por Mar Marín
RIO DE JANEIRO, Brasil.- Los Juegos de Río 2016 serán recordados por sus marcas olímpicas, pero también por la distribución una cifra “récord” de preservativos y las escenas románticas protagonizadas por los deportistas ante los ojos de millones de personas en todo el mundo.
El primer “récord” de Río fue el reparto de 450.000 preservativos entre los 10.500 deportistas que acudieron a los Juegos: Dos para cada uno por día.
Una cifra muy superior a los 90.000 que se repartieron en Barcelona 92, por ejemplo, y a los 150.000 de Londres 2012.
A la vista de este “volumen” no es de extrañar que se multiplicaran los rumores sobre la “intensa” vida nocturna de los atletas, hasta el punto de que algún medio local llegó a sugerir que los profilácticos “atascaron” las tuberías de la villa olímpica.
En cuestión de amores, Río tiene otro récord: Las peticiones de matrimonio en público.
Las primeras fueron Marjorie Enya y su novia, la jugadora brasileño-estadounidense Isadora Cerullo.
Al término de un encuentro de rugby femenino, Enya, que trabaja como voluntaria en la Olimpiada, pasó al terreno de juego, tomó el micrófono, le pidió matrimonio Cerullo e improvisó una alianza colocando un lazo en el dedo de Isadora antes de que la pareja se fundiera en un beso que ha dio la vuelta al mundo.
Unos días después, la china He Zi celebraba la plata conseguida en la final de saltos desde el trampolín de 3 metros, cuando su novio, el también saltador Qin Kai, le pidió matrimonio delante de las cámaras y del público en el centro acuático Maria Lenk.
Tras la ceremonia de entrega de medallas, He Zi, de 25 años, escuchó atentamente el largo discurso de su novio, que acto seguido le entregó, rodilla en tierra, una sortija y una flor. Ella, muy emocionada, le dio el sí.
También un sí rotundo recibió el jugador de hockey brasileño Rodrigo Faustino, quien al término de uno de los partidos de la selección se fue a la grada en busca de su novia, Luiza Gil, y le pidió matrimonio ante la mirada atónita de la afición en el estadio de Deodoro.
El 15 de agosto batió su propia marca olímpica: dos peticiones de matrimonio en un sólo día.
Mientras la británica Charlotte Dujardin levantaba su segunda medalla de oro en hípica, su novio, Dean Wyatt Golding, hacía lo mismo con un cartel en el que podía leerse: ¿Te vas a casar conmigo ahora?”. Las cámaras persiguieron a la pareja y Golding, por supuesto, aceptó.
Horas después, el marchista británico Tom Bosworth pidió la mano de su novio Harry Dineley en la playa de Copacabana, lejos del parque olímpico, pero de inmediato informaron a sus seguidores en las redes sociales.
Un día más tarde, el americano Will Claye, plata en triple salto, se animó a pedirle a su novia, la también atleta Queen Harrison, que dejara la soltería. La sorprendida afición celebró el “sí quiero”.
Algunos pasaron de las palabras a los hechos. Como la levantadora argentina Yael Castiglione, que el 11 de agosto se casó en la Villa Olímpica con el ex-jugador de voleibol brasileiro Marcus Eloe, en una ceremonia budista y en la intimidad.
Pero el “amor” puede también pasar factura a los deportistas olímpicos.
La clavadista brasileña Ingrid de Oliveira pagó caro su encuentro en la Villa Olímpica con el remero Pedro Gonçalvez.
Oliveira, que compitió en salto de trampolín de 10 metros, echó a su compañera Giovanna Pedrosa de la habitación para tener relaciones con el remero la noche antes del desafío olímpico que compartían ambas.
El resultado de la prueba fue desastroso y Pedrosa terminó revelando la aventura, que le costó a Oliveira una sanción del Comité Olímpico brasileño. Un trato muy diferente recibió Gonçalvez que, al parecer, ni siquiera fue amonestado.
“Todo el mundo puede cometer un error”, admitió Oliveira.
EFE.