Cultura

Luis Mey: “Hay que perderle el respeto a la literatura”

Recientemente publicada, su última novela se inserta en lo que el llama el "terror del Conurbano, que es el nuevo gótico". Se trata de Curabichera, de editorial La crujía, un libro descarnado en varios sentidos, escrito bajo una pluma precisa y limpia de prejuicios. Una charla exclusiva con LA CAPITAL en la que volcó conceptos sobre literatura, escritura -apelando a su perfil de formador de escritores-, mercado editorial y lectura.

Por Dante Galdona

Luis Mey no parece advertir que es un escritor del que siempre se espera el próximo libro. Sus lectores siempre están ávidos sobre sus novedades. A pesar de que lleva años publicando, desde mucho antes de ganar el Premio de la Revista Ñ en 2013, su materia de escritura jamás se agota. Las garras del niño inútil -que forma parte de la Trilogía desgarrada-, Diario de un librero, La pregunta de mi madre, Macumba, Los abandonados, son algunos de sus títulos.

-¿Cómo surgió la historia de esta novela?

-De la escritura a la publicación pueden pasar años. Escribí esta novela hace más de seis años y en el camino escribí como diez novelas más, dos libros de cuentos, me mudé tres veces. Surgió porque le tengo muchísimo respeto a la noción de oficio, a sentarme y probar a ver qué sale, equivocarme muchísimo, y esta es una de las miles de semillas que fui tirando y engancharon en la tierra.

-Salió en medio del trabajo.

-Salió de encenderle velas a Balzac. Por ahí de tanto sentarse van saliendo algunas cosas que parecen completas, finiquitadas. Sí estaba experimentando con la literatura fantástica, ahora parece que el terror del Conurbano es el nuevo gótico.

-Hay algo de gore también…

-Sí, y de hecho corté mucho las partes más gore, que era una parte bastante más repulsiva y me pidieron que le baje el tono. Y la verdad que yo dije “tienen razón”, porque la verdad no era necesario tanto. Me había ido al carajo.

-La historia te pidió el gore mientras estaba escribiendo, pero después a la hora de editarla ya no fue tan necesario…

-Cuando uno escribe lo hace con el corazón y luego se corrige con la cabeza, dicen por ahí. Por lo cual sentarse a escribirla y hacer eso me pareció hermoso, me divertí un montón, pero después cuando leí la parte que me pedían que saque, cuando la releí dije “ay, tienen mucha razón, esto es un desastre”. Me censuré solo, y lo bien que hice.

-¿Y la elección de la primera persona fue fue difícil?

-Al revés, tengo muchas obras publicadas en primera persona. En realidad en los últimos años empecé a escribir bastante en tercera, todavía no hay nada publicado en tercera, pero sí, las últimas novelas y cuentos que escribí en los últimos años ya directamente son en tercera. Pero ya van diez años que publico textos en primera persona, creo que todos los libros que publiqué fueron en primera persona. Y después tenía algunos escritos en tercera, pero era más bien malos, por eso nunca los quise publicar.

-Hoy en día se publica mucha autoficción. ¿Tuviste algún miedo de que se confunda el lector?

-No, no. Porque yo entiendo perfectamente que lo que yo veo del mundo es solamente mi mirada y no hay manera de imponerle al otro una noción de realidad. Si el otro lo quiere creer es porque está regalado. Yo vivo lo que quiero creer, vivo en un estado de creencia, de fe. Bueno, ya lo decía Althusser: la ideología, o sea, el mundo de las ideas, es la representación de las relaciones existentes, esto significa que todo lo que yo crea que es la realidad es una ficción. O sea, es lo que yo me represento, ni más ni menos. Si acaso algo hubo de vital en esa historia, tal vez de algún barrio, de todos modos cuando pasa la hoja en palabras ya no tiene nada de realidad, es solo lenguaje, por supuesto bajo el amparo incluso del soporte de este tipo de libros que se llaman novelas, que ya tiene un pacto pretérito con el lector. Y ese pacto es: “Mira, te voy a contar algo que si tiramos de la soga un poquito y ayudamos para que esto funcione se llama ficción, pero si querés hablar de verdad, esto es mentira, es un cuento”. ¿Tiene textos de verdad? Sí, al final, las ontológicas, las que uno podría decir que más o menos dicen algo, pero no es lo que dice, dice de fondo. Ahora, si viene otra persona y dice “yo estuve con vos acá”, yo le diría: “bueno, eso es relativo, yo estuve conmigo y vos estuviste con vos”. Ojalá hubiera dos personas que hayan vivido la misma historia, eso es imposible, no hay dos huellas digitales idénticas y no hay dos vivencias compartidas idénticas. Me encantaría que así fuera y que la autoficción exista. Son nombres que le pone la prensa o ciertas escuelas para empezar a hablar de algo y después refutarlo al final. Eran solo palabras para para poder empezar.

-¿A nivel del mercado editorial, qué opinas de esta denominación de la literatura de autoficción?

-Son sanos los debates, todo lo que implica hablar de literatura es bueno, todo lo que implica hablar de Gran Hermano es malo. No hay mala prensa para la literatura. Estoy muy preocupado por el futuro de la literatura en muchos sentidos, pero al mismo tiempo también me empiezo a cagar un poco en todo hace ya bastante tiempo. Hablen de lo que se les cante. Yo me quedo en mi casa escribiendo. En todo caso, si me invitan al bar a debatir quiero que me sirvan un whisky y en lo posible escaparme sin pagar la cuenta.

-Me sacaste la pregunta que te había preparado sobre cómo ves la actualidad de la literatura. ¿Hacia dónde va?

-Si me preguntás a nivel mercado siempre lo veo caótico, porque la literatura es un negocio caótico, de hecho es un eufemismo llamarlo el negocio de la literatura. Pero no, no veo futuro en la literatura, porque la literatura, la buena literatura siempre es en pasado. La buena literatura es en términos de pasado. Cuando se vendía un Ulises, las libreras de Shakespeare a Co. le decían “se vendió uno”. Y años después el libro se transforma en la base de educación narrativa de todas las universidades del mundo. Ahora, si yo quisiera escribir el Ulises ahora, a ver si con esto la rompo…, me va a salir mal. Nadie tiene una solución para que esto mejore, sí me interesan las cuestiones educativas, ahí sí se puede mejorar la literatura, pero no veo ningún debate válido en términos artísticos, de qué va a ser el día de mañana con los géneros, ni nada por el estilo. Cada artista se sentará a ver qué hace con lo suyo. Yo no le voy a andar diciendo lo que tiene que hacer al otro, salvo a mis alumnos de taller literario, pero no a todo el mundo. Sí que cada cual en su intimidad entenderá o no si acaso está leyendo lo suficiente, si está escribiendo lo suficiente, porque al primer poema somos todos Shakespeare y al tercero nos queremos matar. Como que ahí nos avivamos que tenemos que estudiar un poquito, leer más, escribir más, vivir más, perder en la vida a todo ritmo, como dicen ahora. El futuro del libro es su pasado, la historia es cíclica y un autor llega después, cuando ya ni siquiera quiere algo. A los autores del día, no sé en lo que piensan como futuro de la literatura, en todo caso les diría que se sienten a escribir y que no importa, que estamos muy lejos de todo como para creer que puede ser importante una página escrita. Eso lo decidirán otros y si a uno le afecta en su ego es que leyó poco para tener ese ego. Así que el único futuro que me interesa es que se multiplique la lectura, porque eso va a traer mucha paz interna, hay mucha bronca, hay mucho odio, mucha violencia dando vueltas y no está bueno. Que la violencia se inserte en la literatura para que sea ficción y por lo tanto simbólica y no tangible.

-Que sea sublimada esa violencia.

-Claro, porque de otra manera llevamos la ficción a la realidad y ahí pasa lo que está pasando.

-¿Te encontrás con muchos malos libros a la hora de leer?

-No creo que haya malos libros, creo que hay estados de ánimo de lectura. No veo la lectura en términos tan positivistas, creo que aprendo mucho de un mal libro, creo que yo escribí malos libros, escribí muy malos textos, algunos éditos y algunos inéditos o al menos ahora lo veo así. Y entiendo que haya gente que me diga de cierto libro mío viejo que les encanta, pero a mí ya no me gusta y no puedo evitarlo, lo que no deslegitima la lectura de otra persona. Ni siquiera quiero decir que esto legitima que yo soy mejor lector, tampoco, debo estar más viejo, más hincha pelota, más borracho. Vivo más tiempo encerrado, doy clases en casa, entonces eso puede repercutir en la lectura. El libro que me parecía buenísimo antes ya no me gusta y hay algunos que yo creí haber entendido y no entendí. Hace poco estaba leyendo todo El Aleph, de Borges, a lo largo de mi vida lo leí cuatro veces y no lo había entendido, y ahora a mis 44 años digo “qué tipo hijo de puta, era bueno Borges, era muy gracioso, tiene un sentido de la ironía sobre el universo de cada persona que es impactante.

-Es muy común en Borges eso de resignificarse en otras lecturas.

-Coincido. Tiene universos, y en esos universos están nuestras lecturas. Como él mismo decía en su poema Ajedrez: “¿Que dios detrás de Dios la trama empieza?(…)”. En mi primera mamushka de lectura de Borges yo decía: “no entiendo nada, pero debe ser importante”, “qué tipo serio”, “qué bajón que no se ría”. Y ahora me entero que era el rey del humor, el que no sabía de humor era yo.

-¿Qué sale de tus talleres? Supongo que debe ser muy gratificante.

-Es mi vocación total. Yo leo como cien páginas por día con los talleres, tengo algo así como seis talleres por día y en ninguno leo menos de quince páginas, así que leo un montón de los alumnos, que son todos alumnos individuales. Algunos quieren publicar, otros no, generalmente el que quiere publicar no es el que está tan agraciado todavía, que le falta un tiempo, y el que no quiere publicar es al que le falta educarse en la parte civil de la literatura. Me divierte mucho, escriben de todo, cuento, novela. Yo me especializo en el cuento y novela, no doy poesía aunque me encantaría, algún día lo lograré. Me emociono mucho, he llorado varias veces con los textos de los alumnos, e incluso con textos fantásticos. Porque todo goza de símbolos.

-¿Cómo definís la atmósfera de Curabichera? Yo tengo la sensación de no poder escapar del color gris…

-No hay género en la novela, el género novela se llama novela, no hay novela de terror. Cuando hablamos del terror en Curabichera me parece esto: un barrio con toda la Panamericana y la General Paz corriéndole a pocos metros, durante todos los días, cada minuto, me parece que es un hermoso círculo del infierno. Y me parecía que en esta triple frontera, en ese lugar imposible, donde la modernidad inventa un cuadro de (Pieter) Brueghel el viejo, donde todo es medieval, donde hay humo constantemente… si acá no pasa algo fantástico, en ningún lugar puede pasar. Y yo pasaba todos los días por ahí en el 60, por esa curva. Yo decía: “qué loco vivir acá” y hay un montón de familias.

-¿Qué le recomendás a los escritores nuevos que quieran publicar?

-Dos grandes consejos que para mí funcionan. Número uno: aprender y reaprender constantemente a faltarle el respeto a la literatura. Y número dos: si el texto que estás escribiendo le gusta a tu tía o a tu tío, el texto es malo. Es así de fácil, vos tenés que pensar en tus tíos y si tus tíos te van a retirar la palabra después de tu texto, es el texto correcto. Vas a tener que aprender a no recibir el llamado de cumpleaños de ciertos familiares.

-Para la última pregunta voy a rescatar tres frases de la novela que me parecieron brillantes y quisiera que elijas una para una reflexión tuya a raíz de ellas. La primera: “A veces la gravedad del bloqueo de escritura pasa por el olvido de la gravedad de la vida”. La segunda: “la infancia es muy nuestra, es muy nueva”. Y la tercera: “todo texto es poético, es político”.

-Buen ojo. La primera la puse en Instagram como tip de escritura. Para mí es así. Donde uno se sienta a escribir y se empieza a quejar de que no le sale, que le gustaría que salga más fluido, a veces hay que recordar los trabajos que uno tuvo. Lo que quise decir es que no estamos levantando bolsas en el puerto, tampoco es tan grave, volvamos un poco al oficio, no pasa nada, no estamos operando a corazón abierto a alguien, en todo caso el editor sí, pero uno no tiene esa conexión con el lector, no debería. El lector está recibiendo un producto que yo estoy defendiendo pero yo ya no soy la persona que escribió eso, ya cambié. Me parece que hay que desdramatizar la escritura. Es importante, sí, pero también es importante tener yerba para el mate, música, y ponerse a tipear, que no tiene nada de malo, solamente tiene cosas buenas. Y si te equivocás, si no está a la altura de algo publicable, no hay problema, algo aprendiste, seguramente el siguiente texto, gracias a ese texto equivocado, va a ser mejor, esa es la riqueza del oficio. Incluso en el peor de los casos te va a dejar algo que enriquezca el siguiente texto, o tal vez el siguiente del siguiente, pero algo bueno va a salir. No tenemos que ser tan arribistas de pensar que cada texto que escribimos tiene que ser publicado, porque si no pasa eso que decimos que escribimos libros. No escribimos libros, escribimos textos, el libro es un objeto industrial del editor y de la librería. Nosotros ponemos el texto, para mí lo más importante, pero a veces si el editor no le pone un poco de garra, por más bueno que sea el texto, no lo lee precisamente ni tu tía. Y vaya si tengo experiencia al respecto, yo tuve muy buenas experiencias, sobre todo en los últimos años, pero también hace varios años atrás tuve alguna mala y ahí te quiero ver. A veces decía “me rompí el culo escribiendo esto”, pero si del otro lado no le ponen garra no hay nada que hacer al respecto, y también es un poco de suerte.

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