Por Nico Antoniucci
Dicen que las crisis son de necesidades, y las necesidad tiene cara de hereje. Al menos así reza el refrán. Durante el tránsito de la cuarentena hemos visto desnudarse la verdadera esencia de la vida y de la humanidad que nos rodea. Para bien o para mal.
La anterior vida, la vida pre-covid19, en la que inmersa en la rutina trabajábamos para alcanzar los bienes y confort prometidos en los anuncios de todo tipo y en las Story Life de los influencers seguidos, que los hacen ver tan auto satisfechos que contagian entusiasmo, era un modelo de vida distinto al actual, en la cual ponemos todo nuestro tiempo en convivir con nuestras familias y, lo que en algunos casos puede ser peor, con nosotros mismos. Esa vida sugiere un sistema en el que vivimos para trabajar toda una vida para alcanzar objetivos materiales que se presupone nos harán felices y que cuando los alcanzamos en su conjunto ya no tenemos edad para disfrutarlos. Es la zanahoria puesta delante del burro, para que la bestia siga adelante sin detenerse ni por un minuto a ver el paisaje.
Al atravesar estos días particulares, tan singulares como indelebles el resto de nuestras vidas, pudimos observar que la zanahoria puesta delante nuestro se esfumó. Ya nadie anheló cambiar el auto, comprar vestimenta de moda ni gastar en teléfonos celulares ostentosos o televisores extravagantes. El problema era otro, había razones verdaderas, mundanas, vitales, de qué ocuparse. Las verdaderas preocupaciones de la vida afloraron: cuidar a los que más queremos y tenerlos en casa protegidos. Vivir para afuera por una temporada ya no fue más una posibilidad. Toda vida posible fue en el hogar.
Ya envueltos en una nueva rutina, diferente a la previa al virus, vimos que la zanahoria cambió de color. Hoy la zanahoria es verde. Verde como el césped, como los árboles y como el paisaje pampeano. Hoy, lo más anhelado por la mayoría es disfrutar la vida al aire libre. Volver a correr, pasear, andar en bici, practicar deporte, el mar. La crisis lo desnudó. Vimos que lo importante del anuncio no eran las zapatillas, era poder usarlas, poder andar. La vida es verde y los mejores momentos están esperándonos afuera, en los parques de la ciudad o en nuestros jardines particulares. Muchas personas se han acercado a mi estudio de paisajismo a que les proponga ideas para dar valor de uso a sus espacios exteriores, como una ampliación del hogar pero a cielo abierto. Por fin empezamos a entender el verdadero valor del dinero: éste debe estar para hacernos vivir mejor y no nosotros vivir para acumularlo. Y nuestro jardín debe ser una máquina de fabricar buenos momentos en familia y lejos del televisor, que nos aísla aunque estemos uno al lado del otro. Una parrilla, un living exterior con un fogón central son la señal de wifi que necesitamos para conectar con el otro.
La pandemia se irá pero dejará aprendizaje. Y un día volveremos a tomar la calle, el espacio público con sus parques, paseos y playas. Cuando eso ocurra no olvidemos lo que fue el encierro obligatorio, valoremos el cuidado de estos lugares y quienes trabajan cuidándolos. Cuidémoslos nosotros también no ensuciándolos, ocupándonos de nuestras mascotas y que nuestro paso por ellos no dejen huella. Y exijamos al estado que lo cuide. La calidad de vida está ahí, en el momento que salimos al sol. Amemos los árboles, besemos el césped, olamos el mar. Cultivemos el suelo que nada malo sale de la tierra si tiene raíces. Transfiramos esos valores a nuestros hijos, porque quien ama a las plantas ama la vida, y quienes aman la vida habrán aprendido a vivir.