Ochenta años de vida, sesenta y seis de argentino, sesenta de publicista. En Mar del Plata, el "tano" Valentino es una institución del ámbito publicitario.
A sus ochenta años recién cumplidos, Luis Valentino no sólo es un inmigrante de los tantos que hicieron de esta su patria (llegó a Mar del Plata de su Mafalda natal el 22 de junio de 1951): logró convertirse en un publicista de enorme cartera de clientes. Y no sólo eso: abrazó su profesión durante sesenta años. Eso, no cualquiera lo hace. Y menos, con la pasión que él le puso durante todos esos años y hasta abril pasado, cuando se retiró sabiendo que su cosecha es más rica en amigos que en dinero -y eso que económicamente le fue muy bien-.
“Me gustaba mucho el teatro, Yo actuaba en las fiestas del colegio y cuando llegué acá quise incorporarme a ese ambiente”, cuenta Valentino para explicar cómo de actor pasó a publicista, casi sin darse cuenta. “Es que empecé a hacer la escuela aquí ni bien llegué y como maestro lo tuve al Tío Enrique, que tenía una troupe en LU6. El me dijo que fuera a la Casa del Pueblo a hacer teatro y allí fui. De tanto ir, me llamaron para un papel, en el que no hablaba. Pero cuando fui a hacer teatro leído, vieron que no podía leer una palabra en castellano. Entonces me nombraron director de Prensa y Propaganda de la compañía. Mucho título para ser un cadete que llevaba gacetillas a los diarios. Y ahí también, de tanto ir, me empecé a vincular y de a poco, empecé a vender publicidad…”.
Lo hizo primero en el desaparecido diario La Mañana y poco en El Atlántico, del que varios años después sería uno de los dueños.
Pero por ese entonces vendía avisos promocionando los bailes de los clubes y se caminaba la avenida Independencia de Luro a Juan B. Justo y de Luro de Independencia al Monolito, entrando en todos y cada uno de los negocios ofreciendo publicidad.
Cierra el diario La Mañana y Valentino empieza a vender avisos para La Capital. “Sólo los “monstruos” vendían para este diario -recuerda y nombra- “Vinitzky, Robles, Cejas, Maximino, Palumbo, Cristaldi…”.
Igual él seguía con su estilo “hormiguita” y caminaba las avenidas en busca de clientes. Hasta que logró el que sería uno de los mejores: “Panamed” y más adelante, para una campaña por LU9, las máquinas de tejer Donatti y después, “Palmar”, en una sucesión de golpes de suerte que incluyó “La Estrella Argentina”, su cuenta más fuerte.
Promediando los años setenta, El Atlántico se vendió a un grupo de periodistas y notables marplatenses. El ni siquiera estaba en la lista. Pero otra vez la suerte lo puso en el camino: uno de los potenciales inversores tuvo que bajarse y lo convocaron de urgencia, sabiendo que acababa de cobrar un interesante dinero por la venta de una casa. “Fue el mejor negocio de mi vida -dice-. Cuando un año después vendimos el diario, yo cobré mucho dinero que me permitió, entre otras cosas, comprarme la casa que quería y viajar tres meses a Europa”.
Mientras tanto, seguía trabajando y con Acuarama, allí donde luego se armó el Super Domo, tuvo otro golpe de suerte, que siguió con los otros espectáculos que se montaron en el mismo lugar, el Circo Tihany y Tropicana, entre ellos.
Valentino también tuvo fracasos, como el de Fuerte Apache, que fue destruido por un incendio y dejó un tendal de deudas ya que no tenía seguro. A él, el fuego le llevo 15.000 dólares…
Con un balance que inclina la balanza a favor, con muchos amigos, muchos kilómetros recorridos y mucha vida vivida, pleno a sus ochenta años, Luis Valentino cobró su último cheque en abril, al Sindicato de Empleados de Comercio. Fue su último trabajo como publicista. Ahora -afirma- se dedicará a descansar, aunque resulte difícil creerle.
Anoche tuvo su gran fiesta en el salón de la colectividad de Mafalda, el pueblo que lo vio salir hacia América, hace sesenta y seis años.