por Daniel E. Di Bártolo
Entre el 26 de agosto y el 8 de septiembre de 1968 tuvo lugar en la ciudad de Medellín, Colombia, la 2da. Conferencia del Episcopado Latinoamericano, convocada por el entonces papa Pablo VI y organizada por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
Debió realizarse en 1965 (10 años después de la 1ra que había tenido lugar en Río de Janeiro) pero aún no había finalizado el Concilio. La inauguración de Medellín estuvo a cargo del Papa Pablo VI, primer Papa que viajó a América Latina; 44 años después sería elegido el primer Papa proveniente del mismo continente latinoamericano.
En efecto, Medellín se trató de un encuentro destinado a la aplicación para América Latina de las conclusiones del Concilio Ecuménico Vaticano II, conocido como “la primavera de la Iglesia” que había finalizado emitiendo un célebre Documento y produciendo una profunda transformación de la Iglesia, entre otras principales, en sus relaciones con el mundo y en el papel de los laicos en el Pueblo de Dios.
El encuentro de Medellín se propuso discenir los signos de los tiempos que, en términos eclesiales, significa descubrir en la historia de los pueblos los mensajes de Dios. El Concilio Vaticano II, habló de las “semillas del Verbo”.
La trascendencia de las conclusiones de Medellín, condensadas en sus DOCUMENTOS FINALES , es análoga a la densidad del clima epocal.
La década del 60 fue una etapa de profundos cambios y desafíos. La Guerra Fría; de los Beatles al Che Guevara; del Mayo francés a Perón en el exilio; de la dictadura de Onganía a la CGT de los Argentinos. Fue una época de resistencias y utopías.
En términos generacionales, la década del 60 fue el embrión donde germinaron los proyectos nacionales, populares y revolucionarios que se jalonaron en América Latina en la primera mitad de los 70.
Como la marca a fuego y más tarde los modernos tatuajes, los DOCUMENTOS FINALES de Medellín implicaron un sello indeleble en la generación del 70 cuya formación integraba la visión de una Iglesia desde, con y para los pobres, con un ineludible compromiso político por el bien común, la justicia social y la liberación de los pueblos.
Los antecedentes inmediatos de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano pueden situarse hacia el otoño de 1965 cuando el Concilio Vaticano II estaba a días de clausurarse.
Fue en ese momento cuando Pablo VI reunió a los obispos de la directiva y equipos del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) que participaban en el Concilio, con motivo del décimo aniversario de la creación de dicho organismo episcopal.
Pablo VI exhortó a los presentes a asumir una visión crítica frente a los problemas que agitaban a América Latina como un requerimiento indispensable para la acción pastoral de la Iglesia en esas regiones.
Las Conclusiones que están recogidas en 16 documentos, repartidos en tres áreas:
Área de promoción humana: Justicia. Paz. Familia y demografía. Educación. Juventud.
Área de evangelización y crecimiento en la fe: Pastoral popular. Pastoral de élites. Catequesis. Liturgia.
Área de Iglesia visible y sus estructuras: Movimientos de laicos. Sacerdotes. Religiosos. Formación del clero. Pobreza de la Iglesia. Pastoral de conjunto. Medios de comunicación social.
En total, participaron 249 personas entre cardenales (8), arzobispos (45), obispos (92), sacerdotes y religiosos (70), religiosas (6), seglares (19) y observadores no católicos (9).
La reunión preparatoria de Medellín se realizó en Mar del Plata en mayo de 1967. El Obispo Eduardo Pironio fue elegido en la reunión de Sucre, Bolivia, en noviembre de ese mismo año, como Secretario General del CELAM. El encuentro y sus conclusiones tuvieron la clarísima influencia del pensamiento teológico y el espíritu místico del que luego fue Presidente del CELAM y, también, OBISPO DE MAR DEL PLATA.
Mons. Pironio infundió en Mar del Plata el espíritu de Medellín. A poco de llegar a la ciudad convocó a una Semana de Pastoral Popular que se realizó en el Hotel 13 de Julio de Luz y Fuerza animada por importantes teólogos y pastoralistas como Lucio Gera, Gerardo Farrell, Justino O´Farrell y otros. Las conclusiones de este recordado encuentro marcaron una profunda opción por la presencia de la Iglesia en los barrios, junto al pueblo, asumiendo sus problemas e injusticias.
El luego Cardenal Pironio condujo a la Iglesia local hacia una triple dimensión: orante, fraterna y misionera. En este contexto se afianzaron los grupos juveniles que habían comenzado en el mismo año 1968 a realizar encuentros denominados “Invasión de los Pueblos” y que, en el marco del clima de entusiasmo y esperanza que se había instalado en la Iglesia local confluyeron en la creación del MOVIMIENTO JUVENIL DIOCESANO y la primera MARCHA DE LA ESPERANZA, que tienen vigencia hasta el presente.
Entre los personajes destacables de Medellín hay que mencionar a Don Manuel Larraín, obispo de Talca en Chile, que dio al CELAM el impulso profético que lo marcó en aquellos tiempos. Fue elegido Presidente del CELAM en la segunda de las tres reuniones (1964) que se celebraron en Roma durante el Concilio. Y fue reelegido en la de 1966, con el afán de reorganizar totalmente el Consejo en vista de las experiencias tenidas y para poder llevar a cabo las tareas que iba indicando el Vaticano II. Para que no hubiera dudas en el estilo que se pretendía, Dom Helder Cámara figuraba como Primer Vicepresidente.
“Si el desarrollo es el nuevo nombre de la paz (Populorum Progressio N° 87), el subdesarrollo latinoamericano, con características propias en los diversos países, es una injusta situación promotora de tensiones que conspiran con la paz”, dice el N° 1 del Capítulo II, Paz, de los DOCUMENTOS FINALES de Medellín.
Al describir los procesos históricos, Medellín caracteriza las “tensiones entre clases y colonialismo interno” y las “tensiones internacionales y neocolonialismo externo”. Es la etapa del VER con el cual se despliega metodológicamente el Documento. Luego, en la segunda parte, se puede leer la “Reflexión Doctrinal” (JUZGAR) y por último las “Conclusiones Pastorales” (OBRAR).
Los DOCUMENTOS FINALES de Medellín constituyeron un acontecimiento que trascendió ampliamente sus objetivos de adecuación del Concilio Vaticano II para América Latina.
Fueron un faro iluminador para una generación que se formó a la luz de sus ejes temáticos y conclusiones. Los textos fueron leídos, “subrayados”, debatidos en grupos y talleres y, sobre todo, llevados a la práctica tanto en el plano pastoral como en las opciones políticas que devinieron en las historias personales y colectivas
Cada capítulo merece un tratamiento particular. Por ejemplo, en el correspondiente a Educación (IV), Medellín propone a “la educación liberadora como respuesta a nuestras necesidades”.
En tanto, en el referido a Laicos (X), los Documentos de Medellín sostienen que “esta compleja realidad sitúa históricamente a los laicos latinoamericanos ante el desafío de un compromiso liberador y humanizante”.
Las conclusiones de Medellín fueron retomadas por el Papa Francisco como uno de los redactores principales intervinientes de la V Conferencia de Aparecida (Brasil) y en sus textos y viajes; muy recientemente (noviembre 2017) en su recorrido en Colombia, donde se celebró aquella II Conferencia en 1968.
Nuestra visión de la historia como vigencia nos propone, además de recordar un acontecimiento que marcó una época, profundizar visiones y opciones que, hoy más que nunca, necesitan nuestros PUEBLOS LATINOAMERICANOS.