Según Luciano Lamberti, autor de "La maestra rural"
Intriga, una historia fantástica, personajes con aura de locura tejen esta novela del autor cordobés, que no deja de lado el humor. La protagonista es la maestra Angélica Gólik, que vive en un pueblo imaginario y que se dedica a escribir una gran obra literaria.
En “La maestra rural”, la primera novela de Luciano Lamberti, el escritor construye una obra coral en la que las voces de distintos personajes van configurando la historia de la protagonista y donde lo real aparece perturbado por lo fantástico, a través de situaciones delirantes, característica de la obra de este autor con “una gran predilección por personajes que bordean la locura”.
A partir de los relatos sabemos que la maestra rural Angélica Gólik vive en el pueblo imaginario de San Ignacio, y pese a tener una obra literaria valiosa no manifiesta interés en lograr notoriedad pública. Habita una casa con su hijo discapacitado y su marido y un día desaparece sin dejar rastro.
En ese mundo aparentemente sencillo y monótono del interior cordobés subyace un modo de ser, sentir o comportarse de manera perturbadora que vuelve extraño el relato: un estudiante de Letras paranoico que se obsesiona por conocer a la escritora y descubrirá algo monstruoso; una invasión de mosquitos cuya picadura provoca vómitos de sangre; un adolescente con problemas psiquiátricos que se siente llamado a dar su vida en Malvinas o el empleado de una morgue que se solaza viendo cuerpos de mujeres desnudas.
Las voces de los personajes y las entradas del diario de Angélica, que aparecen sin guardar un orden cronológico, en esta novela editada por Random House, van nutriendo la intriga acerca de la protagonista y de su inquietante historia que tomará un curso sorprendente.
Alejado de toda solemnidad, Lamberti aborda en el libro, a través de lo fantástico, ciertas cuestiones relacionadas con la última dictadura militar. El secuestro de la protagonista, la desaparición de un hombre que, afectado por una amnesia, reaparece en su casa muchos años después, o los llamados que reciben ciertos habitantes a través de mensajes de pájaros o sueños configuran las metáforas con las que el autor busca retratar ese sangriento período.
“Quería contar la dictadura mediante la paranoia y la monstruosidad, me interesaba el clima ominoso de la dictadura sin caer en lugares sabidos”, asegura Lamberti.
Autor de los libros de cuentos “San Francisco”, “Sueños de siesta” y “El asesino de chanchos” el autor, nacido en la ciudad cordobesa de San Francisco y licenciado en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba, explicó cómo surgió la idea de escribir esta novela, en la que también está presente el humor.
“Tenía algunas ideas que me parecían no cabían en el formato del cuento. Tomé una de ellas y empezó a crecer con naturalidad, que es la marca para mí de que algo va a funcionar”, explicó Lamberti que hace dos años vive en Buenos Aires y además de escribir dicta un taller literario.
-¿A partir de qué situación concebiste a la protagonista de “La maestra rural”?
-Por ciertas poetas cordobesas de perfil muy bajo que conocí. Siempre me llamó la atención la situación de una mujer que escribe en un pueblo, y a la que nadie le da demasiada bolilla, y puede estar haciendo una obra significativa. Me parece como un mito de la escritura muy interesante. Entonces me surgió esta idea de indagar en una mujer que no busca ningún mérito en lo que escribe pero lo hace con pasión y honestidad. Algo fundamental en autoras que leí en mi preadolescencia como Juana de Ibarborou y que tienen cierta inocencia tan encantadora. Me gustaba esa imagen de escritora secreta. Por otro lado, me gusta ver videos bizarros en internet sobre apariciones de ovnis, que son obviamente falsos. Lo primero que escribí fue el diario de Angélica, pero después me aburrí y metí otra voz y así surgieron las demás voces que tratan de pintar al personaje.
-Con este recurso de la multiplicidad de voces ¿buscaste que el chisme fuera motor de la historia?
-Completamente. Mi pregunta era cómo mantener cierto misterio alrededor de esta figura, entonces quise meter estas voces que fueran indagando con miradas parciales sobre ella, sin llegar a la verdad, salvo Santiago que indaga mucho más y termina descubriendo algo espantoso. El chisme en gran medida es un motor de la vida en el interior, un motor de cierta tradición narrativa, como en la literatura norteamericana, de la que soy devoto. Faulkner, en “Absalón, absalón” construye a partir de relatos y de cosas que se dicen sin llegar a la verdad de un modo definitivo. Es una idea estética de terminar con el relato único. Onetti, al que leí mucho, es un escritor muy influenciado por Faulkner; cuando leí “Pedro Páramo”, todas esas voces de ese pueblo fantasma me deslumbraron, me pareció que era la forma más cercana a Faulkner que se podía alcanzar desde Latinoamérica.
-¿Por qué te interesan particularmente los personajes desbordados, locos, insanos?
-La base del género fantástico radica en si uno cree o no cree lo que está leyendo, y la novela trabaja con el presupuesto de que todos están un poco locos y a la vez tienen razón. Y también está la historia oculta de los ‘Sefraditas’ que empieza a crecer y termina siendo fundamental. Me interesaba trabajar con un eje bien claro que era Angélica Gólik y su vida literaria y personal, y también meter bocadillos de una especie de secta medio delirante.
Tengo una gran predilección por los personajes que bordean la locura, no sé por qué, porque mi vida es la de un aburrido hombre de familia, y no tiene nada que ver con eso. Me resulta muy sensual escribir sobre ese tema. La mirada deforme sobre el mundo me parece que me sale, y me gusta experimentar. Tal vez tiene que ver con mis lecturas. Ciertos recursos de la narrativa moderna y posmoderna tienen que ver con la locura. El monólogo de Molly Bloom de Joyce es una ruptura con la continuidad a través de la locura, una mirada extrañada sobre el mundo, una mirada poética que lo vuelve todo mucho más inquietante.
Sobre todo, la ambigüedad es el tema de lo fantástico. Como destaca (Tzvetan) Todorov, mantener la ambigüedad es lo que hace que un libro sea fantástico y desde la locura se genera la pregunta en el lector de si los personajes tienen razón o son simplemente locos.
-¿Cómo relacionaste los distintos tópicos de la novela?
-Escribí mi tesis sobre el poeta Héctor Viel Temperley, y los dos últimos libros “Crawl” y “Hospital británico” están escritos desde un lenguaje alucinado, desde una cuestión mítica enferma, y las repeticiones generan un ritmo alucinatorio. Hay un mundo de los sueños más puro que el mundo en que vivimos y me pregunté cómo hacía Termperley para escribir esos poemas y mi mente hizo las conexiones para escribir esta novela. También hay una base de representación del campo literario cordobés al que pertenecí, y a la vez la novela no trata de eso, pero se para en esta tradición para hablar de otra cosa.
-Hay situaciones humorísticas que están relacionadas con los talleres literarios, ¿por qué?
-Los talleres literarios en Argentina son un clásico. Tirás una piedra y le pegás a un taller literario. En Córdoba, hay dos o tres talleres de gente de mi edad, en Buenos Aires hay millones. Pero cuánta gente va realmente porque quiere escribir y cuántas como si fueran a un taller de bordado, de expresión corporal o a conocer otras personas. Creo que el mundo de la literatura está compuesto de locos, son todos locos (se ríe), la literatura es parte de la locura. ¿Qué sentido tiene escribir? No te da guita, no te va a hacer famoso. Tenés que tener cierta cuestión infantil, tener el niño vivo, cierto hueso fresco en tu vida para ponerte a escribir. A esta novela la escribí mientras daba un taller en un neuropsiquiátrico de Córdoba y creo que algo de eso se coló en la novela. Pero la vida es una cosa y la literatura otra. Los locos de la vida no tienen nada que ver con los locos literarios o del cine. La locura es una enfermedad que te hace sufrir.