Cultura

Mariano Quirós aborda ese territorio escandaloso y literario llamado Chaco

El escritor Mariano Quirós, novelista premiado por ejemplo con el "Laura Palmer no ha muerto", Festival Azabache de Gijón, entre otros, acude a su perfil de cuentista para entregar un exquisito libro de nueve cuentos situados en la provincia de Chaco.

Mariano Quirós (Resistencia, 1979) reúne en “La luz mala dentro de mí” nueve cuentos en los que busca que los personajes “se sumerjan como exploradores” en diferentes escenarios de la provincia de Chaco, definida como “un paisaje áspero y de belleza incómoda”, desde el que el autor construye narradores a los que el mundo se les presenta como una aventura y una revelación.

Un jurado integrado por Fernanda García Lao, Félix Bruzzone y Elvio Gandolfo decidió que este libro editado ahora por Factotum Ediciones fuera el ganador del primer premio del Fondo Nacional de las Artes.

El escritor vive en Chaco y dirige, junto a Pablo Black, el sello editorial Colección Mulita. Este es su segundo libro de cuentos pero el primero que escribió solo, ya que el anterior fue en coautoría con Black y Germán Parmetler.

Antes Quirós publicó cuatro novelas por las que obtuvo diversos premios: “Robles” (Primer Premio Bienal-CFI), “Torrente” (Premio Festival Iberoamericano de Nueva Narrativa), “Río Negro” (Premio Laura Palmer no ha muerto; publicada en Francia por la editorial La dernière goutte), “Tanto correr” (Premio Francisco Casavella) y “No llores, hombre duro” (Premio Festival Azabache; Memorial Silverio Cañada, Semana Negra de Gijón).

El escritor se refirió a la provincia desde la que escribe como “un territorio escandaloso” y también “muy literario”, que le genera “tanto miedo como encanto”.

-Venías trabajando el género novela… ¿Cómo llegaste a este libro? ¿Cómo fue el proceso?

-Mariano Quirós: Siempre me pareció más adecuado y pertinente que el primer libro de un escritor sea de cuentos. Al que debería seguirle, tal vez, otro libro de cuentos. Pasados unos cuantos años, ahí recién tendría que publicar uno su primera novela. Pero las cosas se dieron de otra manera, me dejé llevar por otros impulsos y los cuentos, mientras tanto, se fueron acumulando sin llegar a formar algo como “un libro”. Hasta que un día, motivado por una seguidilla de libros de cuentos que acababa de leer, corté por la mitad la escritura de una novela y me dije: “Ya es hora de armar mi propio libro de cuentos”. Así que cerré los ojos -como para leer en profundidad-, junté los que tenía escritos, vi en cuáles había, por así decirlo, una misma línea, y me zambullí un poco más en esa dirección, hacia un tono oscuro que les diera cohesión y a la vez los ensuciara un poco. Mucho después vi la luz, que al fin y al cabo no es tan mala.

-¿Cómo surgió la idea de que haya tantos narradores que son niños en los cuentos?

-Más que “narradores niños” en particular, me interesaban narradores que guardaran un cierto candor, un aire de inocencia que contrastara con el mundo retorcido en que se sumergían. Un mundo que puede ser el de la literatura -pero la literatura en su costado más marginal y ramplón, que es también el más aventurero- o bien el corazón de una casa de gente que vive presa del pánico y supone que con un arma estará más segura.

-Ya habías ganado otro premio con tu novela “No llores, hombre duro”, ahora obtuviste el del Fondo Nacional de las Artes, ¿cómo los recibís y qué lugar les das?

-Tengo mucha suerte con los premios literarios. Me llenan de alegría y me permiten publicar cada cosa que escribo.

-La provincia de Chaco está muy presente en los cuentos. ¿Fue algo intencional o aparece por ser el lugar desde el que escribís?

-Nací en el Chaco, viví casi toda mi vida en Resistencia. Es un territorio escandaloso y, para mi gusto, muy literario. Sobre todo el interior de la provincia -que es muy distinto a Resistencia, casi dos opuestos-, y que me genera tanto miedo como encanto. No es que conozca mucho el interior, hasta diría que no lo conozco. Pero por eso mismo me gusta escribir desde ahí, ubicarme ahí, para escribir como al tanteo. Que los personajes -y yo con ellos- se sumerjan como exploradores en ese paisaje un tanto áspero y de belleza incómoda, por decirlo de algún modo. Que sea una aventura y una revelación.

-A su vez hay un eje que es el de la familia y dentro de ese eje tiene mucho protagonismo el vínculo entre los hermanos. Es casi un vínculo “salvador” y de mucha complicidad. Pienso en “Un arma en la casa” o en “Una paliza literaria”.

-Puede ser de complicidad, pero también hay momentos en que el vínculo entre hermanos es una mera complicación. También me interesan los otros vínculos familiares, padres, abuelos, todos en una situación de cariño un tanto desaforado. Gente que, por miedo a perder algo, o por no saber conservarlo, se comporta de maneras absurdas. O de manera literaria, para decirlo poéticamente. O como dice uno de los personajes: sin miedo a ser cursi. Esto lo digo a cuento de que, alguna vez, hace unos cuantos años, mi mayor temor era caer en alguna que otra cursilería. Ahora quiero creer que pasé una barrera y que, simplemente, esos pruritos me importan menos. En cualquier momento empiezo a escribir como Sandro.

-Por otro lado, ¿qué lees? ¿Hay algo de literatura argentina contemporánea que te interesa especialmente?

-Leo todo lo que puedo, creo ser un buen lector. Además de que, entre otras cosas, conduzco junto a Pablo Black el sello Colección Mulita, así que es casi un imperativo que me interese la literatura argentina contemporánea. Hay autores de mi generación que me encantan, y de muchos tengo la suerte de ser amigo: el mismo Pablo Black, Germán Parmetler, Matías Aldaz -cuyo libro “La lluvia cae en todas partes” fue precisamente uno de los que me hizo pensar en tener de una vez mi propio libro de cuentos-.

Hace poco leí “Poesía estupefaciente”, de Germán Maggiori, y pasé una temporada de plena paranoia. Maggiori es simplemente -como dirían Truman Capote y su versión argentina mejorada, Miguel Molfino- un monstruo perfecto.

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