La Justicia de Mar del Plata y los policías de investigación trabajaron con una alta eficacia los días siguientes a los asesinatos de María Angélica Rossi (77) y Elizabet Othondo (81). Un exconvicto llamado Jonathan Cáceres (31) fue acusado de ambos crímenes y la prueba que se acumula día a día parece confirmar su responsabilidad.
Por Fernando del Rio
Sobre el piso de la cocina había una servilleta de papel y todo a su alrededor era hollín en la casa del bosque Peralta Ramos. Los peritos, que ya habían descubierto en el living el cadáver calcinado de María Angélica Rossi (77), se enfocaron en ese elemento con su entrenada habilidad para levantar rastros de una escena del crimen. Y cuando recogieron el papel vieron su verdadera importancia: había permitido involuntariamente la preservación de una prueba de oro. Porque en el cerámico, intacta e impresa en sangre, estaba la huella de un calzado deportivo que terminaría siendo decisiva para acusar a Jonathan “El Negro Johny” Cáceres (31) de ser el autor del asesinato de la jubilada.
La impronta de ese diseño de suela de goma fue uno de los caminos que condujeron a la fiscal María Florencia Salas hasta Cáceres, aunque esa evidencia tardó más de un mes en ser comparada con un par de zapatillas. En ese tiempo Cáceres cometió otro hecho similar en el que, para robar a una anciana, mató y luego provocó un incendio. La nueva víctima fue Elizabet Othondo (81), una mujer domiciliada en una casa del barrio San José.
Por estas horas, sin haber declarado en ninguna de las dos causas (el crimen de Othondo es investigado por el fiscal Leandro Arévalo), Cáceres pasa sus horas en un lugar que conoce con bastante precisión y que no es otro que la cárcel de Batán.
Se habló de su condición de asesino serial, pero para que una serie asesina se materialice tiene que tener al menos tres hechos. Tal vez Cáceres, en su confianza e impunidad, podría haber continuado la tarea de asaltar ancianas, matarlas e incendiar para borrar rastros. Podría haberse así transformado en el único asesino serial identificado de la historia contemporánea de Mar del Plata después de Catalino Domínguez, aquel pendenciero que tuvo sus víctimas marplatenses, pero mataba por toda la provincia. Ese supuesto nunca llegó por la pronta investigación que encarceló a Cáceres y lo sacó de las calles de la ciudad.
Cáceres, un hombre nacido el 18 de marzo de 1992 en Merlo, provincia de Buenos Aires, espera ahora lo que se intuye como el avance indetenible de una condena a perpetuidad.
El primer crimen
Entre el 6 y el 8 de marzo pasados María Angélica Rossi recibió a un techista y a sus empleados para que le realizaran refacciones en su casa de Los Chañares y Yanquetruz, en el Bosque Peralta Ramos. La mujer había llegado a ellos por recomendación de un vecino y no dudó en contratarlos. Se sintió tan a gusto que a uno de los peones le ofreció de regalo un sillón. Ese peón del techista era Cáceres, quien para Rossi y para otros testigos, era muy carismático y entrador.
El trabajo fue llevado a cabo sin contratiempos y el pago del mismo lo efectuó Rossi con dos transferencias los días 7 y 8 de marzo. Después de ese día nada supo la jubilada de los trabajadores, a quien les había abierto las puertas de su casa y dado acceso a todos los ambientes por una lógica necesidad.
Una vecina recordaría luego del crimen que cierta vez Rossi le comentó que se iba a ir a visitar a su hija a Miami y ella misma le aconsejó que no anduviera diciendo tales cosas delante de otros. Ese dato es relevante porque se cree que el asesino actuó a partir de información que recogió de su trato diario con Rossi durante las tareas de refacción.
María Angélica Rossi, la jubilada asesinada en el Bosque Peralta Ramos.
Fue unos meses más tarde, entre las 18 y las 19 del 5 de mayo, que el asesino ingresó a la casa de Rossi sin violentar ni puertas ni ventanas. Una vez dentro atacó a la mujer, le robó un teléfono celular, una computadora portátil y la golpeó hasta matarla. Con la clara idea de borrar cualquier evidencia, el ladrón y homicida provocó varios focos de incendio, uno de los cuales afectó de forma directa al cuerpo. Solo el cráneo pudo ser recuperado por la Policía Científica. El resto había sucumbido a las llamas.
Antes de irse el brutal homicida abrió todas las hornallas de la cocina y tal vez fue en esa última maniobra que se voló una servilleta hasta depositarse sobre la huella ensangrentada que él mismo acababa de grabar -sin advertirlo- como un testimonio de su accionar.
Al principio nada se supo en torno a la identidad del autor de semejante asesinato y todos los esfuerzos científicos se dirigieron a trabajar sobre la huella, sobre un goteo de sangre que por su morfología y ubicación no podían ser de la víctima, y sobre todo en las relaciones.
Un equipo especializado con sede en Ushuaia reconstruyó la huella de calzado digitalmente, la pasó por el registro de suelas y encontró correspondiente con la marca Fila y su modelo Trend.
Asimismo, se detectó que el teléfono robado a Rossi se había activado a las 23.02 de esa misma noche en dos antenas, una de 9 de julio entre Misiones y San Juan, y segundos después en otra de San Martín entre Olazabal y San Juan. El asesino y ladrón había huido para esa zona.
El segundo crimen
El viernes 2 de junio, casi un mes más tarde, Elisabet Othondo (81) se aprestó a sacar su automóvil del garage para dirigirse a una clase de inglés. Era la mañana, bien temprano, y en su breve caminata por el patio trasero hasta el vehículo fue interceptada por un ladrón que se ocultaba allí.
Al igual que sucediera con Rossi la mujer fue obligada a entrar a su vivienda y en el interior fue sometida a una golpiza con la intención de obligarla a decir dónde guardaba ahorros y joyas. El asesino tomó una computadora, dos relojes, joyas y dinero. Antes de escapar repitió el patrón de lo que los investigadores habían detectado en el crimen de Rossi: provocó varios focos de incendio y abrió las hornallas.
Othondo falleció por laceración cerebral a causa de los golpes en la cabeza que recibió y la autopsia estableció que también presentaba quemaduras en las extremidades y el abdomen.
La policía perimetró el lugar en proximidades de la casa de Othondo.
El fiscal Arévalo, tras recibir las primeras actas e informes policiales, dispuso una serie de medidas que robustecieron, en detalles, todo el contexto del hecho. Así fue como se pudo establecer que alguien había ingresado por los fondos (una luz con sensor de movimiento se activó varias veces entre las 5 y las 6 de la madrugada), que había trabajado tiempo atrás un techista como una referencia de gente “ajena” a Othondo y que un joven aparecía captado por cámaras de seguridad de las cercanías.
Con el correr de los días los investigadores de la DDI confirmaron que el techista tenía de ayudantes a un tal Jonathan Cáceres, cuyas características eran muy parecidas a las del joven del video. Toda esa información se cruzó con otro dato clave: Cáceres tenía antecedentes por asaltos contra personas mayores. El 3 de enero de 2016 Cáceres fue detenido mientras escapaba con una valija de la zona de Gascón al 100. Minutos antes, y acompañado de dos delincuentes, habían entrado por un balcón y asaltado con violencia a dos mujeres. En la huida, Cáceres había sido detenido con la valija de las víctimas repletas de objetos robados. Meses después fue condenado a cumplir una pena unificada de 7 años por el delito de robo triplemente agravado y privación ilegal de la libertad. En 2021, Cáceres había recuperado su libertad.
Arévalo entendió que debían localizarlo, de modo que desplegó al personal de la DDI Mar del Plata para esa tarea. En pocas horas se ubicó a Cáceres en un hospedaje de La Pampa al 1300, y la Justicia de Garantías emitió una orden de allanamiento y detención. De esa manera, Cáceres fue capturado, mientras que en su habitación se hallaron ropas ensangrentadas, alhajas, dos relojes, uno de ellos perteneciente a Othondo. Y también un par de zapatillas marca Fila, modelo Trend.
El cruce de ambos hechos
La información surgida de una causa nutrió a la otra de forma recíproca. A la fiscal Salas le llegó la confirmación de las zapatillas como una bendición, pero también ya estaba al tanto de que el mismo techista había trabajado en las dos casas.
El lunes de esta semana un reporte desde Ushuaia confirmó que la huella ensangrentada se correspondía con la suela de las zapatillas secuestradas en el hospedaje de La Pampa al 1300, domicilio que activa intercaladamente dos antenas cuando alguien usa teléfonos: las mismas en las que había impactado el teléfono de Rossi.
La fiscal esperó solo el resultado de la pericia sobre la huella para pedir formalmente la detención de Cáceres, aunque ya estuviera detenido por Arévalo desde el día del allanamiento.
Si pudo haber sido o no un asesino serial es un misterio contrafáctico que no puede ser asegurado. Eso sí, ahora se abren varias pesquisas para saber si Cáceres fue autor de otros hechos que muy cerca estuvieron de acabar como los de Rossi y Othondo.
Dos últimos elementos claves se agregaron a la investigación y fueron un video que aportó el techista. En ese video se observa cómo Cáceres le muestra una mano lastimada y le dice que no podrá ir a trabajar. ¿Cuál es la fecha de ese video? El 6 de mayo, el día al crimen de Rossi. Esa herida sangrante podría ser la fuente del goteo estático descubierto en la casa de Rossi.
Si quedaba alguna duda sobre el vínculo entre los dos asesinatos se despejó con el destino de las dos computadoras robadas. Días después del asesinato de Rossi una mujer recibió de regalo una computadora portátil. Su marido la había comprado a un vendedor céntrico y cuando la mujer empezó a revisar el contenido vio muchas fotos e información de “María Angélica Rossi”. Solidaria, la mujer empezó a buscar por redes sociales alguna persona así hasta que llegó hasta el perfil de red social de su la hija de Rossi. Luego fue cuestión de hacerla saber todas las circunstancias y la computadora fue a parar a manos de la investigación.
Horas más tarde fue allanado el domicilio céntrico del vendedor y allí se encontró la computadora robada a Othondo. ¿De dónde las había sacado? Las dos se las había dado para vender el “Negro Johny”.
Los casos parecen resueltos, aunque falta consolidarse alguna prueba aún. Si pudo haber sido o no un asesino serial es un misterio contrafáctico que no puede ser asegurado. Eso sí, ahora se abren varias pesquisas para saber si Cáceres fue autor de otros hechos que muy cerca estuvieron de acabar como los de Rossi y Othondo. Por ejemplo, el de diciembre del año pasado cuando una anciana de 85 años fue asaltada y arrojada contra un cantero en Vieytes e Independencia. La mujer dijo que la había robado un tal Johnatan y entregó un papelito con dos números de teléfonos de los albañiles que iban a ir a su casa. Uno de los teléfonos era del Negro Johny.