Por Adrián Freijo
Lucas Fiorini es un caso testigo de a quien nada le importa la opinión pública si de lograr objetivos personales se trata. Un caso de manual para explicar el rechazo social a la política.
Ya no le queda espinel que recorrer ni fuerza política bajo la que cobijarse cuando se trata de salvar conchabo y representatividad. Fue de una punta a otra del arco ideológico, defendió con vehemencia lo que ayer mismo descalificaba, borró con el codo lo que había escrito con la mano y pasó -y ciertamente aún pasa- por la vida política lugareña con el desparpajo y la soltura de quien cree que la sociedad es tonta, distraída o simplemente olvidadiza.
Sin solución de continuidad pasó del oficialismo -sin detenerse demasiado a analizar cual- a la oposición con el simple argumento de no aceptar cargos, honores y porciones de poder que aquel a quien abandonaba le ofrecía.
Este remedo de la histórica novela «El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde» de Robert Louis Stevenson no tiene siquiera un componente básico de aquel impactante relato: el pudor y la culpa que alcanzaban al joven médico responsable del monstruoso experimento no están presente en ninguna de las múltiples manifestaciones de diversidad ideológica que atraviesan a nuestro personaje, lo que le permiten seguir adelante con alegría y desparpajo en su alocada carrera de saltimbanqui político.
Lucas Fiorini, hasta ayer nomás senador de Cambiemos, tras ocupar bancas en el Frente Renovador y coquetear con el Frente de Todos al que ahora se integra nada menos que como candidato a congresal partidario, porta en su mochila una fuerza política de escasa repercusión electoral, siempre furgón de cola de los poderes de turno y agazapada detrás de una afirmación que peligrosamente los destinatarios nunca se encargaron a desmentir: «es un hombre del obispado» dicen en los círculos políticos, mientras desde la curia nadie atina a aclarar si semejante saltimbanqui de la política responde realmente a la institución que tantas veces utiliza para cubrirse.
Fiorini calla, actúa y avanza seguro en dirección a su propio beneficio. Y hasta en etapas de relativa debilidad, como la que transcurre desde su salida del Senado bonaerense, busca colocar a sus principales espadas en lugares de expectativa en los que las canastas sean varias y los huevos ídem. Aunque para ello deba arrastrar tras sus ambiciones a personajes a los que priva de todo prestigio y respeto, como ocurre por estas horas con el flamante «representante» de Milei en Mar del plata, el ubicuo concejal Alejandro Carrancio que prontamente deberá pedir que su banca sea colocada en el balcón del recinto ya que cada día cuesta más adivinar a qué bloque o propuesta pertenece, o el ya harto Nicolás Lauría al que Fiorini arrastró a una aventura sin sentido que mucho se acercó a la irresponsabilidad institucional.
El ex basquetbolista es el sucesor natural del intendente y las tirrias de Lucas por no ser premiado con la renovación de su banca lo empujaron a una oposición cerril que, hoy lo comprende, de nada le servía y estaba siendo usada como medio de presión para conseguir algunas cosas.
El flamante kirchnerista y su ladero el no menos novedoso libertario siguen adelante con su derrotero del «presiona y algo lograrás» que ellos suponen los devolverá al centro del poder. Único lugar en el que se sienten seguros, cómodos y sobre todo presupuestariamente cubiertos.
Claro que siempre hay un roto para un descosido y si estos personajes siguen desprestigiando la política y alejándola de la gente es porque encuentran quien se someta a sus maniobras y los mantenga dentro de una actividad que debería ser rectora de la virtud social y termina siendo caricatura de ambiciones, vagancias y groseras aventuras personales.
En nombre de la Iglesia, del peronismo, de los liberales, de los libertarios, de Cambiemos…o de lo que vaya a cruzarse en el futuro. Que a algunos no le hacen asco a nada si de morder se trata…