Por extraño que parezca, dos anormalidades infrecuentes salieron a la luz casi de forma simultánea en Mar del Plata. Dos líderes espirituales que arrastraron a sus seguidores a la indigna vida de la esclavitud. Abusos, explotación laboral, desposesión de bienes, robo de identidad. El pastor Hurtado y el Swami Vivekayuktananda.
Por Fernando del Rio
Lo malo nunca es nuevo. Y aunque la maldad sea una construcción moral edificada sobre cimientos inconsultos, hay tópicos en los que la duda no existe. Arrasar con la vida de una persona controlada por la espiritualidad, por la promesa de un universo íntimo sublime, por la grandeza de lo divino, es uno de ellos y es tan añejo -y repetido- como las mismas sociedades. Que un líder carismático abuse de la confianza de sus seguidores o que les quite los bienes, o que los someta en su sexualidad y los reduzca a la sumisión es un extremo al que dos grupos “espirituales” llegaron en Mar del Plata. Lo inusual es que hayan sido descubiertos con poco tiempo de diferencia uno de otro y que ambos estén en avanzado estado de judicialización.
La grey evangelista del pastor Hurtado y la secta yogui de Eduardo De Dios Nicosia son dos aberraciones que salieron a la superficie marplatense pese al esfuerzo por mantenerse en las profundidades. Una ya en la antesala del juicio oral y otra en camino. Dos historias que revelan la mansedumbre en la que pueden caer los oprimidos, algunos solitarios, los desamorados, los doloridos, los necesitados, los que buscan hallarle un significado a su vida, y la impiadosa conciencia de los que, tarde o temprano, en la Tierra o en esos mundos imaginarios que trafican, terminarán pagando.
Isaías Nelson Hurtado y Eduardo De Dios Nicosia, dos ególatras envilecidos, perpetraron el crimen del saqueo al vulnerable, más allá de otros que ahora la Justicia Federal busca ordenar para corresponderles una pena ejemplar. A ese fiel seguidor y creyente lo despojaron de sus bienes, de sus decisiones sexuales e incluso de su libertad.
Como va la cosa, es probable que sea Hurtado el primero en recibir una condena. Se llegaría a esa situación si todo lo que asegura en su pesquisa el fiscal Nicolás Czizic y en sus fallos el juez Santiago Inchausti, pero -también y primordialmente- si lo dicho por los testigos y supuestas víctimas es cierto.
Hurtado nació en Chile el 30 de junio de 1968 y a los 30 años desembarcó en Reconquista, una pequeña localidad santafesina. Allí inició su prédica tras consagrarse al Ministerio Apostólico y Profético Monte Sion por medio de un ayuno de varios días. Lo único coherente que parece desprenderse de su perfil es que tras ese ayuno le irrumpió una voracidad inconmovible. Ese afán de trascendencia en el que no importaban los medios y así dejar atrás su condición de hombre del llano para autotitularse profeta, apóstol o guía en nombre de Jesucristo.
En el año 2005 llegó a Mar del Plata acompañado por su familia y un puñado de fieles. Se instaló más adelante en O’Higgins al 300, en el barrio San Carlos, a una cuadra del Playa Grande Golf Club. Sus homilías, que aún pueden encontrarse en videos de la plataforma YouTube, eran bizarras en su extravagancia y artificialidad. Hurtado era capaz de tomar el micrófono y decir “te adoramos señor” siete veces en cuatro segundos o recitar fonemas de una fingida lengua antigua obtenida por la gracia divina. Para eliminar males, resoplaba sobre el micrófono y movía su brazo en señal de barrido final.
Los seguidores de Hurtado se congregaban en el templo de la calle O’Higgins y desde el año 2007 hasta los allanamientos de 2016 el “Ministerio” funcionó de manera discreta. En verdad no tanto porque el 29 de abril de 2013 la fiscal Graciela Trill había ordenado un allanamiento y elevado cargos contra Hurtado, pese a lo cual el Ministerio continuó con sus actividades. La Justicia Federal tomó intervención por advertir el posible delito de trata de personas y en junio de 2016 todo lo que sospechaba quedó a la vista.
El Ministerio del Monte Sion ocultaba el funcionamiento de una secta técnicamente definida y precisa. Con un líder y un par de laderos -algunos víctimas también- que sometían a los demás allí en calle O’Higgins, una propiedad cerrada al exterior por un paredón y un mínimo portón de acceso con la única señal: un cartel que indicaba, como tantos otros lados, un proyecto espiritual algo difuso. Eso sí, lo más distinguible era una antena altísima en el medio de aquel domicilio.
Sus seguidores habían aumentado no por obra del Señor sino de la radio FM 101.7. Uno de los casos, tal vez el más estremecedor de todos, es una muestra de cómo funcionaba la Lógica Hurtado. Una joven mujer y su marido empezaron a asistir en 2010 a las reuniones en O’Higgins después de escuchar las emanaciones ponzoñozas -claro que para ellos inadvertibles- desde Radio Zion. La joven ni siquiera tuvo libertad para elegir el nombre de la recién nacida. Todo fue empeorando, ya que por orden de Hurtado la pareja no podía mantener relaciones sexuales y se les prohibió, también, contactarse con sus familiares. Además la mujer fue obligada a ir a un hotel alojamiento con Hurtado y tener relaciones sexuales con él.
-Dale que tenemos que hacer esto porque Dios dijo que vos vas a ser mi mujer, entonces tengo que santificarte con mi semen ungido (…) porque de esa manera vos vas a llegar a un nivel mayor de espiritualidad- advertía Hurtado.
En su desenfreno sexual, Hurtado parloteaba en ese idioma inventado pero que él adjudicaba a un dios. Producto de uno de esos encuentros la mujer quedó embarazada. Estudios genéticos posteriores confirmarían que el padre biológico era Hurtado.
El dinero y el
sometimiento
Todos los canales de generación de dinero o de placer (o de poder) confluían en la figura de Hurtado, quien se aprovechaba de personas de baja autoestima, en grave situación de vulnerabilidad, para captarlas.
Algunos fieles eran obligados a tomar créditos, a pagar con sus tarjetas bancarias pasajes en avión a Hurtado y así satisfacer sus deseos de viajar. También remataban sus viviendas y el dinero obtenido se lo quedaba el pastor. “Las propiedades había que ponerlas a los pies de Dios”, dijo una testigo.
Vivían en comunidad desigual dentro del “templo”. Eran más de 30 personas, aunque algunas ocupaban casas de las calles cercanas. Comían mal y sufrían el maltrato, tanto en el plano físico como en el piscológico.
Un par de años antes de ser descubierto, Hurtado había puesto una panadería con dinero de una indemnización cobrada por un seguidor. En Diagonal Vélez Sarsfield 37 funcionaba el negocio en el que trabajaban varias víctimas y el dinero recaudado era solo para el “pastor”. Hurtado llegó a quedarse con la Asignación Universal Por Hijo de una joven de 25 años quien además debía pedir permiso para ir al centro o verse en la playa con alguna amiga.
En un primer momento la imputación recayó sobre Hurtado, sobre su esposa Patricia Padilla y también sobre otros tres integrantes de la secta. Sin embargo, estas personas no solo terminaron sobreseídas si no que, en un caso bastante singular en la Justicia, se transformaron en querellantes.
Hoy Hurtado continúa preso; Padilla no, porque le permitieron seguir el proceso en arresto domiciliario para cuidar a los más pequeños de sus 8 hijos. Eso sí, ambos esperan el juicio que se celebrará en los próximos meses y en el que se los acusa del delito de trata de personas con fines de explotación laboral agravado con 37 víctimas. A Hurtado, además, se le agregan tres cargos de abuso sexual con acceso carnal reiterado y otro por tentativa.
Desde su prisión, el pastor fraudulento se negó a reconocer sus acciones. No solo eso, sino que pretendió seguir ejerciendo sus poder “divino” y amenazó con hacerles caer calamidades y padecimientos a algunas de las víctimas declarantes. La Justicia Federal, sencillamente, lo imputó de amenazas.
De Eduardo De Dios Nicosia se escribió mucho ya. Incluso antes de caer preso a mitad del año 2018 cuando en un importante operativo policial fue allanado el Hotel City, en la Diagonal Alberdi al 2500.
Nicosia fue durante 4 décadas un consagrado líder espiritual, con rango importante dentro del universo yogui. Era conocido como Swami Vivekayuktananda y resultó considerada su figura como la máxima referencia, el máximo gurú del yoga en Argentina. Los libros lo mencionaban.
En la década del ’70, luego de alcanzar ese estado cósmico para muchos inalcanzable, Nicosia se instaló en Mar del Plata y sus discípulos empezaron a reproducirse. Más tarde voló a Venezuela y regresó a la Argentina para finalmente establecerse en Mar del Plata, en el hotel City.
De no ser por una hija de Nicosia, nada se habría conocido. O tal vez sí, vaya a saberse. Pero fue su propia hija la que se acercó a la Justicia a fines de 2017 y dijo que en el Hotel City funcionaba un régimen de explotación de personas, con abusos sexuales, esclavitud, torturas, sustracción de bienes, de identidad y hasta acopio de armas. Y lo más grave de todo, es que eso sucedía desde hacía varias décadas. Su caso era un ejemplo: con 47 años no había sido escolarizada, había sufrido torturas físicas, psicológicas y sexuales. Y al hablar abrió esta caja de Pandora marplatense.
Aunque con influencias espirituales distintas, el Mundo Nicosia no dista demasiado del Mundo Hurtado. Dos líderes carismáticos que captaban a personas con necesidades afectivas y anímicas, con baja autoestima y permeables a convencerse de las soluciones mágicas.
A diferencia de Hurtado, Nicosia requirió de más lugartenientes. Su esposa Silvia Caposiello, su hijo Xavier Yañez Caposiello, el venezolano Sinecio de Jesús Coronado Acurero y Luis Fanesi fueron quienes lo acompañaron a lo largo de los años. Y alguien clave que terminó siendo el último detenido: el psicólogo Fernando Velázquez, también llamado alguna vez con el nombre monástico “Krishnananda Saraswati”.
Hoy Nicosia, Caposiello, Yañez, Acurero, Fanesi y Velázquez están detenidos. A lo largo de los años tomaron roles coordinados para que quienes se acercaban al Swami acabaran vejados, desposeídos de bienes y de libertades. Despojados incluso de sus identidades.
Porque la Justicia tiene probado por modernos métodos genéticos que 15 personas jóvenes que vivieron en el círculo más próximo del grupo eran hijos de Nicosia. Dos de ellos tenía un doble parentesco: Nicosia era su padre y a la vez su abuelo. Aquella primera denunciante había sido embarazada en el marco de un abuso sexual, al igual que una hermana. Otras dos mujeres aseguraron que en la década del ’80, cuando eran menores, habían sido violadas.
Despojados de todo
La causa abierta en 2018 tuvo inicialmente solo 5 víctimas. Con el correr de la investigación ese número se elevó a 33, muchas de las cuales al día de hoy se mantienen en confuso equilibrio entre ser víctimas o considerar víctima a Nicosia. No son los únicos, según la Justicia ya que siguen surgiendo testimonios de personas que pasaron alguna vez por el ámbito del grupo Yoga liderado por Nicosia. De hecho, dos personas viajaron desde Venezuela para declarar. Un informe de LA CAPITAL reveló que la secta estuvo involucrada en el asesinato en Caracas de una ejecutiva de nombre Zoraida Josefina Fernández, en 1980, e incluso Nicosia y Acurero estuvieron detenidos. Luego ambos fueron sobreseídos.
Las declaraciones de las víctimas permitieron al juez Inchausti –en función de la excelente labor del fiscal Czizik- reconstruir cómo operaba Nicosia y sus laderos. Durante años los discípulos eran retenidos, debían entregar sus bienes, someterse a los deseos sexuales de Nicosia, casarse entre seguidores para disimular la paternidad del líder, cambiar la identidad de los niños y niñas nacidos.
En los últimos años, Nicosia y Caposiello habían creado una cooperativa que permitía la explotación del hotel City, donde todos los empleados eran personas de la comunidad. La situación laboral se asemejaba a la de esclavos modernos, sin posibilidad de salir a la vía pública, con extensas jornadas y sin remuneración. El hotel tenía cámaras de seguridad para evitar deserciones. Esa característica de encierro tenía un sentido claro: que no existiera el riesgo de que las víctimas, al tomar contacto con el exterior, revelaran sus padecimientos. “Teníamos todos la cabeza programada con que no se podía salir”, dijo una de las víctimas.
Nicosia, ya con 71 años y problemas para movilizarse por sus propios medios, usaba una silla de ruedas. Vivía en el cuarto piso del hotel, un nivel prohibido para cualquiera menos para sus más íntimos. En un cuarto contiguo, la policía encontró gran cantidad de armas y municiones.
La prueba contra Nicosia y sus cómplices se acumularon en el expediente. Pudieron identificarse roles de personas que controlaban a los captados para que no dejaran el hotel, otros sabían de los abusos sexuales y no los impedían, otros colaboraban con el acopio de armas. Velázquez, el psicólogo y secretario de la Cooperativa, había trabajado a la par de Nicosia desde el año 1979. Sus conocimientos sobre relaciones humanas lo hicieron especialista en la captación de personas y en el dominio psicológico de las víctimas.
Nicosia tuvo hijos con seis mujeres de la comunidad y para no levantar futuras sospechas, las obligaba a casarse con otros seguidores, quienes debían ponerles sus apellidos a los bebés.
Los actos prohibidos de Nicosia y sus cómplices se iniciaron en los ’70 en Mar del Plata, se fueron a Caracas, de allí regresaron a Buenos Aires y finalmente acabaron en el Hotel City, de Diagonal Alberdi al 2500. En pleno centro de la ciudad y a solo 200 metros del Tribunal Oral Federal, donde en poco tiempo más todos seguramente se sienten en el banquillo de los acusados.