Luis Miguel, el artista que reavivó el amor por el bolero tradicional en toda una nueva generación y logró torcer el rumbo de su carrera, hasta entonces destinada a no diferenciarse demasiado a la de que cualquier cantante latino, con la edición de su disco “Romance” en 1991, cumple 50 años este domingo 19 de abril.
Desde entonces, “El Sol”, como se lo conoce al intérprete nacido en Puerto Rico pero mexicano de corazón, se convirtió en una especie de reencarnación de las grandes figuras de la canción romántica de la década del ´50, tanto por el rescate de ese repertorio y sus soberbias performances vocales, como por la acartonada estética adoptada.
El éxito de viejos clásicos como “La puerta”, “La barca”, “Inolvidable”, “Contigo a la distancia”, “No sé tú” o “Usted”, entre otros, producidos por la gran estrella del género Armando Manzanero, situaron a Luis Miguel en otro plano artístico quien, a pesar de contar con apenas medio siglo de vida, se erige como una leyenda de la canción.
Toda esta trayectoria, que reúne discos con ventas siderales, maratónicas giras con multitudinarias presentaciones, seguidas por hordas de fans que deliran ante cada mínimo mohín; y reconocimientos de todo tipo, también contempla una historia con todos los ingredientes para crear una suculenta película hollywoodense.
No es casualidad que “Luis Miguel, la serie”, llevada a la pantalla por Netflix en 2017, se convirtiera en un inmediato éxito que renovó el interés por el cantante y alimentó a los programas de chimentos que llenaron horas con viejas historias y leyendas.
Un abusivo padre que proyectó en su joven hijo sus deseos de estrellato, una madre que desapareció de manera misteriosa, los excesos propios de los niños-estrella, la explotación comercial, los incontables romances con sex-symbols y las excentricidades típicas de las grandes estrellas son algunos de los tópicos que condimentan su figura.
Hijo del cantante español Luis Rey y la italiana Marcela Basteri, Luis Miguel tuvo en su padre a su gran impulsor artístico, quien, a sabiendas de que tenía una voz privilegiada y un gran carisma, hizo todo lo posible para convertirlo en una joven estrella.
La oportunidad llegó cuando en 1981 cantó en la boda de la hija del entonces presidente mexicano José Luis Portillo, en donde llamó la atención de productores de la industria, quienes no dudaron en ofrecerle su primer gran contrato.
Así registra al año siguiente su primer disco “1+1=2 enamorados” y, luego, “Directo al corazón”, con el que se haría conocido en la Argentina y lo convertiría en un invitado asiduo en varios típicos programas ómnibus de los sábados a la tarde, tan populares en aquellos años en la TV local.
El andar de Luis Miguel en los años ´80 no se alejó del de muchos de los grupos o solistas juveniles de aquellos años, como el caso de Los Parchís o Menudo.
Es decir, canciones que presentaban un híbrido entre el romanticismo, el pop adolescente y algunos toques folclóricos de sus países de origen; sumado a presentaciones que apuntaban a las exclamaciones histéricas de los fans y alguna olvidable incursión en el cine.
De esa época se desprenden algunos otros grandes hits como “Palabra de honor”, “La incondicional” o el viejo éxito del chileno Antonio Prieto “Cuando calienta el sol”, en donde comenzaba a aflorar la sexualidad adolescente, en un videoclip plagado de esculturales cuerpos, miradas pícaras y lúdicos flirteos.
Pero tal como quedó reflejado en la exitosa serie de Netflix, aquellos no fueron años fáciles para la joven estrella, que debió crecer entre un padre inescrupuloso a la hora de buscar la fama de su hijo y mantenerlo en los primeros planos, y la misteriosa desaparición de su madre.
A pesar del lucrativo andar de la carrera de Luis Miguel, la reconversión experimentada en 1991, con el mencionado disco “Romance” y su asociación con Manzanero, provocó que la crítica “seria” pusiera los ojos en el joven que demostraba, de esta manera, que era mucho más que un fenómeno creado por la maquinaria industrial de la música.
Pero además, ese disco, que lo desmarcaba de otras figuras juveniles, provocó que un género musical que parecía condenado a quedar sólo en la memoria de generaciones pasadas, sumara nuevos adeptos entre los jóvenes.
A partir de entonces, Luis Miguel orientó su recorrido artístico en esa línea, más allá de algunos redituables intentos por sumarle algún toque pop, como en el caso de “No culpes a la noche”, adaptación de “Don´t blame it to the boogie”, de Los Jackson 5; algún canción típica mexicana como “El Rey” o ritmos bailables latinos como en “Suave”.
En ese tónica, la década del ´90 fue la de los momentos consagratorios en la trayectoria del artista, establecido como una figura a nivel internacional, respetada desde distintos ámbitos, con discos que rompían récords de ventas y conciertos con localidades agotadas.
Pero también allí se construyó la imagen del cantante como la de un hombre de gustos excéntricos, comportamientos de divo y resonados romances con figuras como Daisy Fuentes, Mariah Carey, Salma Hayek y Sofía Vergara, entre otras. Claro que también se fomentaron en aquellos años leyendas sobre excesos con las drogas o reclamos por paternidad.
Su relación con Aracely Arámbula, con la que tuvo tres hijos, no calmaron los rumores en torno a las diversas aventuras del intérprete que, hoy en día, mantiene un romance con su corista Mollie Gould.
Lo cierto es que Luis Miguel ya se mueve como aquellas grandes leyendas del mundo del espectáculo, casi inaccesibles para el público, rodeado de historias que nunca podrán comprobarse y con un halo que da cuentas de lo difícil que puede resultar relacionarse con él.
El 1 de marzo de 2019, la estrella se presentó por última vez en Buenos Aires, con un show en el porteño Campo Argentino de Polo y sus insistentes gestos de malestar por supuestos problemas en el sonido, que sólo él parecía notar, con sus correspondientes reproches al personal técnico, dieron la pauta del complejo carácter forjado, luego de medio siglo de vida que supo del desamor infantil, la explotación y las falsas relaciones que trae el éxito.
Esa noche, su voz sonó desangelada, pero perfecta.