La autora y abogada marplatense lanzó su primer libro de cuentos, "No te mueras dos veces", que contiene historias entrelazadas por la muerte. En entrevista con LA CAPITAL, ofrece claves de lectura para ingresar a su ficción, que molesta porque se atreve a “hablar de lo que se habla poco”.
Por Rocío Ibarlucía
Las historias de Lucía Cass sacuden al lector, perturban su tranquilidad, porque detienen la mirada en lo atroz, lo cruel y a veces lo perverso de la mente y las relaciones humanas. Mediante una escritura que se anima a experimentar con múltiples narradores, alteraciones temporales y finales que sorprenden, sus cuentos abordan temas que incomodan como la sexualidad en una persona con discapacidad motriz; que desesperan, como la soledad de un joven que sufre acoso escolar mientras su padre intenta hacerse cargo frente a la desidia del colegio; o que plantean dilemas, como la venganza de una enfermera tras un abuso sufrido durante la guerra de Malvinas.
Estas tramas en las cuales la protagonista siempre es la muerte -latente de diferentes maneras- forman parte de “No te mueras dos veces”, el primer libro de cuentos de Lucía Cass editado por Vinciguerra-Nuevo Cauce y con prólogo de Eva Aguilera, profesora en Letras con quien trabajó los textos que finalmente conforman esta publicación.
Abogada, egresada de la UNMdP, grafóloga e investigadora en temas de empresa, Lucía Cass escribe desde adolescente porque, como confiesa a LA CAPITAL, “tuve siempre una tendencia a decir y no en todos los ámbitos uno encuentra absoluta libertad para hacerlo, pero a través de la escritura siento que ejerzo mi derecho a decir”.
Algunos de sus textos narrativos fueron publicados en el portal digital La Palabra Precisa y en la sección Entretextos de nuestro suplemento de Cultura (leer su cuento “Como un juego de ajedrez”). Su relato “Resoñar”, en el que narra el exilio de una migrante venezolana, fue ganador en 2019 del primer premio del concurso literario Valijas con Historia IV, organizado por la Dirección Municipal para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos.
En charla con LA CAPITAL, la autora, quien también afirma que escribe “para militar la vida”, analiza sus ficciones en diálogo con las problemáticas sociales que la interpelan, sostiene que su manera de narrar responde a su forma transgresora de pensar la realidad y, por eso, define a sus textos como parte de “una literatura de la incomodidad”.
Lucía Cass escribe cuentos que incomodan porque narran temas de los que pocos hablan: acoso escolar, discapacidad, adicción, locura, duelo, soledad o depresión.
-Los cuentos de “No te mueras dos veces” están atravesados por tragedias, suicidios, accidentes, asesinatos. ¿La muerte fue el criterio unificador del libro desde un comienzo?
-La muerte fue el criterio unificador desde el inicio, pero no porque me lo haya propuesto. Yo tenía la necesidad de hablar sobre la muerte, de entenderla, tal vez de aceptarla. Y, aunque a veces me proponía alejarme de la tragedia, algo siempre me devolvía a ella. Hasta que me allané y entendí que este primer libro tendría, entonces, esa reminiscencia. Sin embargo, con Eva Aguilera, mi profesora, intentamos el camino de la risa, esto fue en el cuento “Acopio”, un gran desafío que le agradezco haber transitado. En “No te mueras dos veces” yo no pude escapar de mí ni de lo que el texto me demandaba. Nunca me rehusé a la temática, al contrario, ese es su eje transversal, sin perjuicio de las diversas historias que narran los cuentos.
“No soy ajena a la realidad, soy parte de ella, y escribo sobre lo que me interpela”.
-También se meten en zonas oscuras, como abusos sexuales, acoso escolar, adicciones, duelos, depresión, que ponen sobre la mesa la crueldad humana. ¿Cómo surgió tu interés por trabajar sobre esto, nace en respuesta a la sociedad en la que estamos viviendo?
-Así como no me gustan las conversaciones estériles, tampoco elijo escribir en ese sentido. Ahora, que uno logre un criterio literario de calidad lo dirán los lectores, pero al menos hay un punto de partida que considero de fortaleza y si a eso le sumo la guía de una gran maestra como Eva, el camino se hace más certero. Me gusta hablar de lo que se habla poco, siempre fui transgresora en mi forma de pensar. La literatura es una manera de denunciar, tal vez ante el Tribunal de la memoria o la moral de quien lee, pero una denuncia al fin. Por otro lado, no soy ajena a la realidad, soy parte de ella, y escribo sobre lo que me interpela. A mí me gusta decir que hago literatura de la incomodidad (si es que hago literatura, porque también me gusta ponerlo en duda). Entonces, miro y percibo la realidad que tiene que ver con ser argentina, mujer, con conciencia de clase y con un militar político interno del que no puedo ni quiero escapar. ¿Cómo ignorar el acoso escolar, solo porque yo no lo haya padecido? ¿Cómo ser indiferente a la violencia de género que nos explota en la cara? No hubiera podido hablar de otras cosas, es un hecho que no pude y no quise hacerlo tampoco. Respecto a la sociedad, negar su violencia sería ridículo, creo que hay una necesidad de supervivencia desmesurada que saca lo peor del ser humano y también, por supuesto, hay casos que constituyen ciertas patologías. A mí me tocó publicar este libro en un estado de país caótico, era cuestión de abrir las redes sociales y notificarme de la violencia imperante, ¿cómo ser ajena a eso? No puedo.
-Para narrar esta violencia, exploraste con la multiplicidad de narradores, el montaje, las enumeraciones caóticas, alteraciones temporales, finales sorpresivos. Cuando escribís, ¿buscás experimentar con el lenguaje? ¿Te proponés salirte de lo común tanto en el tema como en la forma?
-Esto que mencionás fue fruto de mis clases con Eva Aguilera y todo lo que con ella aprendí y experimenté: diversas voces narrativas, recursos literarios, juegos con la disposición del texto. ¡Qué hermoso proceso! En cuanto a la búsqueda, sí, todo el tiempo tiendo a experimentar porque temo aburrirme de mis propios textos, como también aburrirme de mí misma y por eso suelo ser activa en cuanto a actividades. A su vez, cuando escribo, no puedo dejar de ponerme en ambos lugares: persona que escribe y lector. Tengo un constante diálogo dialéctico conmigo misma que, en ocasiones, me perturba, y en otras, saca una mejor versión de mí. En cuanto a salirse de lo común, no tiene que ver con pretender cierta vanguardia, sino con atreverme a experimentar, hacer y decir para luego evaluar los resultados. Me considero una hacedora, es decir, hago y en ese hacer hay aciertos y fallas. Asumo el riesgo y me atrevo, siempre me atrevo.
-Algunos de tus personajes tienden al desdoblamiento (“Pocos destinos posibles”), se apropian de vidas ajenas (“Como un juego de ajedrez”), se animalizan (“Dook”) o viven al borde de la locura (“Exilios”, por ejemplo). ¿Cómo fue el trabajo con estos personajes que tienden al desborde?
-El trabajo implicó un gran caudal de lectura que Eva me iba proporcionando a medida que se escribían los cuentos o, incluso, antes de abordarlos. A través de esos textos, yo advertía, por ejemplo, los límites difusos que proponían Deleuze, la polifonía en “Pedro Páramo”, el lenguaje bestial en “El Fiord” de Lamborghini, por nombrarte algunas lecturas y, luego, venía el trabajo de aplicar lo aprendido a mis textos.
En “Pocos destinos posibles” me gustó jugar con la ambigüedad humana, un padre moribundo y una académica aprovechando esa situación y, a la vez, siendo víctima de ella. “Como un juego de ajedrez” pretende reflejar la otredad que se confunde con ser uno y ser otro conforme las circunstancias y, también, la confusión a la que el lector se enfrenta al no poder discernir con claridad si está frente a un héroe o un farsante.
“Dook” es un cuento que siempre quise escribir. Yo insistía con la idea de hablar sobre la sexualidad en contextos de discapacidad, quería romper con ciertos prejuicios que se tienen en cuanto a las personas con discapacidad motriz y por eso creé una historia cuya nota característica es la libidinosidad. Para ello contacté a una persona que -porque prefiero preservar su intimidad- voy a llamar Manuel (como en el cuento). Fui clara y directa con mi requerimiento, en síntesis, le dije: voy a desarrollar la historia de una persona con discapacidad motriz, centrándome en aspectos relativos a sus prácticas sexuales; me interesa, principalmente, desterrar algunos mitos y abordar ciertos tabúes que aún hoy persisten, como el binomio: discapacidad-sexualidad. Manuel contestó que estaba dispuesto y, entre otras cosas, dijo que lo más le gustó de la propuesta es que lo quitaba del lugar de víctima donde suelen ubicarlo. Coincidimos que narrar su historia de vida era propio de otros formatos y yo quería escribir otra cosa. Manuel fue de gran ayuda, supo brindarme la información que necesitaba y con una predisposición que siempre le agradezco. Luego, continuamos largas charlas por Whatsapp y, hoy, somos amigos, lo aprecio mucho. El libro me dio más de lo que imaginaba.
Lucía Cass.
“Exilios” fue una necesidad mía de experimentar con la voz en segunda persona. Había leído cómo Luz Vítolo, en “La lógica del daño”, había hecho maravillas con esa voz en el cuento “La hora de la siesta”. Lo releí varias veces, me encanta y lo quise intentar. Fue todo un desafío no correrme de ahí, pero como te decía, quería hacerlo y lo hice. En cuanto a la historia que se narra, me interesaba indagar en las contradicciones humanas y cómo la obsesión nos puede llevar a territorios insospechados. En el cuento, los personajes se exilian de lugares y también de sí mismos, ¿quién no ha experimentado algún exilio interno? Y la locura… ¡qué espacio rico para crear historias y personajes! Quisiera indagar más ahí en mis próximos proyectos.
-En “Invasión”, narrás la guerra de Malvinas desde una perspectiva no tan abordada, que es la de las mujeres que participaron como enfermeras y, al mismo tiempo, trasladás el campo de batalla al cuerpo de la mujer. ¿De dónde nace tu interés por narrar esta versión de la guerra?
-“Invasión” me atravesó desde varios puntos de vista. Todo el proceso de escritura, hasta llegar a la versión final, fue una de las experiencias más enriquecedoras que tuve al escribir el libro. Es un cuento pensado desde el revisionismo histórico, aún sin tener una historia que contar. Eva, en su momento, propone pensar en tres hitos de la historia que a mí me interesen para luego tomar una decisión. Defino, entonces, tres acontecimientos relativos a la historia argentina, para, finalmente, quedarme con el conflicto bélico Malvinas porque, aún sin saber qué, yo sabía que quería narrar una historia distinta.
Otros autores habían abordado la temática y lo habían hecho muy bien, como Fogwill en “Los Pichiciegos”, por ejemplo. Pero yo quería una historia narrada desde otra perspectiva, surge así la idea de una voz femenina y, finalmente, me decido por las enfermeras de Malvinas. Eva me proporciona una batería de material donde indagar y buscar información, porque yo conocía poco de las enfermeras en aquel contexto y allí comienza una búsqueda exhaustiva de información que no se limitó a textos bibliográficos, sino que incluyó material a través de páginas oficiales del Estado, registros de Cancillería, material audiovisual como el documental “Nosotras también estuvimos” del director Federico Strifezzo, entre otros. Hasta que llego a dos notas periodísticas que dan cuenta de hechos atroces que habían ocurrido y ya no hubo vuelta atrás. Yo iba a escribir sobre eso, no podía escribir otra cosa.
“Invasión” cuenta la historia de abuso sexual perpetrado por oficiales, durante el conflicto bélico Malvinas, hacia las enfermeras que prestaban servicios allí. Es ficción que surge a partir del hallazgo de esas dos notas periodísticas que guardo celosamente. Cuando tuve historia, restaba pensar en el lenguaje que iba a utilizar y en este punto me encontré algo controvertida. Cómo iba a narrar ese hecho, cuánto iba a decir de él y cuánto iba a dejar librado a la imaginación del lector, qué imagen quería mostrar, qué iba a omitir. Finalmente, decidí que el lenguaje sería bestial como la historia y es eso lo que van a encontrar en “Invasión”.
-¿Cuánto de tus estudios del Derecho y la grafología creés que te ayudan a la hora de escribir y de encontrar tus personajes, sus ritmos, sus formas de hablar?
-Supongo que en mucho. Son herramientas que he adquirido y que incluso están ahí, aunque yo no repare en ellas. También están en ocasiones donde sí las advierto y hasta las justifico, pero eso no siempre tiene que ver con estar haciendo literatura ni mucho menos buena literatura. Me conforma saber que yo puedo prescindir de mi gusto o elección personal en pos de obtener un texto mejor.
Sin ir más lejos, un cuento que, finalmente, decidí que no forme parte de “No te mueras dos veces”, contenía cierta vinculación a lo grafológico. Narraba la historia de una persona que se dejaba morir y, en los primeros párrafos, así como al final del cuento, había dibujado unos trazos. Estos pretendían simbolizar la muerte a través de unas líneas que representaban una suerte electrocardiograma. Las líneas angulosas, en grafología, suelen estar asociadas a signos de molestia, inflexibilidad, violencia (desde luego que tienen, también, su interpretación positiva, porque siempre hay que analizarlo en todo su contexto) pero yo tomaba de ellas su otro aspecto, el negativo y, en un primer momento, me pareció pertinente aplicarlo. Estuve convencida largo tiempo de que era una buena idea hasta que entendí que no y fue una decisión acertada que no formen parte del libro.
En cuanto al Derecho, me apasiona el cruce de ambas disciplinas; estudié durante algunos años el Movimiento Derecho y Literatura y siempre deseé encontrarme con un texto que me lo demande y, así, aplicarlo. En el cuento “Nudos”, por ejemplo, lo hago: la protagonista utiliza la figura del testigo hostil que, en derecho penal, concretamente en los juicios orales, ocurre cuando se interroga al testigo de la contraparte (o al propio, en ciertos casos). Esa inclusión fue deliberada, quería hacerlo y consideré que, en ese contexto que planteaba el cuento, era oportuno introducirlo. Sin embargo, no todo es aplicable, quedó fuera del libro un cuento que había escrito producto de un trabajo académico que hice sobre el fallo “Lhaka Honhat”, fue cuando empecé a investigar sobre literatura indígena e indigenista y yo estaba empecinada con escribir sobre eso. Quería el cruce derecho y literatura a como dé lugar. Pero, de nuevo, no. Ese cuento no debía formar parte del libro y no lo hizo. Fue Eva, quien me ayudó a tomar la decisión y con quien coincidí que el cuento no se adecuaba a la línea transversal que presentaba el libro y de la que yo no quería alejarme.
-¿A qué autores considerás como tus maestros o referentes?
-Han ido mutando con el tiempo y yo celebro que así sea. Me gusta pensar que hay cierta evolución en mis lecturas o en mí como lectora. Charles Bukowski marcó parte de mi adolescencia hasta mi primera adultez. No hablaba de otro que no fuera él. Cuando me advertí insoportable, supe que debía explorar más. Pero lo quiero, ya no lo leo, pero está en mí y en la literatura que elijo leer, de alguna manera. Yo me enamoré de sus personajes decadentes y llenos de frustración; de su decir visceral y de cierta visión del mundo que sospechaba pero que nadie me la había mostrado antes. Como te decía, uno llega a un punto donde -en el mejor de los casos- entiende que debe crecer. Sentí la necesidad de explorar otros autores y géneros, y fue así que me alejé mucho, aunque a veces crea que no tanto. Conocí a Roberto Bolaño y nos quisimos rápidamente, digo “nos” porque el amor es recíproco o es otra cosa. Roberto Arlt, sin duda, con su literatura de la denuncia. Ricardo Piglia, con sus análisis extraordinarios producto de su mente brillante. Siempre quise escribir como Marguerite Duras, ¡qué prosa tan fabulosa!, esa puntuación, ese ritmo. Y, después de muchos años de intentar y frustrarme, finalmente llegué a Borges, un lugar del que ya no voy a irme (de pocas cosas tengo esa certeza). Es mi gran maestro porque leerlo es un aprender constante: identificar voces, recursos, formas del lenguaje. Hace dos años me propuse leer toda su obra, llevo un registro en mi Instagram de los libros leídos y releídos y de todos los párrafos que no quiero olvidar. Aún me queda un extenso camino de lectura, pero no quiero llegar a ningún final, así que voy disfrutando el viaje que me propone.
-Y ahora, ¿estás trabajando en un nuevo proyecto de escritura?
-Estoy pensando, craneando lo que será el próximo proyecto, tal vez eso tenga que ver con estar trabajando en él, pero es muy prematuro todavía. Tengo un par de ideas, digo bien en decir par porque son dos, pero sigo pensando. Es un estado en el que me gusta estar porque después, cuando decido hacer, lo hago con determinación. Ahora, eso sí, tengo dos certezas: quiero incursionar en la novela, necesito ese desafío, y quiero que la historia tenga sustento en un largo y arduo trabajo de investigación previo. Tengo mucho trabajo por delante.