 80, y prosiguen en las últimas décadas del siglo XX y comienzos del XXI.
Por Verónica Leuci (*)
“González era un ángel menos dos alas.
González era un santo por lo civil.
Un dandy con un ojo a la funerala.
Tan rojo, tan castizo y tan zascandil”.
“Menos dos alas” de Joaquín Sabina
Notas biográficas y cartografías poéticas
Ángel González nació en 1925 en la ciudad de Oviedo, Asturias. Su padre, Pedro González Cano, murió cuando él era un bebé, y fue criado por su madre, por una criada (Dolores) y por su hermana Maruja. La guerra civil fue feroz en su ciudad, Oviedo era un campo de batalla y repercutió en su vida familiar. Tenía dos hermanos mayores, muy politizados, de ideas de izquierda. Uno de ellos, Manolo, fue detenido y fusilado durante la guerra cuando quería pasar a León; Pedro, el otro, luchó en la guerra y luego se exilió en Chile. A su hermana, Maruja, que era maestra, no la dejaron ejercer su profesión durante la guerra por los “planes de depuración”; luego, la rehabilitaron, pero como maestra en un pueblo de una montaña leonesa, a 150 km de Oviedo.
Todas sus vivencias como “niño de la guerra”, su contacto infantil con la situación bélica va a aparecer en su poesía, en ciudades reconstruidas desde la nostalgia, donde el conflicto bélico aparece teñido por la perspectiva infantil y afectiva que entrecruza las penurias con el mundo privado y familiar. La ciudad de la infancia será pues un espacio del recuerdo y añoranza, presentada sin nombre propio, como un locus mítico, como se ve por ejemplo en el poema “Capital de provincia”, del primer libro: “ciudad de sucias tejas soleadas: / casi eres realidad, apenas nido”. Asimismo, posteriormente, en 1967, en su libro “Tratado de urbanismo”, se construye también una ciudad con ribetes míticos, donde la experiencia privada, familiar e íntima traduce, en singular, el escenario aciago del conflicto bélico y su incidencia en los estratos más profundos de la vida cotidiana. Sus poemas trascienden lo autobiográfico para tornarse representativos de un drama que es general y existencial.
Ángel González, en un homenaje al poeta celebrado en Oviedo en 1997.
En su adolescencia, luego de terminar el bachillerato, al poeta se le diagnostica tuberculosis. Por ello, se va durante un tiempo, casi tres años, al pueblo donde ejercía su hermana como maestra: Páramo del Sil. Este período, aislado, es decisivo en su trayectoria porque allí se dedica a leer especialmente poesía. Y comienza a leer a los autores de la generación del 27 (como Rafael Alberti, Federico García Lorca y Gerardo Diego), también a Pablo Neruda, Antonio Machado y, en especial, a Juan Ramón Jiménez. Estas son entonces sus primeras lecturas, y allí escribe sus primeros poemas. Pasado el tiempo, González regresa a Oviedo, mejor de salud, y se gradúa de licenciado en Derecho. Pero esta carrera nunca le interesó, y estudia Magisterio, se gradúa también como maestro, como su padre y como su hermana, y como su abuelo paterno.
En los años 50, viaja a Madrid, una ciudad fundamental en su camino pues allí comienza su carrera como poeta, publica su primer libro en 1956, “Áspero mundo”, asiste a las tertulias literarias, y descubre a los primeros poetas “sociales”, como Blas de Otero, Eugenio De Nora, Gabriel Celaya, José Hierro, entre otros, que iban a influir en su poesía. En la capital obtiene un puesto en la Administración pública, estudia periodismo y ejerce como periodista, escribe artículos sobre temas variados, sobre todo música, otra de sus grandes pasiones. Luego, algunos años más tarde, viaja a Barcelona para trabajar como corrector de estilo en editoriales. Y en esa ciudad se contacta con los poetas de la “Escuela de Barcelona”: Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, José A. Goytisolo, con los que va a trabar una amistad muy importante en su poesía, ya que las ideas de estos poetas van a influir en su escritura, en la denominada “Poesía de la experiencia”, en el uso de la ironía, por ejemplo, o en el uso del lenguaje coloquial, rasgos cruciales de su voz poética.
“También yo entiendo la poesía como un intento de salvar, por medio de la palabra, algo de lo que el tiempo destruye. También pienso que la poesía, en sus mejores ejemplos, da noticia de la historia, del tiempo concreto que modela el pensamiento y el sentimiento del hombre que escribe”.
Otra de sus vetas literarias más interesantes se observa en la mirada crítica a la ciudad contemporánea, a sus hábitos de consumo, a sus hipocresías, a la clase burguesa, especialmente en su ya mencionado libro de 1967, “Tratado de urbanismo”. Allí, el sujeto poético funciona como un cronista que va mirando, criticando y desmitificando burlescamente los hábitos de esa sociedad de consumo y las prácticas urbanas. Muchos de sus poemas revelan las miserias, las frivolidades, los “falsos ídolos” de la burguesía y el consumismo, como el “único zapato inconcebible: / abrumador ejemplo de belleza, / catedral entrevista sin distancia”, uno de los irónicos “indiferentes, ciegos símbolos / de la felicidad”.
En la década del ‘70, el poeta es invitado a dar conferencias de Literatura española a la Universidad de Nuevo México, en USA; lo invitan también de otras universidades, como Utah, Texas, Maryland y finalmente le ofrecen un puesto fijo como profesor en Nuevo México, donde puede acercarse a una nueva profesión, que en su país no podía ejercer ya que no tenía estudios en Filología. Desde los ‘70, viaja frecuentemente a España pero reside ya en USA. Esta nueva vertiente laboral lo lleva a explorar una nueva vida, especialmente en cuanto a su ubicación geográfica en territorio norteamericano: “así, de una manera muy casual y muy inesperada” –dice el poeta en entrevista con la profesora María Payeras Grau– “acabé cambiando no sólo de profesión sino también de continente”.
En 1968 apareció “Palabra sobre palabra”, un volumen que reúne toda la poesía publicada hasta entonces por Ángel González, actualizada en posteriores ediciones (1972, 1977 y 2003).
Poeta y poesía en la posguerra: palabra sobre palabra
La guerra civil que tuvo lugar en España entre 1936 y 1939 supuso un cambio no sólo en la vida española, con la victoria de los sublevados y la instauración de una larga dictadura, hasta la muerte de Franco en 1975, sino también en la literatura y, puntualmente, en la poesía. Antes de la guerra, prevalecía una poesía alejada de la situación histórica y política: evasiva, irrealista, atemporal, formalista, bajo la impronta del “arte por el arte”, sin conexiones con los hechos de la realidad. Los poetas se presentaban como vates, “semidioses” o “profetas” apartados del hombre común, aislados en su “torre de marfil”, superiores, excediendo su estatura humana. Consecuentemente, escribían para un público selecto, elitista, para una minoría de “iniciados”.
Tras el conflicto bélico, sin embargo, quienes comienzan a escribir truecan estas características, concibiendo que la literatura, la poesía, no puede dar la espalda a la realidad, en una línea que habían abierto anteriormente poetas de la talla de Antonio Machado, a comienzos de siglo, o Miguel Hernández, en sus poemarios escritos durante la guerra. Lo que estaba sucediendo, los hechos de la Historia, debían ingresar a la poesía y los poetas tenían que dar testimonio y funcionar como voceros de la situación política y social. La vida, la realidad, lo cotidiano, la experiencia, van a ser entonces incorporados a la poesía. Y los poetas van a presentarse como “hombres comunes”, con los que los lectores puedan reconocerse, presentando a la escritura poética como un oficio, como un trabajo.
La poesía de Ángel González, entonces, y la de sus compañeros de generación, será llamada “poesía social”. Una poesía conectada con la realidad, que traduce y testimonia los hechos políticos, las experiencias cotidianas, las vivencias de la guerra y la posguerra, etcétera. Los temas sociales, las alusiones y denuncias a la opresiva posguerra española y su secuela de violencia van a atravesar la obra de González. No obstante, diversos ingredientes coexisten con estos tópicos tornando su poesía un universo polifacético, profundo y complejo. Su poesía, así, estará marcada por la temática amorosa, por la constante y angustiosa cavilación sobre el irremediable paso del tiempo, por las reflexiones sobre la propia poesía, sobre el lenguaje, entre los principales. A su vez, en una cara poética de gran originalidad, su palabra se alejará de los habituales tonos “solemnes” asociados al género e incorporará el humor, la sátira, la parodia, la ironía, la irreverencia, el “extrañamiento”, los juegos de palabras. En su poesía habitará un personaje poético, con señas similares al autor, que utilizará incluso en ocasiones su propio nombre, con el que el lector, cómplice, pueda reconocerse. Un personaje que usará siempre un tono medio, que hablará en “voz baja”, sin grandes ademanes ni tonos grandilocuentes. Como aconsejaba Auden: el tono íntimo de una persona hablando a otra persona.
“Escribir poesía es una forma de diversión; una manera de distanciarnos del que somos siempre, de salir de nosotros mismos. Verterse en el verso, ser otro allí: Verse en el verso, igual que en un espejo; el mismo y distinto, ajeno, extraño, otro: in-verso”.
Por su lado, si los poetas, previamente, escribían su arte para un público minoritario, ahora, en cambio, estos nuevos autores sociales quieren llegar a un público más amplio: no escribir sólo para un grupo de “escogidos”, sino tratar de llegar a todos. En este sentido, por ejemplo, utilizan un lenguaje coloquial -“palabras de familia gastadas tibiamente”, dirá el catalán Jaime Gil de Biedma-, incorporan giros de la oralidad, de la palabra hablada, del habla cotidiana. Y, en esta misma línea, a la vez, quieren sortear los circuitos estrechos de la letra impresa y cruzan en este afán la poesía con la oralidad y con la música, apelando al más universal de los sentidos: el oído, que no requiere alfabetización alguna. Siguiendo esta búsqueda, Ángel González brindará múltiples recitales e incorporará compact-disks con poemas leídos a sus libros. Por ejemplo, colaboró con los cantautores Pedro Ávila en el disco “Acariciado mundo” (1987); con los músicos J. Pixán, A. Zabala y S. Parada en el álbum “Voz que soledad sonando” (2004); junto con el cantautor tenerifeño Pedro Guerra colaboró en el 2003 en un libro-disco que se llamó de modo elocuente “La palabra en el aire”.
Algunas reflexiones finales
En el Monográfico de la Revista Litoral dedicado a nuestro autor, del año 2002, el poeta Luis García Montero culmina su “Conversación con Ángel González” con un pedido elocuente: “Me atrevo a pedirte que resumas tu vida en tres greguerías sobre tres ciudades: Oviedo, Madrid y Alburquerque”. Estas tres ciudades, escenarios importantes de la vida de González, son también los lugares privilegiados en el escenario lírico, determinando no sólo el lugar de una experiencia eminentemente urbana, sino también distintas temporalidades de la enunciación: “Oviedo ya no es para mí la ciudad real, sino el escenario de un sueño recurrente. Madrid es el lugar de cita con mis amigos. Y Alburquerque el punto de encuentro con mí mismo”. En los tramos finales de su vida y su obra, por su lado, se reflexiona sobre ese personaje ilusorio, ese sujeto de palabras y versos que acompaña sus libros desde sus comienzos, para reconciliarse, en los coletazos finales de la escritura, en la coexistencia cordial de vida y ficción: “me resisto a confinar en el pasado ese residuo de mí mismo, a desprenderme de ese yo que es otro, pero que ahora, cuando los dos estamos acercándonos a un final inevitable, noto que me hace muchísima compañía”.
“No confundo, por supuesto, la poesía con la vida, la realidad con el arte; sé muy bien que son cosas distintas. No las confundo, pero sí las fundo (…). La poesía que prefiero es la que lo conserva todo: la figura del mundo y el mundo figurado”.
Dos caminos pues para recordar y adentrarse en la obra de González, el del poeta y el de la ciudad, que persisten durante más de cinco décadas de escritura. La crítica -referida tanto a la guerra como a la posguerra española y a la ciudad contemporánea-. Las cavilaciones sobre la poesía y el lenguaje. La presencia de la Historia y las experiencias privadas, con proyección generacional, conjugando vida y escritura son, finalmente, algunas de las aristas de una obra multifacética, que posiciona a Ángel González -palabra sobre palabra, tal el título de su obra completa- como uno de los nombres más fecundos de la poesía española.
En enero del 2008, en Madrid, González fallece por problemas pulmonares, tras haber dejado escrita su despedida poética en el bellísimo y elegíaco poemario “Nada grave”, publicado de manera póstuma por Luis García Montero y Jesús García Sánchez. Su amigo Joaquín Sabina alude a este final sin aspavientos, con el pudor y el recato que lo acompañaron toda su vida, en la canción “Menos dos alas”, que le dedica en su disco de 2009: “Decía que morirse no era tan grave / y agonizó en voz baja por cortesía”.
(*) Doctora en Letras; profesora de Literatura y cultura españolas II, Universidad Nacional de Mar del Plata; investigadora de CONICET.
La verdad de la mentira
(Del libro “Nada grave”, 2008)
Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas,
y una voz cariñosa le susurró al oído:
-¿Por qué lloras, si todo
en ese libro es de mentira?
Y él respondió:
-Lo sé;
pero lo que yo siento es de verdad.
Primera evocación
(Del libro “Tratado de urbanismo”, 1967. Escuchar el poema en voz de su autor aquí).
Recuerdo
bien
a mi madre.
Tenía miedo del viento,
era pequeña
de estatura,
la asustaban los truenos,
y las guerras
siempre estaba temiéndolas
de lejos,
desde antes
de la última ruptura
del Tratado suscrito
por todos los ministros de asuntos exteriores.
Recuerdo
que yo no comprendía.
El viento se llevaba
silbando
las hojas de los árboles,
y era como un alegre barrendero
que dejaba las niñas
despeinadas y enteras,
con las piernas desnudas e inocentes.
Por otra parte, el trueno
tronaba demasiado, era imposible
soportar sin horror esa estridencia,
aunque jamás ocurría nada luego:
la lluvia se encargaba de borrar
el dibujo violento del relámpago
y el arco iris ponía
un bucólico fin a tanto estrépito.
Llegó también la guerra un mal verano.
Llegó después la paz, tras un invierno
todavía peor. Esa vez, sin embargo,
no devolvió lo arrebatado el viento.
Ni la lluvia
pudo borrar las huellas de la sangre.
Perdido para siempre lo perdido,
atrás quedó definitivamente
muerto lo que fue muerto.
Por eso (y por más cosas)
recuerdo muchas veces a mi madre:
cuando el viento
se adueña de las calles de la noche,
y golpea las puertas, y huye, y deja
un rastro de cristales y de ramas
rotas, que al alba
la ciudad muestra desolada y lívida;
cuando el rayo
hiende el aire, y crepita,
y cae en tierra,
trazando surcos de carbón y fuego,
erizando los lomos de los gatos
y trastocando el norte de las brújulas;
y, sobre todo, cuando
la guerra ha comenzado,
lejos —nos dicen— y pequeña
—no hay de qué preocuparse—, cubriendo
de cadáveres mínimos distantes territorios,
de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños…
El conformista
Cuando era joven quería vivir en una ciudad grande.
Cuando perdí la juventud quería vivir en una ciudad pequeña.
Ahora quiero vivir.
Eso era amor
Le comenté:
—Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
—¿Te gustan solos o con rimel?
—Grandes,
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.
Me he quedado sin pulso y sin aliento
(del libro “Áspero mundo”, 1956. Escuchar la canción de Pedro Guerra aquí)
Me he quedado sin pulso y sin aliento
separado de ti. Cuando respiro,
el aire se me vuelve en un suspiro
y en polvo el corazón, de desaliento.
No es que sienta tu ausencia el sentimiento.
Es que la siente el cuerpo. No te miro.
No te puedo tocar por más que estiro
los brazos como un ciego contra el viento.
Todo estaba detrás de tu figura.
Ausente tú, detrás todo de nada,
borroso yermo en el que desespero.
Ya no tiene paisaje mi amargura.
Prendida de tu ausencia mi mirada,
contra todo me doy, ciego me hiero.
De otro modo
(del libro “Deixis en fantasma”, 1992)
Cuando escribo mi nombre,
lo siento cada día más extraño.
¿Quién será ése?
me pregunto.
Y no sé qué pensar.
Ángel.
Qué raro.