La especialista y docente universitaria explicó por qué la poesía contemporánea tiende a desacralizar al poeta. El rol de la experiencia y la cercanía con el lector.
Ya no es para “brujos, magos o dioses”, dice Laura Scarano. La poesía actual admite un lector de carne y hueso, que vive en un mundo en crisis, padece sus males, sufre, se separa y va al supermercado, entre otras acciones habituales. Doctora en Letras, cofundadora del Centro de Letras Hispanoamericanas de Mar del Plata e investigadora del Conicet especializada en la poesía española contemporánea, Scarano descubrió que el español Luis García Montero encarna aquellas ideas que tienden a desacralizar al poeta y, por lógica, hacer de la poesía un objeto de lectura más accesible, más cercano.
“Me dediqué mucho a García Montero porque me parecía que era uno de los que había comenzado con el movimiento de poesía para todos en los ’80, es decir su idea era sacar un poco al poeta del Olimpo y dejar de lado un lenguaje solo para iniciados”, explicó Scarano, quien también es docente de la carrera de Letras de la facultad de Humanidades de Mar del Plata.
Montero y otros poetas, como Blas de Otero, empiezan a “hablarle al hombre común de los temas comunes, por eso se la menciona como poesía de lo cotidiano, una poesía realista, para seres normales y no para dioses, magos o brujos, que fue un poco la tradición de la poesía de vanguardia y de la poesía modernista. Influyó mucho su amistad con Joaquín Sabina. Escribió muchas letras de canciones”, repasó la académica.
Justamente, el formato de la canción fue un hábil vehículo para llevar poesía a un público que tradicionalmente no la consumía. “La relación de poesía y canción ha sido muy fuerte en España, desde la época en que Serrat comenzó en los ‘70 a musicalizar a Miguel Hernández y a Machado. Ese vínculo fue muy importante, porque la canción es una forma de poesía, con otros códigos añadidos pero son letras que llegan a mucha más gente, no es que el género (de la poesía) esté muerto, sino que ha tenido muchas variaciones”, explicó.
El estudio de la obra de estos poetas la llevó a España en varias oportunidades, desde 1993 hasta la actualidad. Santiago de Compostela, Oviedo y Granada fueron los destinos de sus cursos de doctorado, conferencias y asesorías en proyectos académicos. Y a su vez, esos viajes también le arrojaron una amistad con García Montero y su esposa, Almudena Grandes, también escritora. De hecho el poeta vino varias veces a Mar del Plata, “en 2001, 2003 y 2011”, recordó.
– ¿Qué cree que aporta su mirada de académica latinoamericana y argentina a esa poesía española?
– La tradición de lectura de poesía en España es más bien filológica. Quiere decir que se aboca al estudio del texto en sí, sin relación con problemas culturales o sociales. Es decir la visión más original que pude aportar es entender a la poesía como expresión de un momento de una cultura, donde influye mucho la historia, la trayectoria, el autor, ver cómo en el texto hay huellas y preocupaciones sociales culturales y cuando un escritor habla no habla solo por sí mismo, habla por el imaginario social y cultural y los problemas que está viviendo. Esa idea de la literatura como expresión verdaderamente de un momento cultural me parece muy importante: no hay que separar los textos de las realidades sociales en las que aparecen. García Montero me interesó porque tiene una actividad periodística y política muy importante, es uno de los fundadores de un ala de la izquierda unida que se llama Izquierda Abierta, con Ana Belén, Víctor Manuel, Joaquín Sabina. Ha estado en manifestaciones en contra de la guerra de Irak en su momento, apoyó a los indignados…
– Es un referente social.
– Es un referente político importante. Y en su obra eso se ve, se ven esas preocupaciones, no es que está desgajado de esos temas.
– ¿Y este abordaje no estaba presente en España?
– Hay miradas así pero se dan en otros géneros, en poesía no. En general en la investigación la poesía queda más relegada, porque suele presentar más problemas, es más difícil. La novela tiene menos dificultades de análisis que la poesía, porque la poesía carga una tradición medio hermética. La novela siempre está más cerca de la crónica, de la no ficción, del ensayo, de la reflexión filosófica mientras que parece que la poesía es un género solo para un grupo de entendidos. Y justamente traté de aplicar en mis libros una mirada cultural a un género que había sido visto siempre como en los altares cuasi sagrados. Y no es así, es un oficio más, es otra manera de enfrentar la historia y los temas eternos del hombre.
El amor, el cuerpo, la autoficción
– ¿Cómo califica el modo en que la poesía del siglo XX aborda el tema del amor, que es el tema por excelencia de la poesía?
– Hay una tradición interesante que viene de Cardenal, de Benedetti, de Angel Gonzalez donde la intimidad amorosa está no en oposición sino cruzada por lo social. En general la experiencia amorosa está muy vinculada a lo cotidiano, al tiempo que pasa, a sus diferentes facetas: el amor en su esplendor, el amor en disolución, el amor como ruptura, como desconsuelo, sin ser erótica hay un cuerpo que es el lugar natural para el amor, sin ser todo sentimiento abstracto. Y algo muy específico de la poesía amorosa de las últimas décadas es la temática urbana, casi todas están cruzadas por la calle, el encuentro en la calle, los lugares compartidos, los medios, el divorcio, la convivencia tras un divorcio o los hijos de otro. Estos temas no aparecían en el romanticismo. Ahora aparecen los viajes y las separaciones, el extrañarse, eso tiene que ver con la cotidianeidad y con los problemas sociales y culturales de una pareja actual.
– En una ponencia de 2008 usted habla de la experiencia, de cómo la intimidad y el cuerpo se van mezclando con la experiencia y ésta, a su vez, se refleja en el texto.
– Esa es otra línea, porque dentro del objeto poesía a mí me han interesado una serie de cuestiones. En 1991 defendí mi tesis de doctorado en Buenos Aires y estudié a los poetas que escribían contra Franco en la larga dictadura franquista de cuatro décadas. No a los exiliados sino a los que escribían clandestinamente desde España. Me preocupaba ver cómo sorteaban la censura, cómo seguían publicando a pesar de que les mutilaban los textos, cómo aparecía el tema de España, no podían hacer una denuncia directa porque si no sus libros no se editaban. Estos poetas desarrollaron una serie de procedimientos muy interesantes para ingresar no desde la ideología a favor o en contra de Franco en un objeto literario, que se había vuelto poesía de resistencia, contestataria. Por ejemplo, el autor empieza a hablar con su propio nombre, firma, los poetas empezaron a hablar de su intimidad, de su experiencia, de su cuerpo, hablaban de lo público a través de lo privado, se cambió el eje de privado versus público. Descubrieron que la intimidad es un territorio ideológico. García Montero es uno de los que rescata eso, también dice que se puede hacer política en el buen sentido no solo desde la plaza sino desde la casa, no solo desde la calle sino desde la alcoba. Y replantea las relaciones familiares, las relaciones amorosas. El concepto de experiencia tiene una larga trayectoria teórica y filosófica desde los alemanes. Es muy interesante porque este grupo de poetas empieza a hablar en los ‘80 de que su poesía es una poesía dela experiencia. Que quiere decir no copiar groseramente ni decir “hoy me levanté, fui a comprar al supermercado, mi hija lloraba…” Eso es vulgarizarlo. La idea es conectar al lector con experiencias cotidianas, con los afectos, los sentimientos, la valoración del cuerpo. Estos temas empiezan a tener importancia en tanto que son el fundamento con que pueden hablar más directamente con el lector.
– ¿Generar un acercamiento con el lector?
– Es que no es lo mismo hablarle al lector de musas y rapsodas que de la cotidianeidad en términos de poesía y de buena poesía. Hay una fusión entre lo privado y lo público, una manera de verlos imbricados. Además, la intimidad empieza a ser importante, estamos a principios de siglo: lo autobiográfico ha comenzado a inundar no solo los géneros literarios, la televisión, el cine, Facebook, hay un estallido del yo y de las preocupaciones en torno al yo y en torno al cuerpo. Hay una nueva reflexión sobre el sujeto y sobre el yo y es uno delos temas que a mí siempre me han interesado, desde el principio. Quien dice yo en ese texto y cuanto en ese yo hay de la persona individual y de todos nosotros los que compartimos esa cultura.
– ¿El yo tiene que ver con el concepto de la autoficción que aborda en su último libro?
– Este es un primer libro que se hace sobre autoficción y poesía. Se ha hablado mucho de ficción en novela, es todo un revival del yo autobiográfico. Muchos teóricos insisten en que nadie se cree que es posible escribir una autobiografía en el que uno sea absolutamente veraz y sincero. La autobiografía es una construcción, una versión que uno hace y eso llevalo a que expongan en la contratapa la palabra novela, autores que hablan en su nombre propio y de sus experiencias de vida. El autor juega con su propio yo, hay parte supuestamente referencial o verídica que es posible comprobarlo, dónde nació, con quién está casado, y episodios que inventa.
– Un procedimiento que ya usó Borges…
– Borges es el precursor. Y en poesía me interesó buscar el uso del nombre propio. Pizarnik lo hace, Baldomero Fernández Moreno, César Vallejo. Hice una antología de poetas del siglo XX de España, latinoamérica y Argentina con un estudio preliminar, sobre la cuestión teórica, porque tiene diferentes usos. Pizarnik y Borges lo hacen para crear ambigüedad. Ernesto Cardenal, Blas de Otero, García Montero intentan es todo lo contrario, usan el nombre propio como un recurso de verosimilitud para hace sentir al lector que son uno más, que este yo puede llevar el nombre de ellos o del vecino de al lado para desmitificar la figura del poeta, sin creer ingenuamente que es una trasposición biográfica, es también un juego de ficción, porque el lector cuando lee sabe que está leyendo un poema y no una carta personal. Hay convenciones macro que juegan cuando uno se acerca a un libro, y de alguna manera lo predisponen. Si voy a leer un poema se que ésto es un juego, pero hasta qué punto es un juego para desnaturalizar totalmente a ese hombre de carne y hueso o para crear un efecto de verdad en el lector, un efecto de que este es un hombre que me habla desde su propio nombre de experiencias comunes. Es un mismo recurso para distintos usos.
– Seguirá investigando el concepto de autoficción?
– Puede ser, lo que pasa es que casi lo he agotado. Empecé en el 2007. La experiencia derivó en un seminario. Es mi primer libro en el que di voz a los alumnos: está dividido en tres partes. La parte teórica, la antología con los treinta poetas y sus poemas y una tercera parte en la que cada alumno del seminario hace sus notas sobre un poeta. Estoy contenta con este libro, porque es atípico.