La autora descubre el lado más humano de las vidas de Ava Gardner, Grace Kelly, Rita Hayworth y Elizabeth Taylor más allá del glamour.
Cristina Morató descubre en “Diosas de Hollywood” el lado más humano de las vidas de Ava Gardner, Grace Kelly, Rita Hayworth y Elizabeth Taylor más allá del glamour.
Estas inolvidables estrellas del siglo XX, protagonistas de una vida mucho más intensa y dramática que la de cualquiera de los personajes que interpretaron en la gran pantalla.
Cristina Morató es periodista, fotógrafa y escritora. Desde muy joven ha recorrido el mundo realizando numerosos reportajes. Durante años alternó sus viajes con la dirección de programas de televisión y colaboraciones en radio y en prensa, trabajos que abandonó para escribir sobre la vida de las grandes viajeras y exploradoras de la historia. En busca de sus rastros recorrió más de cuarenta países. Fruto de su investigación son las obras Viajeras intrépidas y aventureras, Las reinas de África, Las damas de Oriente y Cautiva en Arabia.
Sus libros Divas rebeldes y Reinas malditas reflejan su interés por descubrir el lado más humano y menos conocido de mujeres poderosas y legendarias. Es también autora de la biografía de Lola Montes, Divina Lola. Traducidas a varios idiomas, todas sus obras han sido recibidas con extraordinario éxito de crítica y público.
En la actualidad tiene una columna de opinión en la revista Mujer Hoy. Es miembro fundador de la Sociedad Geográfica Española, y miembro de la Royal Geographical Society de Londres.
La estrella indomable
“La mujer que hay en mí, en Ava Gardner,siempre ha sido maltratada y ha sufrido decepciones. La vida no ha sido buena conmigo; es cierto que me ha dado éxito, riqueza ytodo lo que podría soñar, pero por lo demásme lo ha negado todo”. Ava Gardner
Cuentan que bastaba una mirada suya para que un hombre se enamorara perdidamente de ella. Resultaba tan hermosa y sensual que nadie escapaba a su hechizo. Ava Gardner, la morenamás incendiaria de Hollywood, hizo de su tormentosa existencia la mejor de sus películas. Nada hacía imaginar que aquella niña que creció descalza y salvaje en el sur más profundo llegaría a ser la sex symbol que barrería a todas las demás.Nunca quiso ser actriz, hasta que un caza talentos la descubrió y pensó que una belleza como ella debía aspirar a algo más que a una vida aburrida y provinciana. No sabía hablar,ni moverse con soltura en un plató, pero la cámara la quería como a ninguna. Con el tiempo trabajó con grandes directores de cine y encarnó a tentadoras vampiresas. A pesar de ser diosas de Hollywood una buena actriz no se sentía orgullosa de su carrera y maldecía el alto precio que había que pagar por ser una estrella.
Alguien la bautizó como «el animal más bello del mundo»,un apodo que detestaba. Su exuberante belleza fue su perdición y nunca se sintió a gusto en el papel de diosa del amor. Un amor que a Ava siempre le resultó esquivo. Pudo escoger entre una lista interminable de hombres atractivos, poderosos e influyentes: galanes de cine como Clark Gable y Robert Mitchum, toreros como Luis Miguel Dominguín y millonarios como Howard Hughes. Pero el hombre de su vida fue Frank Sinatra, otro espíritu indómito y atormentado como ella. Su soñado romance estuvo plagado de violentas peleas, broncas en público, infidelidades y borracheras que hicieron las delicias de la prensa sensacionalista.
Tras su aire felino y su leyenda de femme fatale se escondía una mujer vulnerable, insegura y necesitada de afecto. Al principio bebía para vencer su timidez ante las cámaras, y después para olvidar el dolor de sus heridas. En los años cincuenta,cuando era la estrella más fotografiada y deseada del mundo,llegó como un vendaval a España huyendo de sus escándalos.Quería alejarse de Sinatra, de la hipocresía de Hollywood y de los paparazzi que invadían su intimidad. Doce años de juergas,sexo y alcohol en aquel Madrid que nunca dormía le pasaron factura. Ni su triste y prematuro declive pudo con su leyenda.
Fue hasta el final de sus días «la gitana de Hollywood». La estrella más bohemia, libre y auténtica de cuantas alcanzaron la gloria en la meca del cine.
La desdichada diosa del amor
“Los hombres se acuestan con Gilda y se despiertan conmigo”. Rita Hayworth
Cinco letras marcaron su destino y la convirtieron en oscuro objeto de deseo. En la mujer fatal por excelencia capaz de arrastrar a un hombre a la perdición. Gilda era lo opuesto a la verdadera Rita Hayworth —tímida, callada y hogareña—, pero el público nunca lo supo. Desde el estreno de la película el mito la devoró y fue para siempre Gilda, la «diosa del amor». Daba igual el papel que interpretara; ver su ondulante melena pelirroja en tecnicolor despertaba una fascinación casi hipnótica.Su sensualidad traspasaba la pantalla y sin desearlo se transformó en la más elegante de las sex symbols de los años cuarenta.Más allá del glamour que desprendía como estrella, la suya fue una vida marcada por los desengaños, los malos tratos y las adicciones que acabaron con su leyenda. Todos la moldearon a su antojo. Tuvo cinco maridos, entre ellos el genio del cine Orson Welles y un príncipe oriental, Alí Khan, que no fue azul sino un insaciable playboy. «Solo deseaba, como cualquier mujer, sentirme amada», confesó. Pero siempre atraía a hombres violentos, bebedores y dominantes que se aprovechaban de su fama y buen corazón. Tipos que le recordaban aun padre despreciable que la obligó a ser su pareja de baile siendo una niña y abusó sexualmente de ella durante años. Este episodio dejó en ella una profunda huella que jamás cicatrizó y un sentimiento de culpa que arrastró toda su vida.Tras el éxito de Gilda los estudios la encasillaron en papeles de vampiresa que aborrecía. Nunca quiso ser actriz, porque lo suyo era bailar y lo hacía de maravilla. Orson Welles, que como marido tampoco estuvo a la altura, dijo de ella: «Es una de esas mujeres de las que la cámara se enamora y convierte en inmortales». Su amigo, el maquillador Bob Schiffer, no pudo ocultar de su rostro la tristeza de su mirada. Rita Hayworth,tras su deslumbrante y perfecta belleza, fue la más desdichada de las estrellas en aquella fábrica de sueños rotos llamada Hollywood.
Una princesa de película
Tuve que alejarme de lo que había sido Grace Kelly, y me resultó muy duro. Pero no podía ser dos personas a la vez, una actriz norteamericana y la esposa del príncipe de Mónaco. Entonces, durante un tiempo, perdí mi identidad. Grace Kelly
Había llegado al Olimpo de las estrellas de cine. Era la actriz más bella y estilosa de su época, las revistas se disputaban sus exclusivas y tenía una legión de admiradores. La suya había sido una carrera meteórica. Antes de cumplir los veintisiete años, había rodado once películas con grandes directores y había ganado un Oscar. Discreta, culta y trabajadora, era una rubia distinta a todas las demás. Grace carecía de vulgaridad, desconfiaba de los encantos de Hollywood y tenía un aire aristocrático.Parecía una rica heredera de Filadelfia y no se molestó en desmentirlo. Sin embargo, tras su aspecto de niña bien algo remilgada se ocultaba una rebelde con voluntad de hierro.Plantó cara a los poderosos estudios de cine rechazando los papeles de «rubia tonta y decorativa» que le ofrecían. Mantuvo apasionados romances con algunos de los galanes maduros más atractivos de su época, entre ellos Gary Cooper y William Holden. Solo el director Alfred Hitchcock la tomó enserio y descubrió que tras su gélida apariencia se escondía un volcán en erupción. Fue su adorada musa, y de la mano del maestro se transformó en un icono de estilo que inspiró a toda una generación de mujeres y aún hoy perdura en el tiempo.Pero Grace sentía que le faltaba algo. No le bastaba ser musa ni diosa de la belleza; entonces conoció a un príncipe que necesitaba una princesa para su diminuto reino a orillas del mar. Se llamaba Rainiero III y ella creyó que los cuentos de hadas existían. A cambio de ser su esposa tuvo que abandonar su trono en la meca del cine para convertirse en Su Alteza Serenísima Gracia de Mónaco. Sin tener ni una gota de sangreazul en sus venas resultó una princesa impecable, encantadora y ejemplar. Formó una familia, se dedicó a las obras de caridad,fue mecenas de las artes y devolvió el esplendor al pequeño principado. Con el paso de los años ya no pudo disimular el hastío. La vida en el palacio de los Grimaldi le resultaba vacía y asfixiante. Grace falleció en plena madurez, cuando despertaba de su largo letargo y estaba a punto de regresar al cine, su única y gran pasión.
La última reina de Hollywood
Todo me ha sido otorgado: el físico, la fama,el amor… Pero he pagado esa suerte con un sinfín de tragedias: la muerte de un esposo yla pérdida de tantos amigos; las terribles y dolorosas enfermedades que he padecido, las adicciones y los matrimonios rotos. Elizabeth Taylor
Ninguna estrella de Hollywood tuvo unos ojos como los suyos, de un azul tan intenso que parecían violetas. Fue buena actriz, pero era demasiado guapa para que el público apreciara su talento.La suya había sido una carrera meteórica desde que se convirtiera,empujada por su madre, en la niña prodigio más admirada de su época. Debutó a los nueve años en el cine, a los doce ya era una estrella infantil que contaba con miles de fans y,antes de cumplir los treinta, se coronó como la actriz mejor pagada de Hollywood. Cuando consiguió librarse de las ataduras de la Metro Goldwyn Mayer se hizo valer en un mundo donde a las actrices las ninguneaban. Pedir un millón de dólares por interpretar a Cleopatra fue su particular venganza contra la tiranía de los estudios. «Me explotaron desde pequeña—confesó en una ocasión—, crecí aislada del mundo y cuando al fin acabó mi contrato con la Metro solo quise vivir.»
Y lo hizo con tal pasión e intensidad que su vida fue más tormentosa que la de cualquiera de los personajes que interpretó en la gran pantalla. Todo en ella tenía el exceso y el dramatismo de las rutilantes divas hollywoodenses. Se casó hasta en ocho ocasiones y tuvo las agallas de reconocer «que no le gustaba dormir sola». Con Richard Burton pasó dos veces por el altar y protagonizaron el romance más escandaloso de la historia del cine. El apuesto galés de voz seductora fue el amor de su vida, también su relación más dañina. Ni contigo ni sin ti, parecía ser su lema, y entre medias un matrimonio plagado de broncas e insultos que acababan siempre en ardientes reconciliaciones y fabulosos regalos. Las joyas eran la debilidad de la actriz, los juguetes que no tuvo en su infancia robada. Burton lo sabía y se gastó una fortuna en magníficas alhajas que nadie lucía como ella.
Liz, diminutivo que ella detestaba, vivió en el gran escenario del mundo sin ocultar sus pasiones y flaquezas. Arrastró siempre una mala salud de hierro, sufrió un sinfín de operaciones y estuvo al borde de la muerte. Cuando parecía que había tocado fondo se reinventó como empresaria de éxito y utilizó su fama para ayudar a los enfermos de sida. Pese a sus múltiples escándalos, el público que la vio caer y levantarse una y otra vez, nunca la abandonó. No hubo en el panteón de diosas una tan popular y querida como ella. Elizabeth Taylor interpretó durante casi ocho décadas su mejor papel: el de sí misma. Fue una estrella dentro y fuera de la pantalla.