El hijo menor del titiritero Pepe García repasa su historia con la danza y el arte. Desde sus primeros trabajos a convertirse en coreógrafo de "Bailando por un sueño".
“¿A qué te ibas a dedicar?”, se pregunta Bruno García. Y es una pregunta obvia para él, que sostiene una carrera en la danza y en la coreografía y que anduvo bailando por el mundo. ¿A qué te ibas a dedicar sino al arte? Es que su papá, el titiritero Pepe García fue el que le hizo escuchar a Louis Armstrong y a Ella Fitzerald por primera vez, junto con el tango, y el que le abrió las puertas de la imaginación. Y su mamá hizo lo suyo: música clásica por todos lados. Sus hermanos mayores agregaron la música progresiva, por un lado, y el sonar de los trovadores, por el otro.
“Mi casa era maravillosa, porque uno escuchaba todos los estilos y entre papá y mamá crearon una biblioteca de arte, mi casa estaba llena de libros de arte, aparte de los de psicología de mamá y los de tarot y astrología de papá, que eran disciplinas que les encantaban a los dos”, rememora Bruno, sensible y de risa siempre diáfana.
Regresó a Mar del Plata en 2011, después de vivir y trabajar en varios lados: Buenos Aires primero, Costa Rica, México y Tokio después. A sus 46 años, acaba de estrenar con su grupo Jazzer el espectáculo Danza Viral (en el teatro Roxy), en el que intenta contar la problemática del VIH desde la danza, junto a un grupo de cuatro coreógrafas locales. Le gusta gestar proyectos colectivos, que lo unan a otros bailarines. Estar en movimiento parece ser su objetivo, igual que hace su papá a sus largos 80. “Elegí volver y ejercer la docencia acá, es el lugar donde uno tiene que devolver lo que recibió, definitivamente”, sigue y cuenta que enloqueció en su juventud por la danza jazz cuando, en una Fiesta del Mar, las vio bailar a Anahí Ramos y a Alicia Calambucas. Entonces, como muchos otros, voló. Y se especializó en Buenos Aires.
“Hago una danza jazz que linda con lo contemporáneo, que es bellísima”, asegura, aunque no olvida las raíces del género. “Estoy pensando en hacer algo con el jazz original, con el de antes, porque se está perdiendo”, comparte y repasa su extenso curriculum, que va de bailarín de una revista de Moria Casán a coreógrafo de “Bailando por un sueño”, el ciclo de Marcelo Tinelli. Y en el medio, Disney.
“Con Disney hice una gira por Costa Rica”, evoca, después de haber saltado a Buenos Aires con un espectáculo revisteril que arrancó en esta ciudad y que significó un contrato fijo de trabajo. Después Alejandro Romay armó el famoso “Jazz swing tap” con Elena Roger y Diego Reinhold y él quedó en el staff de veinticuatro bailarines. Más tarde, el amor lo llevó a México. En el enorme Distrito Federal fue parte de “El violinista sobre el tejado”. Otra vez de la mano de Disney recaló en Tokio, Japón, para ser parte de un espectáculo musical que se hacía en el interior de un parque de diversiones de la compañía. Tras un año, regresó a Buenos Aires y se probó como coreógrafo en el exitoso programa “Bailando por un sueño”. Durante tres años se puso el traje de couch y formó y entrenó a Ximena Capristo, Liz Solari y Dolores Barreiro y sus respectivas parejas de baile.
“Es muy lindo ese trabajo”, dice. “Que te entreguen a una pareja para formarla, ensayar tres horas por día… se convierten en tu familia. Con Ximena Capristo se empezó a hacer una relación con ella, con su marido, con sus amigos, nos juntábamos a comer pizza en la casa para ver el programa cuando estaba grabado”.
Descubrió las grandes habilidades para el movimiento de Liz Solari, “lo que bailaba, era increíble, ojalá siga bailando porque era muy buena”. Y de Dolores Barreiro probó la comida hindú, cocinada por ella. “Como sabía que yo tenía poco tiempo, me preparaba el taper con comida, tartas integrales, frutas, come súper sano. Se crearon relaciones muy lindas, tiene una parte maravillosa ese programa”.
No obstante, las grabaciones y la comidilla que genera el ciclo fue lo menos gustoso para el marplatense. “Las grabaciones eran mi pesadilla y todo lo que se generaba alrededor, no iba a ninguna de las reuniones que se hacían entre los grupos, me ponía incómodo”, reconoce.
Ya instalado en su ciudad, asegura que Mar del Plata tiene “un nivel increíble de danza”, aunque sabe que es difícil vivir del trabajo de coreógrafo. No obstante, sigue buscando alternativas. Su papá es su ejemplo.
“Me llevo muy muy bien con papá”, dispara, aunque reconoce haber pasado por “todas las épocas”. Cuando era un nene, sentía enojo “por verlo con otros chicos”. El problema fue que Pepe siempre fue un ser querible, un titiritero amado desde los tiempos en que estaba en Sacoa.
“No entendía por qué papá abrazaba tanto a otros nenes, iba a acompañarlo a Sacoa y me daba celos… después pasé por la admiración total, por entender que es tan talentoso, tan creativo. Lo veo ofrecerse y dedicarse mas allá de lo económico, eso se admira muchísimo, sigue ofreciéndose en las escuelas, con la edad que tiene…”
“Mucha gente me dice ‘¿pero en cuántos proyectos te metiste?’. En todos los que pueda, digo, si mi viejo tiene 80 y pico y lo hace… yo con 46 tengo que tener fuerzas, yo quiero llegar así”, piensa en voz alta. Llegar como su papá que sigue por los escenarios haciendo descostillar de risa a grandes y chicos.