"Todo por amor, pero no todo", editada por Penguin Random House, es la reciente novela del periodista, además de su primera incursión en la narrativa de ficción. Una historia sobre las luces y sombras en los vínculos amorosos, las relaciones de pareja y la amistad.
Por Dante Galdona
Dueño de una humildad insólita en el medio, el periodista Luis Novaresio pide permiso para entrar en la literatura con “Todo por amor, pero no todo”. “¿Quién soy yo para escribir ficción?”, se traslada la pregunta que considera que se hace la gente, pero al mismo tiempo encara el proyecto con el profesionalismo que lo caracteriza y logra un resultado acorde a la pasión con la que encara el texto: una novela que parece de un escritor de varios años de oficio.
“Todo por amor, pero no todo”, relata el proceso de un curso de filosofía en el que se forma un grupo de amigos, las combinaciones de esos vínculos parecen entretejerse con los contenidos que adquieren a través de Berta Orlás, la profesora sobre quien Novaresio no niega referencia: “Traté de que fuera tan lúcida” como José Pablo Feinmann, el filósofo con el que Novaresio hizo un curso de difusión masiva hace más de veinte años y sobre el que, dice, quedó “fascinado”.
“El amor es mucho menos prejuicioso que uno“, repite Luis Novaresio y lo afirma con una novela que justamente contiene ese concepto, al menos a la hora de escribirla parece no haber reparado en prejuicios ni autocensura.
-La novela empieza con una referencia a Nietzsche. ¿Sos muy lector de filosofía?
-Me gusta mucho, este año me volví a matricular en la licenciatura a distancia que hace la Universidad de 3 de Febrero, y no tengo tiempo, y no lo quiero hacer como una obligación, yo quiero hacerlo tranquilo pero ya va a salir.
-¿Qué difícil que es el amor?
-Dame novedades (risas). Tremendo, y sobre todo si uno es sincero con uno mismo.
-¿Por qué nos cuesta tanto? Creo que la novela va por ese lado, sobre las dificultades del amor.
-Eso es un poco eso, con la excusa de alguna mirada del amor en la filosofía. Eso tampoco está muy difundido, que los filósofos hablen de amor, no se cuenta lo que pensaban del amor, como si fuera algo menor y yo digo “¿estamos todos locos?”.
-¿Te parece que el amor es un tema tabú en la filosofía?
-Yo creo que no, que está muy tratado. Probablemente sea un tema más tabú en los historiadores de la filosofía, que menosprecian ese tema creyendo que es algo secundario.
-¿Y por qué creés que es eso?
-A lo mejor porque los historiadores de la filosofía han fracasado en el amor (risas). Pero me parece que durante mucho tiempo los “Temas Importantes” no parecían estar relacionados con el amor. En todo caso sobre la existencia, sobre el principio del fin, sobre el sentido de la vida y demás. Para esta novela me encontré con un libro muy lindo de dos mujeres filósofas contemporáneas jóvenes, de 40 años, que escribieron sobre las mujeres en la filosofía, sobre el amor y es súper apasionante.
-El deseo sí está bastante tratado en filosofía, que es una cosa totalmente diferente a lo que es el amor.
-Y ahí es el cruce con la psicología, que se plantea el explorar el deseo como motor existencial.
-¿Cómo nos encontramos como sociedad hoy en día? ¿Buscamos solo disfrutar y no tanto amar? ¿Le tenemos miedo al amor?
-Estamos en una sociedad ultraproductivista que solo se detiene en aquello que da resultado y que produce objetos de valor. Empecé a leer hace poco, de casualidad, un libro de Byung-Chul Han, al que nunca le había podido entrar, había intentado en un momento que estaba tan de moda y yo no lograba entrar, Vida contemplativa, que habla sobre la necesidad del ocio, la necesidad de no hacer nada. Y eso está mal visto en este productivismo exagerado, hacer nada él lo rescata como un lugar de encuentro con uno mismo. Muy aristotélico. Aristóteles decía que la felicidad era la eudamonía, el ocio creador, contemplativo. De ahí él un poco retoma eso. Algo que también se vincula mucho con el tema del amor, me parece que está capitalizado el amor.
-Está en ese lugar de no servir para nada.
-Sí, como si fuese una pérdida de tiempo. Es más, escribir historias de amor está medio “demodé”, y más varones escribiendo historias de amor. Las escritoras mujeres, que son muy buenas por cierto, se atreven más, pero que un varón escriba una historia de amor resulta anacrónico.
-Es tu primera experiencia en ficción, ¿cómo fue?
-En realidad vengo escribiendo muchas ideas pero que nunca ni siquiera pasan por la idea de publicarlas. Esta es una idea que tengo hace muchos años, desde antes del 2003, antes de que asumiera Néstor Kirchner. José Pablo Feinmann, que después se iba a convertir en el filósofo de Néstor, antes no había tomado posición, hizo un curso de filosofía en el club Armenia de Buenos Aires, de difusión masiva, que iba de Descartes a hoy. Yo vivía en Rosario y me venía todos los jueves al curso, y cuando llegué, aparte de fascinarme por las explicaciones que daba, que eran muy buenas, yo traté de que Berta Orlás (NdR: personaje de la novela) fuera tan lucida como él. Ahí conocí gente y pensé que podía ser un buen disparador, para pensar en un encuentro de amigos, la novela intenta también reivindicar la amistad. Amigos que se encuentran en un curso de filosofía y cuentan sus historias de amor.
-La amistad es otra de las formas de amor, a veces no reparamos en eso.
-Y en la que también no sé si está muy bien visto, ahora probablemente un poco más, decir que se ama a un amigo. Se presta al chiste, “entonces es un amigo con derecho a roce”, etcétera. Me parece que el amor es mucho menos prejuicioso que uno, y que hay distintas formas de expresión del amor y la amistad es una de ellas.
-Estás en las antípodas ideológicas de Feinmann y no dejás de agradecerle, eso habla de tu ética.
-Es que él era un maestro inigualable, yo siempre recuerdo su clase de Marx, sus dos jueves de Marx, que era casi una ceremonia religiosa, porque lo explicaba con tanta pasión y con tanta capacidad porque, insisto, no éramos alumnos, no era un curso académico, era un curso de difusión masiva donde había todo tipo de personas, y la verdad es que era cautivante escucharlo explicar.
-¿Qué creés que pasó con él que se acercó al kirchnerismo?
-Me parece que se fanatizó. Yo pienso que dejó la veta que mejor representa a la filosofía que es la duda, la pregunta y creo que se entusiasmó. Él llegó a decir en algún momento que Néstor se parecía a Sartre porque los dos eran estrábicos, un amor ciego, un proceso de enamoramiento en donde todo parece maravilloso. Después siguió siendo crítico con la derecha y lo que él denominaba el conservadurismo, pero no militando tan cerca.
-¿Te enfrentaste a muchos demonios propios cuando escribías?
-Cuando empecé a escribir esta novela, una de las editoras generales me dijo que “escribir es un proyecto de vida”, y yo pensé “qué exagerada”. Bueno, es un proyecto de vida.
Al primer demonio que te enfrentás, uno que habita muy fuertemente en mí, es la autocrítica, la idea de que yo no puedo publicar. Siempre cuento que cuando empecé a escribir la última vez, no la versión que después llegó al libro, pero hará cinco o seis años, yo trabajaba en América y me cruzaba con Mauro Viale todo el tiempo, lo quería muchísimo, era un tipo de una cultura descomunal y un lector voraz, y cuando le cuento que estaba escribiendo me miró y me dijo “pero si ya escribió Cortázar para qué vas a escribir vos”. Eso fue como un mazazo. Pero más allá de Mauro, uno tiene ese mismo demonio. Además, por mi trabajo, que me da una cierta notoriedad, pienso que podrían decir “¿qué le pasa a este tipo, se cree que porque sale en televisión puede escribir una novela?”. Y ahí también vino en mi ayuda otra grande que era Magdalena Ruiz Guiñazú, que publicó varias novelas, y cuando publicó la primera yo le hice esta misma pregunta, “¿no tenés miedo?”, y me dijo “sí, claro que tengo aprehensión por lo que puedan decir, pero yo soy la misma Magdalena que está en la radio, quiero escribir y puedo hacerlo”. Eso era, como animarte un poco.
-Además, con el criterio de Mauro Viale, nadie podría escribir después de El Dante, por poner un ejemplo.
-Claro. Incluso viniendo más acá, después de Memorias de Adriano (NdR: novela de Marguerite Yourcenar).
-Lo nombrás en la novela…
-Es uno de los libros que está sobre mi mesa de luz porque creo que es perfecto, es mi pequeñísimo homenaje.
-¿Quién fue tu primer lector? Me imagino que tu esposo.
-Pobre santo, íntegro y desordenado lector de mi novela. En realidad, más que lector, se fumó que yo se lo fuera leyendo. Cuando terminaba de escribir un capítulo se lo leía y después cuando lo terminaba de corregir y charlar con la editora. Así que anárquicamente conoció al libro primero que nadie.
-¿Qué opinión tenía?
-Estaba muy emocionado de que yo pudiera escribir, fue un gran compañero. Fue muy generoso conmigo, me discutió algunas cuestiones. Me decía, por ejemplo, “no quiero que que Eva haga tal cosa”, “no hagas eso, no hagas esto”, se involucró en lo personal.
-Hice una especie de asociación entre los personajes del libro y el psicoanálisis, a ver si estás de acuerdo.Yo creo que C es el Ello, Uno es la metáfora del Yo y Ana es la metáfora del Superyo. ¿Estás de acuerdo?
-Es hermoso lo que estás diciendo, sí, no lo había pensado. Me parece muy atinado, C en el Ello dejándose arrastrar por eso de que no tiene ningún tipo de consideración, de ningún tipo. Sí, Ana es el Soperyo, efectivamente, y Uno, pobre, es un yo bastante angustiado.
-¿A qué filósofos actuales estás leyendo?
-Hay un filósofo que me interesa mucho que se llama Michel Onfray, un francés contemporáneo, el tipo leyó entera La Odisea en público con actores franceses durante cuarenta y ocho horas. Tiene libros hermosos, el de los cínicos, que están muy mencionados en esta novela, están inspirados en el libro de Michel Onfray. El problema severo que yo tengo, que también me pasa con la literatura, es la discusión entre leer lo que ya leí o leer nuevo. Hay tanto para leer viejo, hay textos sobre Nietzsche, interpretaciones, qué decís “qué lindo” pero por qué no veo un poco más de filosofía contemporánea.
-¿Te pasa también que sentís que la filosofía terminó con el existencialismo?
-Soy tan admirador del existencialismo, aparte tiene mucho que ver con mi vida personal. Un encuentro a mis dieciocho años de prepo, casi te diría que mi primera relación homosexual, conocí a un chico acá en Buenos Aires que era un fanático del existencialismo. Antes de acostarnos me preguntó si había leído La náusea, y yo le dije “sí, por supuesto”, y no tenía la menor idea de lo que hablaba, me dice “¿y de quién es La náusea?” y yo tuve que confesar que no tenía ni la menor idea. Me tiró por la cabeza el libro que todavía conservo, de editorial Losada. Y me dijo “no nos vemos nunca más si no la leés”. Era todo muy fuerte y la verdad que a partir de ahí empecé a leer mucho, me invitó a leer. Yo siempre recomiendo, aunque sé que hay poco tiempo, no es para los que no tienen tiempo o para los que quieren lo instantáneo, los tres tomos de la autobiografía Simón de Beauvoir. Gracias a este pibe yo me acerqué al existencialismo.
-¿Te gustaría hacer una reflexión sobre lo apolíneo y lo dionisíaco en la sociedad actual?
-Yo creo que jugamos a ser dionisíacos y en el fondo estamos muy atravesados por el mandato y lo apolíneo. Me parece que ahí yo soy mucho más Berta Orlás, hay que ser más dionisíacos, más Protágoras. Me parece que hay que ir más por ahí, pero nosotros jugamos en las redes a que somos dionisíacos y en el fondo estamos muy sometidos a lo apolíneo.