Opinión

Los abuelos y las abuelas

Por Mónica López

Uno de los peores males de nuestra época es la cosificación. Consiste en convertir procesos y personas en cosas.

Lo vemos y lo padecemos. Cuando la tristeza nos ronda la tentación de decir “estoy deprimido” es grande en esta época de rótulos. Pero tiene consecuencias muy profundas, porque al cosificar nuestro malestar lo congelamos y ya no lo vemos como algo plástico, como una parte del proceso de nuestra vida. Renunciamos a investigar qué aspecto de la realidad nos afecta y podemos quedar paralizados.

Pero el texto se llama Abuelos y abuelas y estamos en una pandemia. ¿Por qué hablo de cosificación? Creo que esta crisis sanitaria con sus inevitables consecuencias sociales y emocionales, tiene un espacio luminoso: el espacio de la reflexión.

“A los abuelos los ven poco”, “Mis suegros no son muy cariñosos” y otras tantas frases congeladas, cosificadas que se refieren a la relación de nuestros hijos y que en el fondo también es la nuestra, podrían ser revisadas también en este universo de vacunas y de contagios.

Educar a un niño no es solamente desarrollar sus capacidades. Educar también es inscribirlos en una genealogía familiar que le permita saber de qué herencias culturales viene y, desde ese punto de vista, debería ser una meta ineludible crear puentes intergeneracionales.

No existen ni abuelos ni padres perfectos, por eso y a pesar de eso, siempre es enriquecedor un diálogo con quienes nos antecedieron sobre los inconvenientes, las luchas, los logros y los cambios vividos, es decir, sobre las ricas experiencias que tienen para brindar a sus descendientes.

Muchos chicos no saben dónde nacieron sus abuelos, mucho menos sus bisabuelos, por qué se dedicaron a un trabajo y no a otro, qué sueños cumplieron o cuáles quedaron en el camino.

Podríamos alentar un encuentro, una llamada diferente vía zoom o por teléfono a los abuelos. Un proyecto enriquecido previamente si jugamos con nuestros chicos a armar un cuestionario no escrito, tranquilo, sin objetivos. Abriríamos así un proceso: la búsqueda de las raíces.

¿Dónde vivías cuando eras pequeño/a? ¿Cómo te enamoraste la primera vez? ¿Qué te gustaba de su persona? ¿Te acordás de algún chiste? ¿Qué querías cambiar cuando eras joven?

Es fundamental que los niños asuman su historia y se apropien de ella para luego modificarla. Y este camino lleva tiempo y necesita de la guía de los padres y madres. Así, nuestros chicos estarán más fuertes para afrontar sus elecciones futuras hechas de continuidades y rupturas.

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