Opinión

Magnicidio y precios como puntos de inflexión

Panorama político nacional de los últimos siete días

Por Jorge Raventos

¿Es posible un encuentro entre Mauricio Macri y Cristina de Kirchner? En las últimas semanas, puertas que se veían definitivamente trancadas parecen haber comenzado a entornarse. El “nunca” se convierte en “sólo si…”

Que un senador amigo de Macri desde los tiempos del colegio Newman haya conversado con la vicepresidente sobre la necesidad de la unión nacional (reunión y temática pautadas por el también senador Adolfo Rodríguez Saa) es un dato significativo. Que ese acercamiento se mantuviera en reserva durante un mes y sólo trascendiera después del atentado contra CFK y las amenazas contra el fundador del Pro, quizás muestra un signo de interés de las partes.

Del “no” al “si, pero…”

La señora de Kirchner, pese al antecedente de haber evitado en 2015 la ceremonia del traspaso de los símbolos del poder a Macri, puede argumentar hoy que ella viene reclamando acuerdos con la oposición y hasta puede citar -como lo ha hecho más de una vez- la conversación que ella suscitó con el economista Carlos Melconián, otro amigo de Macri. Para el fundador del Pro reunirse con ella puede resultar políticamente más incómodo, dado el perfil de “halcón” que fue adquiriendo en los últimos años y su tendencia a sintonizar con los sectores más intransigentes de su electorado. Sin embargo, lo que hasta hace poco hubiera merecido un no tajante, Macri (que ve en la vice “sin dudas, una protagonista del proceso actual”) lo responde ahora con un condicional: “”Me reuniría con Cristina solo con la constitución sobre la mesa”.

En rigor, es la Constitución la que podría otorgar un protocolo formal de cierta simetría a un encuentro entre ambos: sería un encuentro entre dos expresidentes. Si el criterio formal de la conversación fuese ser presidentes de los respectivos partidos, los protagonistas serían Alberto Fernández y Patricia Bullrich (pero, ¿por qué no sumar a las máximas autoridades de sus aliados).

En términos de política práctica, un encuentro CFK-MM sería una forma por la que ellos se legitiman recíprocamente como figuras centrales de sus respectivas coaliciones, algo que parece obvio en el caso de ella, pero es menos indiscutido en el de Macri tanto porque Rodríguez Larreta lo desafía dentro del Pro, como porque el radicalismo cuestiona lisa y llanamente el hegemonismo del Pro (y rechaza específicamente el de Macri) en Juntos por el Cambio.

Lo que es innegable es que un atisbo de acuerdo entre los dos expresidentes al ser, en la práctica, una coincidencia entre los exponentes de las alas más duras de las dos fuerzas electorales más numerosas, contribuiría a una pacificación de los espíritus y podría despejar el camino a coincidencias más ambiciosas.

La conspiración de Brancaleone

El atentado contra la vicepresidenta quizás sea un punto de inflexión. También marca, : según algunas encuestas, una altísima intensidad de desacuerdo: más de la mitad de las personas consultadas consideran que ese hecho -que fue registrado en imágenes repetidas hasta el hartazgo por los medios-, no fue real, fue un simulacro.

Cuatro siglos atrás, el poeta Nicolas Boileau adivinó que “lo verdadero puede a veces no ser verosímil”. Si bien se mira, ¿no son inconcebibles los personajes que aparecen en la trama criminal? Parecen salidos de Los Siete Locos: una organización de vendedores de copos de nieve, dos estudiantes enamoradas que conversan con naturalidad sobre “mandar” al amigo de una de ellas a cometer un magnicidio, un remisero reticente, que una vez retrocede ante la consigna de asesinar con la excusa de que la víctima “ya entró” a su domicilio y el jueves 1 fracasa (quizás adrede) en el intento, omitiendo poner un proyectil en la recámara de su Bersa. ¿Hay una mano invisible detrás de esa Armada Brancaleone? Se verá si los investigadores encuentra algún hilo que justifique las hipótesis más conspirativas.

Lo que, superado el estupor, queda claro es que ese puñado de jóvenes de poco más de 20 años acumula (recubierto por una densa capa de simulación, necedad y cinismo) un odio reconcentrado contra políticos con los que (dadas sus edades) apenas si convivieron mientras ellos gobernaban. ¿Dónde y cómo se cultivaron esos sentimientos y esa pulsión por matar?

Pregunta más alarmante: ¿son ejemplares excepcionales o están reflejando un fenómeno más amplio, todavía subterráneo?

El contexto en el que se produce este fenómeno no es auspicioso: crecimiento de la violencia (inseguridad en los vecindarios, robos piraña motorizados, crímenes monstruosos, avance de los grupos ligados a la droga), empobrecimiento de la población, áspera conflictividad política acompañada de un creciente descreimiento social en la mayoría de las instituciones.

Massa y la inflación

El INDEC difundió esta semana la cifra de inflación de agosto: el 7 por ciento de incremento en los precios (un promedio que esconde aumentos considerablemente más altos en varios artículos de primera necesidad) representa un doloroso recordatorio de la materia en la que el gobierno viene fracasando y a la cual el superministro de economía, Sergio Massa, urgido por el vacío de reservas y por las negociaciones con el FMI, no le ha dedicado aún atención prioritaria..

Los precios y el Fondo

Seguramente comenzará a hacerlo ahora, tanto por el peso que el tema tiene en el ánimo público como por la advertencia de Kristalina Georgieva, la directora gerente del Fondo que, entre los “problemas significativos que afronta la Argentina” incluyó a la inflación “en el primer lugar de la lista” porque -dijo- “es devastadora, en especial para las personas pobres”.

De no ser por la mala noticia estadística que, con rigor y objetividad, proporcionó el INDEC, las páginas económicas habrían estado dedicadas a Massa, al trato “casi presidencial” que, según los cronistas, se le ofreció en Washington, tanto en la Casa Blanca como en el Congreso y, sobre todo, en la secretaría del Tesoro, donde estuvo con su titular, Janet Yellen, una figurita difícil que hasta ahora no había recibido a ministros argentinos. O a las conversaciones con inversores. O al entusiasmo con el que el gobierno de Joe Biden proyecta la cooperación argentina en el abordaje de la crisis energética disparada por las sanciones occidentales a la Rusia de Putin a partir de la invasión a Ucrania. El ministro podrá adjudicár a la mala fortuna que el dato de la inflación de agosto se conociera justo dos días después de su retorno de Estados Unidos.

Aunque la oposición le baja el precio a las gestiones exteriores del superministro -del mismo modo que a la circunscripta devaluación sectorial (“dólar soja”) que indujo rápidamente a un número significativo de actores a liquidar exportaciones y permitió al Banco Central acumular divisas-, y las caracteriza como “meros parches”, “humo” o “improvisaciones al paso”-, no se siente cómoda discutiendo medidas que, si bien se mira, avanzan en un rumbo que los mismos opositores aconsejaban. En paralelo con los sectores más obstinados del kirchnerismo, un sector de Cambiemos considera que Massa les está “robando el programa”. El ministro de Economía navega con brújula propia.

Quizás por eso resulta complicado colocar ese eje de debate. En cambio, la inflación ofrece un flanco más fácil para el ataque, porque se trata de un fenómeno nefasto, claramente visible para el conjunto de la sociedad y porque es improbable que Massa consiga soluciones rápidas para ese flagelo. Sin las responsabilidades de gobernar y dar respuestas prácticas, la oposición puede conseguir réditos con el clásico expediente de criticar al poder e indignarse ante el fenómeno como el conjunto de la población. El mecanismo suele ser infalible, y si la coalición opositora no se beneficia en mayor medida es porque sus conflictos internos por momentos la paralizan y la dispersan.

Si Massa quiere asentar su proyección política en la gestión que hoy está comandando deberá, más temprano que tarde, afrontar el desafío de la inflación con la misma energía con que viene encarando la crisis de las reservas. En rigor, se volverá impracticable avanzar en otros planos sin conseguir victorias más o menos consistentes en la relación precios/sueldos. La conducción sindical, que constituye uno de los mayores puntales del gobierno (en particular del ala menos comprometida con el kirchnerismo), reclama una ofensiva eficaz contra la inflación, porque las negociaciones salariales siempre corren de atrás, llegan tarde frente al alza del costo de vida y la situación obliga a demandar antipáticos aumentos estratosféricos.

La gestión económica se ve tensada por reclamos que, por razonables que sean en su raíz, a menudo son contradictorios. Los gobernadores -otro puntal del oficialismo- apoyan la racionalización de la economía a condición de que en sus provincias no se corten obras ni se deje de lado un criterio federal en la distribución de recursos y subsidios.

En ese complejo marco; Massa espera que se apruebe el proyecto de presupuesto que el Ejecutivo acaba de enviar .al Congreso. Avanza paso a paso.

Las PASO, en cambio, quizás encuentren un freno: la mayoría de los gobernadores quisiera saltearlas, la Casa Rosada hace como que no quiere atenderlos pero el oficialismo cuenta las voluntades que le permitirían alcanzar quorum y aprobación en Diputados. Descuentan que el Senado es pan comido.

La Argentina se desliza entre la ilusión electoral del año próximo, el drama social que se ahonda y una disgregación que degenera en violencia y furia. Estaría bien que, antes de pensar en las urnas del 2023 la dirigencia se concentre en apagar incendios. Y, sobre todo, en no jugar con fuego.

 

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