Por Fernando del Rio
Tuve la ocasión de entrevistar a Fernando Melo Pacheco hace poco, justo cuando salió a la luz la denuncia del colegio Gianelli. Me pareció una buena ocasión de hablar con el hombre al que le habían destruido la vida por la propagación de hechos no comprobados y por la denuncia en cadena de esos supuestos aberrantes episodios.
Él intentó decirme que siempre hay esperanzas, pero yo advertí que el tipo había perdido su vida. A diferencia de Analía Schwartz, Fernando Melo Pacheco había estado preso en Batán (con todo lo que ello significa para un acusado de abusar de niños) y había sido encerrado en su propia casa, donde me atendió.
Si bien hay que ser cauteloso a la hora de hablar de una absolución en primera instancia, no puede tampoco caerse en la pasividad. Tres jueces, de forma contundente y unánime, resolvieron que Analía Schwartz es inocente y también detectaron una escandalosa manipulación de los niños. Lo advirtieron en algunos padres, pero, más grave aún, en la psicóloga encargada de realizar las entrevistas en Cámara Gesell.
En aquella ocasión Melo Pacheco me decía que cuando este tipo de casos es mentira “salen todos lastimados”. El denunciado y los denunciantes. Sin embargo, agrego yo, hay algo más indignante y estremecedor: se genera una situación de abuso virtual en los niños. Sí, es cierto que el denunciado sufre el escarnio, los padres denunciantes la defraudación del sistema de justicia –porque están convencidos de que los hechos ocurrieron- y los niños… ¿los niños, qué? Los niños terminan abusados.
Si uno repasa la sentencia y ve el relato que los niños construyeron, un poco por la imposibilidad de quedar excluidos del problema dentro de su casa (charlas, comentarios, reuniones, noticieros, malos padres) y otro poco por las inquisidoras preguntas de una psicóloga a la que, al menos, los jueces la trataron de incompetente, llega a la triste conclusión que los niños tienen en su imaginario la huella del proceso judicial. Ese sometimiento, esa obligación a creer que esa mentira es una verdad, termina por convencerlos de esa verdad. Y los buenos psicólogos podrán entonces decir si en la mente de un niño, una falsedad sembrada con tanta fuerza tiene los mismos efectos que una verdad.
Esos niños crecerán y tal vez, ya adultos, puedan comprender por lo que atravesaron. Ojalá lo comprendan.