Un Estadio Polideportivo a pleno festejó este viernes las tres décadas de "El amor después del amor".
Paola Galano
Podría haber inundado el fondo y las paredes con recuerdos del pasado, con gigantografías en blanco y negro que mostrasen escenas de hace treinta años: sus amores, sus proyectos, sus películas, sus recitales, sus nuevos discos, más todo los que dijo, las entrevistas que dio, los lugares por los que pasó y toda la vida que entra en tres décadas. Pero no lo hizo. Prefirió llenar el escenario de colores, de tonos brillantes en degradé, siempre cambiantes y, obviamente, de música.
En Mar del Plata, en el estadio Polideportivo Islas Malvinas -tal como lo viene haciendo en diversos escenarios con El tour El Amor 30 años después del Amor- Fito Páez eligió dejar de lado la nostalgia. Levantó muros contra la melancolía. Y a contrapelo de la facilidad con la que se pega la tristeza, se despegó la oscuridad. Lo que sí hizo fue celebrar el tiempo, el paso del tiempo. Con la aceptación que enseñan los sabios.
Lo más extraordinario es que también el público -familias enteras, amigas, grupos, padres maduros con hijos adultos, padres jóvenes con adolescentes y las combinaciones que imaginen- se prendieron al juego que propuso Fito. Secaron rápido las lágrimas por algún que otro resbalón al que los condujo la música, y decidieron celebrar. Por que es cierto, “nadie nos prometió un jardín de rosas, hablamos del peligro de estar vivo”.
Fito quiso cantar las canciones de este disco -le cambió la vida, se convirtió en la banda de sonido de toda una generación y en el más vendido del rock nacional- tal como aparecieron en formato físico, en 1992. Y a ellas sumó otros hits: “Naturaleza sangre”, “Al lado del camino”, “11 y 6”, “Circo Baet”, “Ciudad de pobres corazones”, “Dar es dar” y cerró con “Mariposa Tecnicolor”.
Treinta años después, esas canciones, ese disco “ecléctico” como lo definió, siguen vibrando, generan entre magia y energía vital, entre entusiasmo por todo lo que vendrá y ganas de abrazar. Acaso ganas de abrazar al tiempo, una imperiosa necesidad de amigarse con él y de aceptar todo lo que entró en estos largos treinta años de vaivenes en nuestras vidas.
“Lo bueno que tenemos dentro es un brillante/ es una luz que no dejaré escapar jamás”, cantó un Fito juglar, cómodo con un repertorio clásico, probado y amado.
Cobertura fotográfica de Mauricio Arduin.