La historia de la Segunda Guerra Mundial tiene un capítulo soterrado: el rol de las mujeres aviadoras y pilotos durante la contienda.
Por Eduardo Balestena
La imagen de Maureen Dunlop con el sol reflejado en su cabello al bajar de un avión Fairey Barracuda, que en la foto de tapa de la edición del 16 de septiembre 1944 de la revista “Picture Post” dio la vuelta al mundo es (junto con el abnegado esfuerzo del personal de tierra que hacía el mantenimiento de los aviones durante la contienda) la síntesis de un capítulo bastante soterrado de la historia: el de las mujeres piloto.
Y también es indicativo de la competencia profesional que ellas tuvieron al pilotar aviones complejos y de alta performance, en condiciones climáticas y de ataques enemigos que significaban un riesgo extremo. También las circunstancias adversas en que debieron llevar a cabo una tarea tan exigente, en un ámbito fuertemente sexista.
Nacida en Quilmes el 26 de octubre de 1920, Maureen Dunlop fue hija del empresario rural australiano Eric Chase Dunlop y de Jassimin May Williams.
En 1936, cuando contaba con 16 años de edad, comenzó su entrenamiento de vuelo en Inglaterra y lo continuó a su regreso a la Argentina. Como otros descendientes de anglosajones, al estallar la Segunda Guerra Mundial decidió participar activamente en favor de Inglaterra, abandonó su cómoda vida en la estancia patagónica de su familia y se unió al Air Transport Auxiliary, un cuerpo integrado mayormente por mujeres pilotos, que tenían como misión primordial llevar aviones de distintas clases desde sus plantas de producción a los aeródromos militares y probarlos durante el vuelo (es decir que también eran pilotos de prueba), así como viajes de asistencia sanitaria y transporte.
Maureen Dunlop se encontraba capacitada para pilotar 28 tipos distintos de aviones monomotores y 10 multimotores (son actividades diferentes entre sí), tales como Spitfires, Hawker Typhoon, Hawker Tempest, Avro Anson, Mustang, Bristol Blenheim y Vickers Wellington o Mosquito de Havilland.
Luego de la guerra fue calificada como instructora en la base aérea Luton y ya de regreso en nuestro país fue instructora de pilotos de Aerolíneas Argentinas. Murió en Norfolk el 29 de mayo de 2012.
Air Transport Auxiliary
La Air Transport Auxiliary (ATA) nació como una organización civil y tuvo su sede en White Waltham Airfield. Su finalidad era llevar los aviones desde la línea de producción hasta las unidades encargadas de instalar el armamento y accesorios y luego volar a las instalaciones de la Royal Air Force (RAF), llevar a cabo vuelos sanitarios y transportes de material y personas.
Con la mayoría de los pilotos de la RAF dedicados a la defensa y el combate aéreo, la ATA fue conformada mayoritariamente por mujeres voluntarias provenientes de la aviación civil (las “Atagirls”) y por pilotos hombres que en razón de su edad o de distintas limitaciones no podían volar en misiones militares pero sí desempeñarse perfectamente para cumplir con el cometido el grupo.
Las voluntarias eran de Gran Bretaña, Canadá, Australia, Nueva Zelandia, Sudáfrica, Estados Unidos de Norteamérica, Holanda, Argentina y Chile y muchas de ellas fueron condecoradas y reconocidas ampliamente en su heroísmo por parte del Ministro de Armamento Lord Beaverbrook, quien declaró que el esfuerzo y soporte del grupo era equiparable a la pelea en el frente y que sin su concurso la batalla de Inglaterra habría sido librada en condiciones muy diferentes.
Como no podía serlo de otro modo, en atención a los aviones que volaban (las expresiones máximas del vuelo a hélice), el entrenamiento era intenso y riguroso y fueron realizadas un total de 133.247 horas de vuelos de instrucción.
En cuanto a sus ingresos, las 166 mujeres que formaron parte de la ATA se encontraban equiparadas a los hombres y tenían una presencia notoria en la prensa. Las primeras de ellas fueron aceptadas en servicio el 1° de enero de 1940 (es decir, cuando el escenario bélico se encontraba situado en la Francia ocupada, a donde deberían llevar los aviones, seguramente bajo fuego enemigo) y meses antes del comienzo de la Batalla de Inglaterra, que aconteció entre agosto de 1940 y junio de 1941).
Una de las primeras víctimas de tan riesgosa actividad fue Amy Johnson, quien murió en enero de 1941 sobre el estuario del Támesis. Pese a que en 1930 había establecido un record al volar entre Gran Bretaña y Australia, fue obligada a rendir una prueba para unirse al cuerpo.
Durante la guerra la ATA voló 415.000 horas y entregó más de 309.000 aviones de 147 clases, incluidos Spitfires, Hawker Hurricanes, Mosquitos, Mustangs, Lancasters, Halifaxes, Fairey Swordfish, Fairey Barracudas y Fortalezas.
La actividad incluyó 8.570 vuelos domésticos y 8.489 de ultramar; fueron transportadas 883 toneladas de material y 3.430 pasajeros y un total de 174 pilotos –mujeres y hombres- perdieron la vida en cumplimiento de esas misiones (las bajas eran de un diez por ciento).
En un pasaje de “Piloto de Guerra” Antoine de Saint Exupéry cuenta los botones, cuadrantes y palancas con las que está equipado su avión y llega a la cifra de 103 objetos para verificar, tirar, dar vuelta y empujar y que el piloto que hay en él le explica eso al campesino que también hay en él: que el avión, ese reino suyo tan excitante, es así de complejo.
El pasaje da una leve idea del nivel de sofisticación de muchos aviones de entonces, que en algunos casos eran derivados de modelos concebidos para las carreras por la Copa Schneider, que significaron durante la década del 30 un campo de experimentación tecnológico para los primeros diseños de los futuros cazas.
Igual que las aspirantes a astronautas cuya historia cuenta el documental “Mercury 13” (uno de los astronautas de entonces llegó a declarar que era posible enviar a una mujer al espacio, así como un perro o un chimpancé) las mujeres piloto de la ATA debieron soportar la oposición de quienes concebían que el de la aviación era un campo estrictamente masculino. Una muestra de ello fue que el mariscal jefe del aire Sir Trafford Leigh-Mallory no permitía que las pilotos cruzaran el Canal de la Mancha. Otros fueron más allá y las designaban con términos abiertamente ofensivos.
Así como en las plantas de producción norteamericanas las mujeres llevaban a cabo una tarea tan precisa y especializada como la producción de aviones y armamentos, y el grupo WASP de pilotos femeninas también se ocupaba de llevar los aviones desde la línea de producción a sus destinos militares, durante la Batalla de Inglaterra y hasta el fin de la guerra, las mujeres no sólo intervenían en la detección y seguimiento de los aviones alemanes que avanzaban hacia Gran Bretaña sino también en las vitales tareas de tierra: manejo de camiones y tractores y suministro de combustible, tareas las más de las veces riesgosas ante el bombardeo de las instalaciones respectivas por los alemanes.
El esfuerzo bélico fue un titánico trabajo de conjunto.
Circunstancias
Su actuación durante la Segunda Guerra Mundial fue central, sin embargo el capítulo de las mujeres en la aviación es mucho más extenso y merecería un tratamiento aparte.
Maureen Dunlop cuestionó que sólo hombres debieran combatir en el aire, afirmando que era injusto enviarlos a morir sólo a ellos.
Su reflexión marca que no son las aptitudes sino las circunstancias lo que prima ante determinados acontecimientos y que las funciones más vitales sólo requieren de las mejores capacidades.
La aviadora fue fotografiada porque era su belleza el atributo que permitía poner el énfasis en lo que hacía, en lugar de ser al revés. Sin embargo ello sirvió para hacer visible una situación: que sin el aporte femenino no hubiera podido ser posible para los aliados ganar la guerra y que aquello que se requiere para actuar en semejante escenario es algo en lo que el género no tiene nada que ver.