Opinión

Los “desalmados”: “Caduco” y vida química

Por Juan Alberto Yaria

“Vivimos en una psicosis social que es una experiencia de vacío existencial, insustancialidad anónima y violencia” – (M. Recalcati, Clínica del Vacío)

Sobre esta psicosis actual (Recalcatti) que es desde nuestro punto de vista un malestar cultural en una cultura que abreva en el malestar cotidianamente Ortega y Gasset nos enseñaba cuando nos decía: “…no sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa”. Es navegar en la confusión y Dante nos decía “la confusión es el principio del mal de las ciudades”. Las historias de vida de los pacientes de hoy nos retratan este malestar cultural, la psicosis social y la confusión reinante.

Un paciente me relataba parte de su vida y nos decía en un grupo que vivió entre “desalmados”. Me sorprendió esta frase ya que mencionaba -sin decirlo expresamente a la “maldad moral” como la marca de fábrica de los psicópatas como nos enseñó el maestro de Psiquiatría Henry Ey. Así definía a aquellos que habían perdido el eje moral y el valor sagrado de la vida; lo que hoy se llama con la vigencia de la droga la “neuro moral” (daños en la corteza prefrontal). Ahí la frialdad moral es absoluta.

Días y noches enteros entre seres que vegetaban entre pipas de crac, cocaína, marihuana, alcoholes varios. Le pregunté si comían; me dijo que algún sándwich de miga, eso no importaba me repetía ya que lo fundamental era la voracidad del consumo; esa era la comida. En esos “aguantaderos” se pergeñaban situaciones que hoy le parecen vergonzantes. La gravedad de las situaciones adictivas de hoy supera todas las varas de otros años por la voracidad del consumo y el deterioro con el cual llegan los pacientes a la consulta.

Los sucesos cotidianos tapan la verdad del vacío y la insustancialidad anónima que mencionaba Recalcatti (mundo de anónimos no de personas singulares y sagradas); así comenzamos con el asesinato de Gesell-ya olvidado- cuando uno de los victimarios solo atinó a decir “caducó”. Frialdad; que venga otro, éste no está más vivo.

 

La frialdad moral y antisociales

 

Las andanzas de los noctámbulos manejadas por industrias de la noche y la prostitución son para los que trabajamos en la urgencia de las guardias algo común como ser los problemas de violencia graves en donde el ardor adrenalínico se confunde e imbrica con el uso de todo tipo de drogas y alcohol. Ahí notamos la frialdad y la ceguera moral.

Es lo trivial para aquellos que vivimos atendiendo urgencias de vida. Luego la sociedad elige hechos impactantes de por sí pero que en realidad hoy forman parte de la vida cotidiana del quehacer profesional.

La frase ya célebre del …”caducó” en uno de los mensajes acerca del muerto en las veredas del boliche son el reflejo que en la vorágine de la adicción a la violencia y a las noches sin días en un verdadero juego de “murciélagos” (animal nocturno) que superan todo limite incluso los que marcan la realidad de los ciclos circadianos (somos seres diurnos por naturaleza) la vida pierde el valor sagrado que marca la Ley Ética del cuidado al Otro y a los otros para ser solo un objeto más a pisotear y masacrar.

El “caducó” muestra que es un tema terminado (expediente cerrado) y que vengan “flores” (de marihuana) como se pedía en los “chats” para sedar, festejar y tratar de olvidar esa culpa que los perseguirá hasta el fin de sus días. Por más antisociales que sean los actores (la personalidad antisocial es un elemento importante en las góndolas posmodernas de hoy e incluso cotiza alto en algunos sectores sociales) el castigo social o interno siempre aparece.

Sorprende al periodismo esa semana como una cola inmensa buscando su comida (paco-cocaína -marihuana, etc.) en Villa Fiorito estaban en una carpa de venta de sustancias. Todos presurosos por encontrar su dosis. Seguramente en una panadería no habría tantos clientes. Un drone los capto. A la vera de un arroyo sucedía todo. Lo asombrosamente letal que rompía las retinas de todos culminó con el apresamiento de los dueños de la carpa y kilos de droga que como harina se vendían. Por supuesto armas comunes y “armas tumberas” que se usan en manifestaciones, en las barras bravas y para trabajos llamados “crudos y brutos” en la jerga antisocial. Todo el que entraba a la carpa era intimidado con la palpación por un ejercito de leales a los “Patrones del Mal” que dirigían todo.

Los antisociales son vedette hoy y los hay de todo tipo y son buscados porque no tienen un atributo humano fundamental culpa y remordimiento. Transas, dealers, violentos, “barras bravas”, explotadores de mujeres, regenteadores de prostitutas VIP y así podemos seguir. La droga ayuda a la “ceguera moral” (el frontal como lóbulo diferencial con los simios es un sistema en donde se asienta la civilización).

Me sorprendí cuando un paciente en un momento reflexivo y de cambio me confesó que en su aguantadero rosarino convivía con sicarios ya que ellos conseguían todas las drogas que se necesitaban; esto abona el estado de ceguera moral que tiene el consumidor dependiente en etapas terminales de su adicción.

Los antisociales se convierten en “profesionales-empresarios” que gerencian la “megabarbarie organizada que magistralmente describiera en estos tiempos Edgard Morin: “…hiperindividualismo, drogas masificadas y errancia de los amores”. En términos similares en 1983 auguraba Octavio Paz (escritor y filósofo mexicano) en su libro “Tiempo Nublado” la oscuridad de hoy.

Duele verlo tan patente. Otros antisociales son la “carne de cañón” de los gerentes de la Decadencia (morirán jóvenes o las cárceles serán su destino).

Parece ser la realidad del “Infierno son los otros” al mejor estilo que describiera J.P. Sartre; a vencerlo, pisotearlo y todo dentro de un marco químico de exaltación. La vida en este contexto de éxtasis y vértigo ya no es sagrada. El hecho que la vida es sagrada es el comienzo de la Ética y es por eso que los antisociales cotizan alto. La ética surge del reconocimiento de la sacralidad y vigencia del Otro y los otros como testigos de nuestra capacidad de servir y donar. El antisocial no busca testigos sino cómplices.

Incluso todos les pedimos al Juez y los Fiscales que pongan orden. Ellos atiborrados de causas tratan de no ser recusados y nosotros creemos ilusoriamente que el problema pasa por ahí. Ellos necesitan estar, pero el problema supera grandemente a estos últimos lectores de la decadencia.

 

El problema de la falta de contención socio-familiar

 

Pero al Juez ya le llega una sociedad escoriada y anómica desde familias ausentes, violentas o permisivas (si no hay redes familiares estables, sensibles, dialogantes y confiables la vida es difícil de vivir); una escuela también ausente en muchos casos en la promoción de los valores.

El problema de las drogas nos confronta con el problema de la transmisión de valores: el valor como guía en el camino, una luz que ilumina nuestro sendero y es la forja de todo proyecto. Desde el prisma de los valores todo se ve diferente. Somos peregrinos y ahí el valor es jerarquía, ordenamiento.

El “desalmado”, que describimos, caído en la marginalidad y en la frialdad simiesca perdió y/o nunca nadie le transmitió señales valorativas; entonces se quedó sin realidad y sin camino. En la banquina.

Todo esto va acompañado en la cultura del malestar que nos circunda de un discurso supuestamente “progre” en donde consumir es señal de libertad. Discurso que inunda todas las redes y que cancela todo pensamiento diferente. Es el totalitarismo blando de A. Arendt o el Poder Blando de Byung-Chul Han (filosofo surcoreano residente en Alemania). Es Si a todo; todo se puede ya que las normas y limites son patrimonio de pensamientos que atrasan. Es la mejor forma esta de dominar.

Rod Dreher-periodista y escritor norteamericano (estudioso de la cultura de la cancelación “woke” en su libro “Vivir sin Mentiras”) toma de Hannah Arendt la noción de totalitarismo blando. Al totalitarismo blando no solo le interesa el Poder político sino el “alma” de las personas, su mente y el control de toda actividad humana, basado más en la manipulación psicológica que en la violencia abierta.

Este totalitarismo blando necesita de una población adormecida y anestesiada. Una parte la hará la ignorancia y el fanatismo y otra parte la harán las drogas.

Cuanto más aumenta el consumo más “fallidas” son las comunidades para controlarlas porque el dinero en una cultura dineraria o la amenaza de muerte a quienes se oponen o el silenciamiento de sus opiniones operan como un bálsamo mortífero.

Recordemos al apresado narco cuando este fin de semana en Rosario la Jueza le pregunta su profesión: “contratar sicarios para disparar sobre jueces”. Es que también la cultura de la cancelación al condenarnos al relativismo hace surgir una pléyade enorme de personalidades antisociales que aumenta incluso por los daños cerebrales en los centros neuro-morales del sistema nervioso (corteza prefrontal).

 

Salud mental y epidemia

 

Un reciente trabajo sobre el índice de problemas de Salud Mental de la Argentina (2019) dirigido por renombrados especialistas y por la Escuela de Salud Pública (Dr. Néstor Vázquez), la Asociación Argentina de Psiquiatras y regenteado por el Ministerio de Salud en una encuesta sobre miles de personas se observó que la tasa de trastorno mental fue del 37,1 % de la población. La depresión en un 8.7 %, adicciones al alcohol 8.1%, adicciones a drogas 10,4%, Fobias 6,8%, trastornos de ansiedad 16,4%. El 25% de estos trastornos fue calificado como severo y solo el 30% recibió alguna vez tratamiento. Los datos son muchos y largos. Esta es una breve sinopsis.

El panorama es de una epidemia y muchas patologías son comórbidas o sea conviven entre sí como por ejemplo depresión o ansiedad generalizada con uso de alcohol y/o drogas. Lo sugestivo es que solo el 30% recibió alguna vez tratamiento. Falla la prevención en salud mental y adicciones, la detección precoz y en muchos casos el desborde impulsivo y el uso de drogas y alcohol son los “Valium” a la mano para saciar tanta angustia.

Lamentablemente el estudio no relaciona esto con la matriz educativa. Familia y escuela en crisis. Esta es la historia de nuestros tiempos, la historia de la familia, que una vez fue un grupo denso de muchos hermanos y parientes extendidos, fragmentándose en formas cada vez más pequeñas y frágiles.

El resultado inicial de esa fragmentación, la familia nuclear, no parecía tan malo. Pero entonces, debido a que la familia nuclear es tan frágil, la fragmentación continuó. En muchos sectores de la sociedad, las familias nucleares se fragmentaron en familias monoparentales, las familias monoparentales en familias caóticas o ninguna familia. Muchos chicos de todas las clases sociales crecen solos. El hijo no parece existir en el discurso social y político. Solo el celular prestigiado los acompaña en el monologo autista que se avecina.

 

Sin familias fuertes no hay Nación posible

 

La vida familiar es la matriz de la Ley y esta surge de encuentros, relatos, vivencias, estar, querer, pelearse. Hoy vivimos más solos. La billetera o robarle algo a alguien son los testigos de nuestro malestar.

¿Se puede vivir sin “nomos” (Ley) en una anomia en donde el hijo manda al Padre o a la Madre y en donde éstos incluso festejan la previa o la alcoholización?; pero todo tiene consecuencias, podemos hacer lo que queremos e ignorar y vituperar de la Ley humana de que el Otro es sagrado, pero tenemos que asumir las consecuencias.

Hoy somos más libres supuestamente, pero estamos más solos en la niñez para enfrentar la vida y en la vejez para tener compañía en la muerte.

Estamos como cuando después de la Guerra Mundial del 40 W. Churchill le preguntó a un sabio del psicoanálisis y del conocimiento infantil D. Winnicott acerca del problema de la cantidad de niños solos por la muerte de los padres (ahora asistimos a “otra muerte” de los padres) y el maestro le dijo lo siguiente: “llene nuestro país de familias adoptantes porque sin familias no habrá Democracia”. Sin familias no habrá Nación Posible.

De lo contrario por lo que vemos en nuestras actividades clínicas de emergencia adictiva el Vacío se comienza a llenar con alcohol, el “porro” hasta llegar a la cocaína como destino final. Surge el mundo de los “desalmados” y de los que pronuncian fríamente el “caducó”.

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