Por Oscar Muñoz (*)
“Vuelve el box al Bristol”, enunciaba el encabezado del diario La Capital, del 1 de abril de ese año bisagra de 1972, para detallar en el cuerpo de la noticia los condimentos especiales del match de fondo entre el campeón sudamericano medio pesado Avenamar Peralta y su contrincante, el santafesino Roberto Aguilar, pautada a diez rounds. Peralta venía de destacarse en el torneo “Félix Daniel Frascara” (histórico periodista de la revista El Gráfico) en el Luna Park porteño y tenía en el horizonte inmediato la revancha con el estadounidense Eddie Jones, además de una posibilidad de combatir por el título ecuménico de la categoría contra el campeón Vicente Paúl Rondón.
El programa se completaba con dos peleas preliminares entre aficionados y una de semifondo a ocho rounds, para matizar la espera del plato fuerte de la velada.
Los anónimos espectadores de aquel sábado a la noche no podían intuir mientras ingresaban al coliseo cubierto de Avenida Luro y España, que asistían a la última de las grandes reuniones en la catedral del boxeo marplatense.
Hoy, a décadas de su desmantelamiento y completa demolición, transformado en desangelada playa de estacionamiento (con cartel de En venta), el “Bristol” no ostenta siquiera una plaqueta conmemorativa por tanto pasado de gloria.
La historia del icónico espacio comenzó a escribirse con caracteres de imprenta con el anuncio de su construcción, en octubre de 1945, a cargo de la empresa adjudicataria del proyecto, Salvador Rosso & Hijo, abarcando una superficie de 4100 metros cuadrados en la manzana delimitada por Av. Luro y las calles Jujuy, España y 25 de Mayo. La sociedad propietaria respondía a la firma “Estadio Bristol, Rubio y cia”, pero el nombre que de veras importa en estas memorias es el de Juan Pathenay, un experimentado púgil en retirada, que se puso la pilcha de promotor.
La superficie libre del salón se prestaba para la celebración de los tradicionales bailes de Carnaval, pero la apuesta fuerte estaba puesta en la programación de espectáculos deportivos: boxeo, basquet, hockey sobre ruedas, baby futbol, etc. El monto total de la inversión ascendía a medio millón de pesos, provisto por capitalistas locales.
Segundos afuera
Al año siguiente, y luego de algunas postergaciones, el 2 de febrero de 1946, la empresa propietaria del Bristol, concretaba la inauguración del local con capacidad total para 8000 espectadores, promocionando un “grandioso festival de box” entre púgiles uruguayos y argentinos, especialmente seleccionados para la ocasión.
En tanto, en combates restantes figuraban dos créditos locales: el medio pesado José Rodríguez “que tiene un punch tremendo y derribará a más de un adversario” y el peso pluma Juan Agafreda “que tiene dinamita en los guantes y un espíritu combativo digno del inolvidable e insuperable Justo Suárez”.
Los resultados del día siguiente corroboraron a medias estos optimistas pronósticos, por cuanto Agafreda salió victorioso del lance, pero Rodríguez perdió por gran diferencia de puntos.
El orgullo localista tambien se expresaba en la ponderación de las instalaciones del estadio “el segundo de su naturaleza en el país, pues el nuestro no cede en parangón nada más que al tradicional Luna Park”.
A partir de entonces, las reuniones de los sábados se convirtieron en una cita habitual de los aficionados, a la par que el Bristol se instalaba como plaza fuerte del interior del país para el box nacional, en aquellas temporadas donde Mar del Plata era la capital turística por excelencia.
Las mil y una noches
Si muchas noches inolvidables cobijó a lo largo de sus cuatro décadas de funcionamiento, los archivos nos revelan un hito fundacional. Ese 25 de mayo de 1957, se ponía en disputa el cetro argentino y sudamericano, y por primera vez, el foco de atención se corría de Buenos Aires. Para más, tanto el aspirantes al título Ubaldo Sacco (padre del malogrado Uby, campeón mundial) como el defensor “Cacique” Andrés Selpa, eran marplatenses por adopción.
La expectativa suscitada por el evento convocó a enviados especiales de los principales medios periodísticos nacionales y la transmisión de la muy escuchada Radio El Mundo estuvo a cargo del maestro del relato deportivo Fioravanti.
Para arbitrar las alternativas del match, se confió en Alfonso Araujo, el mejor referee de la época.
La venta de 3585 localidades dejó en boleterías una recaudación de 201.785 pesos de entonces, aunque la concurrencia real estuvo más cerca de los 4000 espectadores.
Sacco era un púgil elegante y clásico que puso al campeón contra las cuerdas, y tuvo la pelea en sus puños hasta el round 12, según las tarjetas, pero cayó por KO en el último y definitorio decimoquinto round.
Un año antes, Pascual Pérez, había besado la lona por primera vez como campeón mundial en vigencia ante la mirada desconcertada de todo el Bristol, incluyendo su propio victimario, un ignoto “Toscanito” Gutierrez, aunque después pudo revertir la historia y se impuso claramente por puntos.
Otro que la pasó mal en el Bristol fue el “Intocable” Nicolino Locche, quien en vísperas de su consagración ecuménica en Japón, le ganó (o le dieron ganada) por puntos su pelea frente al cordobés Juan Carlos Gómez (20/4/68).
Aunque el episodio definitivamente más bizarro se produjo casi en las postrimerías de tan rica y dilatada historia, el 26 de febrero de aquel mismo año 1972.
El marplatense Miguel Angel Páez concretaba éxitosamente su primera defensa por el título frente a Alberto Lowell, quien se molestó por los dichos de su segundo, que le sugería retirarse. Y luego de una áspera discusión en vestuarios, se encaminó de regreso al ring a explicar las razones de su derrota…
Afortunadamente, lo convencieron de calmar su irritación en las duchas y a pesar de todo, pudo seguir boxeando todavía un tiempo más.
(*) Periodista de la revista Caras y Caretas