Jorge, wing derecho en una época dorada de San Lorenzo, recuerda el pacto hecho con su hermano mayor Roberto, arquero de Peñarol, de no cruzarse en una cancha. También la única vez que se vieron obligados a romperlo. Historia de un futbolista que le dio a la familia un lugar central en su vida.
por Sebastián Arana
Acaso por el libro de Santiago O’Donnell, las relaciones filiales hoy están sobre el tapete. Esta historia, sin embargo, es bien querible. Son incontables los casos de hermanos futbolistas en el fútbol marplatense.
La nómina sería muy extensa. Sólo por mencionar algunos y provocar algún buen recuerdo, los Díaz en Peñarol, los Soprano en Boca, los Gonzalo en Talleres, los Morea y los Giuntini en Kimberley, los Silva y los De Maestri en River, los Levi y los Della Torre en Nación, los Bortolotto en San Lorenzo, los Gáspari en Quilmes, los Benvenutti y los Pérez en Huracán, los Guglielmo en San Isidro, los Merlo en Libertad, los Pineda y los Burgués en Racing y, más acá en el tiempo, los Erviti en Talleres, los Tarabini en Quilmes y los Rojas en Unión. Y hay muchos màs para que el correo de lectores se llene con majes…
A todos estos apellidos, casi invariablemente, se los asocia con un equipo, más allá de transitorios cambios de divisas.
A Roberto y Jorge Pereyra les hubiera encantado defender una misma camiseta en la primera de la Liga Marplatense. Compartieron potrero, amigos y los años del “baby fútbol” en Peñarol. El fùtbol, sin embargo, tiene designios misteriosos. Y desde que Jorge fue empujado a abandonar el club del Barrio Hospital sólo coincidieron en la Selección de Mar del Plata.
Año 1961, estadio San Martín, selección de Mar del Plata. Roberto y Jorge (abajo, el primero desde la izquierda) y una de las pocas veces que pudieron jugar en un mismo equipo.
En efecto, los Pereyra fueron jugadores destacadísimos en las décadas del ’50 y ’60, grandes tiempos en la historia del fútbol marplatense. Roberto, arquero, nació en 1937 y Jorge, wing derecho, dos años más tarde, ambos en Tandil.
En 1941 la familia vino a Mar del Plata y se instaló en el barrio San José. Las “canchitas” cercanas no tenían secretos para Roberto, “Pocho” (el apodo por el que el ambiente del fùtbol recuerda a Jorge) y sus nuevos amigos, los hermanos Omar y Dante Álvarez y el zurdo Roberto Marteleu, todos, a la postre, futbolistas destacados en este medio. Los cinco terminaron en el “baby” de Peñarol y allí dieron sus primeros pasos deportivos. Parecían inseparables.
San Lorenzo, el club del barrio, sin embargo, tiraba. Con los años Omar y Dante Álvarez resolvieron cambiar de camiseta y tentaban a Jorge a dar el mismo paso. “Jugaba para San Lorenzo en las categorías más grandes, en la cancha vieja de Nación en el Bosque, pero con el nombre cambiado. Creo que me ponía García de apellido, no lo recuerdo bien”, confiesa hoy “Pocho”, que prefiere no darle mucha importancia al asunto.
Momento “bisagra”
Jorge, de todos modos, estaba dispuesto a seguir jugando para Peñarol y con Roberto. Pero algo se torció. “Cuando terminé el baby, un día se me acercó Valentín Vaquero, que era el encargado de las inferiores, y me dijo que por dos o tres años no me iba a tener en cuenta para divisiones más grandes porque era muy flaquito. Y ahí sí resolví irme a San Lorenzo”, cuenta “Pocho”.
“Era flaco de verdad -explica-, tenía muy poca capacidad torácica y siendo jugador de primera me quedaba sin piernas en las partes finales de los partidos. El ‘profe’ Jorge Tauler se dio cuenta de ese defecto, me mandó a un médico a hacerme una medición pulmonar y me la fue corrigiendo con muchos trabajos. Le estuve siempre muy agradecido”.
Vaquero, con el tiempo, iba a lamentar su decisión. “Pocho” logró debutar en primera a los 16 años y en San Lorenzo ganó todo. “Integré el equipo que ascendió en 1956, al año siguiente jugué una final contra Quilmes y luego fui cinco años consecutivos campeón con San Lorenzo entre 1963 y 1967”, se enorgullece Jorge, quien entre 1956 y 1968 marcó 124 goles en partidos oficiales de la Liga Marplatense.
Mientras “Pocho” aparecía en la primera “patanegra”, Roberto se afirmaba en el arco de Peñarol.”Era un arquerazo -cuenta Jorge-, lo que le faltaba de estatura lo reemplazaba con la fuerza que tenía en las piernas”.
En ese entonces, los dos equipos coincidían en Primera B. Y ahí nació un pacto firme, que sólo se rompió una vez casi por clamor popular, y luego se respetó a rajatable. Roberto y “Pocho”, unidos como “carne y uña”, según aseguraron alguna vez en una entrevista que concedieron a LA CAPITAL, resolvieron no enfrentarse en una cancha de fútbol.
“Más allá del cariño, lo que quisimos evitar con esa decisión fueron los comentarios, no quisimos dar lugar a suspicacias. Hay mucho fanatismo en el fútbol y siempre se habla. Todo el problema era que mi hermano era arquero. Si hubiera jugado en otra posición, aunque no nos gustara, nos hubiéramos enfrentado. Pero, ¿que hubiera pasado si Roberto se ‘comía’ un gol jugando contra mí? ¿O si yo tenía que patear un penal y lo fallaba? No iba a faltar quién imaginara cosas raras y quisimos cortar de raíz cualquier tipo de rumores”, razonó “Pocho”.
Dibujo de “Pocho” Pereyra con la camiseta de San Lorenzo. En ese club ganó un ascenso, cinco títulos de primera y convirtió 108 goles en trece temporadas
La excepción
Con Jorge consolidado en la primera de un San Lorenzo lanzado hacia el ascenso, el pacto de los Pereyra se convirtió un problema en el torneo de Primera B de 1956. Roberto no había actuado en el partido de la primera rueda. Jorge no debía hacerlo en la segunda, pero San Lorenzo venía primero y el duelo era trascendental. “Fue muy grande la presión para que jugara, incluso se llegaron a reunir las dirigencias de los dos clubes. El propio Roberto me terminó pidiendo que aflojara: ‘Jugá Pocho, que digan lo que quieran'”, recuerda.
Finalmente, el 13 de octubre de 1956, en la vieja cancha de Quilmes, los hermanos estuvieron frente a frente por única vez en una cancha. “Fue todo muy raro. Los dos empezamos muy nerviosos. Yo daba malos pases, tiraba afuera los centros. A Roberto le pasó algo parecido y se le escapó una pelota fácil. Pero con el correr de los minutos nos tranquilizamos y jugamos como siempre. Le pateé un montón de veces y las sacó todas. San Lorenzo fue dominador claro de ese partido y apenas ganó 1-0 porque mi hermano fue la figura. El único gol lo hizo Borgnia, un golazo”, recordó “Pocho”.
Y acotó: “‘Lechuga’ Borgnia fue un fenómeno, a mí me enseñó muchas cosas, te diría que adentro de la cancha siempre fue como mi viejo”. San Lorenzo, con esa delantera famosa integrada por Pereyra, Favaretto, Borgnia, Sierra y Borda, fue campeón y ya no volvió a los sábados. Peñarol, siempre con Roberto como arquero, recién consiguió regresar al círculo privilegiado ganando el torneo de Primera B de 1960.
Roberto Pereyra fue uno de los grandes arqueros de Mar del Plata en las décadas ’50 y 60′. “Era bajo, pero tenía mucha fuerza en las piernas”, define Jorge.
Fidelidad
La unión entre los hermanos, pese a estar en distintos equipos, seguía creciendo. “Nos íbamos seguido al Parque de Deportes, dónde hoy está el estadio, con una pelota. Y me ponía a patearle. Yo le marcaba cada vez que salía mal a tapar el ángulo de tiro y le explicaba que era lo que realmente me complicaba de un arquero. Y él me enseñaba a dirigir los remates a los lugares más difíciles de cubrir. Nos hicimos mejores uno a otro”, cuenta “Pocho” con un brillo en los ojos. Los hermanos, de esa manera, llegaron a la Selección de Mar del Plata cuando integrarla no era para cualquiera. Uno de sus grandes orgullos.
“Pocho”, de todos modos, reconoció alguna vez que sentía especialmente ponerse la de San Lorenzo, su club hasta 1968. Pese a que tuvo la chance de pasar a Ferro Carril Oeste. “Me vinieron a ver en un partido de la Selección y anduve bien. Me pidieron que vaya con ellos a Tandil a jugar un amistoso, me pusieron y tambièn cumplí. Y me llevaron a una última prueba a Buenos Aires. Recuerdo que fui con cuatro jugadores de Mar del Plata, uno de ellos, Carlitos Bruno. Me hicieron un penal y Carlos me pidió patearlo. ‘Dejame a mí, vos seguro que quedas’. me dijo y se lo dejé. Después de la prueba me volví a Mar del Plata y a los pocos días llamaron a la casa del presidente del club para pedir que fuera a jugar cinco partidos más. Tuvieron la mala suerte de que la hija del presidente del club era mi novia, hoy mi esposa, y atendí yo. ‘Ya me vieron tres veces, ¿cuántas veces más me quieren ver? Arreglénse con el presidente’, les respondí. En realidad, no me interesaba irme. Éramos medio ‘pajueranos’ en esa época”, reconoce con humor.
Jorge Pereyra le fue tan fiel a San Lorenzo como al pacto que hizo de no enfrentar a su hermano. En la década del ’60 tuvieron varias oportunidades de cruzarse y no lo hicieron. La más comentada fue la del partido de la segunda rueda de 1966. Aquella vez, decimocuarta fecha, era Roberto el que no debía jugar. Y Peñarol venía primero con General Urquiza, seguido de muy cerca por San Lorenzo. Pero no hubo fuerza en el mundo que pudiera convencer al muy buen arquero de actuar esa tarde. Su suplente, Alejandro Abraham, fue una de las figuras, pero el equipo “santo” ganó 1-0 con gol de tiro libre de Ludovico Avio y terminó siendo campeón por cuarto año consecutivo.
Pocho Pereyra sí pudo jugar junto a su hermano menor, Hugo (izquierda), hoy radicado en España. En Boca y en Defensores de Napoleofú.
Boca, Hugo y Tandil
Al año siguiente “Pocho” dio su quinta vuelta consecutiva con San Lorenzo. No se imaginaba que sería la última. “Pepe Barreiro me dijo que no me iba a tener en cuenta para el siguiente torneo y me tuve que ir. ¿Y podés creer que San Lorenzo lo trajo a mi hermano Roberto para pelear el puesto con Rubén Lucangioli?”, se lamenta.
Boca fue su nuevo destino, el equipo en el que jugaba Hugo, el hermano más chico. Para “Pocho” pesó más jugar con su hermano que bajar de categoría. Todavía no había cumplido treinta años. “Con él éramos tan o más unidos que con Roberto. Hugo es unos años más chico y se apoyaba mucho en mí. También jugaba muy bien, pero era demasiado temperamental. Cuando jugaba conmiso, eso sí, se controlaba. Pero estaba siempre al borde”, lo define. Con 16 goles de “Pocho”, Boca fue protagonista de este torneo de Primera B, aunque el ascenso fue para Cadetes de San Martín.
Una hazaña marcó el final de la carrera del gran wing derecho. Una noche de verano de 1969 tres hombres tocaron el timbre de su casa enviados por el presidente de Boca. “Somos de Defensores de Napaleofú, quisiéramos que venga a jugar para nosotros la Liga de Tandil”, se presentaron. A Pocho, cuya cuarta hija venía en camino, no le seducía demasiado la idea. “Estaba con charlas encaminadas para pasar a Atlético Mar del Plata y les pedì como tres veces más como para que me digan que no. Primero, la dudaron y se fueron. Al rato, estaban otra vez llamando a la puerta de mi casa y me hicieron una contraoferta. En total, me tocaron tres veces el timbre la misma noche y en la última arreglamos. Aceptaron hasta venir a buscarme y traerme a Mar del Plata en auto los días de los partidos porque yo era casinero y no podìa faltar al laburo. Hasta me quisieron dar un adelanto, una gente buenísima. Fuimos con mi hermano Hugo y varios muchachos de Mar del Plata. Pasamos un año sensacional”, recuerda.
Defensores de Napeleofú se convirtió en el primer equipo surgido de las ligas agrarias en coronarse campeón en Tandil. Lo hizo en enero de 1970 imponiéndose en tres finales cerradas a Ramón Santamarina. La última generó tal expectativa que para LU22 Radio Tandil relataron y comentaron los marplatenses Yiyo Arangio y Mario Truco. Defensores ganó 2-1 con sendas conquistas de “Pocho”.
El retiro
Los traslados del Casino, a los que no escaparon muchos futbolistas de esta ciudad qe allí trabajaban, marcaron el final de la etapa de jugador de Jorge Pereyra. En 1971 tuvo que mudarse a Resistencia con toda la familia. “En Chaco jugué un par de partidos de casineros, me vieron y me invitaron a probarme en Chaco For Ever. Pero eran como dos mil en esa prueba, un lío, y me fui. Después casi arreglo con Sarmiento, la contra. Pero lo pensé mejor y decidí retirarme. Ya le había quitado mucho tiempo a mi familia por el fútbol”, contó. Tenía 32 años.
Su esposa Susana y sus cuatro hijas (Rosana Sonia, Mirna Inés, Andrea y María Luján) desde entonces disfrutaron a Jorge en la casa. No hubo más Pereyra futbolistas. “Uno de mis nietos andaba bien, pero se lastimó los meniscos y fue para el lado de la Educación Física. El otro varón fue para Ingeniería. Prefirieron estudiar y a mí me parece muy bien”, reflexionó “Pocho”, el wing derecho veloz y goleador de otrora. El hombre de familia y de palabra de siempre.