por Luis Tarullo
Las tres eternas semanas que tenía la CGT por delante para decidir un eventual nuevo paro contra el gobierno de Mauricio Macri ya están reducidas a dos, pero también parecen disipadas las burbujas de la efervescencia gremial.
Si bien no todo el mundo sindical estaba de acuerdo en mantener la confrontación, algunos sectores mantenían enhiesta esa postura y continuaban enarbolando contra viento y marea la idea de ratificar la pelea en el Comité Central Confederal del 25 de septiembre.
La administración Macri se dio rápidamente a la tarea de desinflar los ánimos más soliviantados, aprovechando además las rispideces internas de la CGT, y mientras fustigaba cualquier conato de confrontación públicamente, en bambalinas inició una tarea de diálogo y demolición.
Finalmente hubo reunión entre el ministro de Trabajo, Jorge Triaca Junior, y la cúpula cegetista, donde los asistentes coincidieron en que no era momento de mantener encrespadas las aguas realizando un nuevo paro general.
Varias razones acercaron las posturas de unos y otros. El contexto político enrarecido por el caso Maldonado; como siempre, promesas del gobierno a los sindicatos; el hecho de que una huelga -como en la mayoría de los casos- no cambiará demasiado las cosas; en esta ocasión estaría muy cerca de las elecciones legislativas (y aún si fuera después aún estaría teñida por las consecuencias y reacomodamientos de la contienda); la adhesión parcial que iba a tener la protesta, y, además, y quizás sobre todo, un debate caliente sobre un nuevo paro sin dudas haría estallar el triunvirato cegetista.
Además, en estas últimas horas, surgió la posibilidad de que el presidente Macri reciba a la dirigencia de la CGT.
No hay, al momento en que estas líneas son escritas, confirmación oficial de esa audiencia y, en consecuencia, mucho menos del temario. Nadie sabe entonces si habrá -si hay reunión- algún tipo de anuncio.
Pero lo concreto es que la foto del primer mandatario, de algunos de sus principales ministros y de los sindicalistas más influyentes es todo un gesto político. Lo cual se traduciría, además, en que todo sigue siendo un juego de la cinchada o un duelo de espadachines de esgrima, con visteos pero sin heridas fatales.
Los gremialistas necesitan mantener abierto los canales de diálogo y negociación con el gobierno, sobre todo por la cuestión de las obras sociales y porque quieren ser partícipes de cualquier cambio que se proyecte, especialmente en materia de flexibilidad de las normas laborales.
Sobre todo a partir de que los gremios no poseen cobijo político, pues el peronismo continúa dividido y en la búsqueda de su norte, con serias dudas todavía acerca de tener chances de volver al poder en 2019.
Y la administración, que estos días logró con mucho esfuerzo -y promesa de dinero, claro- desactivar las protestas de las organizaciones sociales piqueteras (que agrupan a sectores marginados de la economía formal y desocupados), necesita de los gremios justamente para que no se desbande el otro segmento de la sociedad, que aunque siente el rigor de los ajustes y de la retracción económica, aún se mantiene dentro de los márgenes y no se ha ido a la banquina.
Ahora bien, no podrán seguir así toda la vida. En algún momento los caminos volverán a bifurcarse. Después de las elecciones, seguramente.
Tanto en la relación entre ambas partes, como en la propia CGT, donde no hay mucho tiempo para definir la situación interna.
El triunvirato ya decidió su defunción, aunque ha logrado estirar un poco la fecha. Tiene otro desafío: encontrar al hombre que será el secretario general único. Pero hay voces en el sindicalismo que se animan a ensayar una teoría que ya fue práctica: ¿y si hay dos CGT nuevamente?
Ese sí que será otro problema, tanto para los gremialistas como para el gobierno. Pero no sería ni la primera ni quizás la última vez en la vida sindical argentina, tan afecta a las divisiones (aunque no a las sorpresas).
Para el caso de que los “muchachos”, dicen esos voceros, logren consensuar un solo secretario general, ahí sí algunos no descartan una nueva sorpresa, como la que dieron hace tres décadas: “¿Alguien conocía a Saúl Ubaldini cuando fue elegido?”, dijo uno de esos analistas que conoce la CGT por dentro desde hace casi medio siglo.
Claro que obvió algunos detalles. Será tan difícil (mejor dicho imposible) retrotraer el país al contexto en que se encontraba apenas renacida la democracia, como encontrar otro Ubaldini y, más aún, otro Lorenzo Miguel, el mentor de aquel joven que emergió con su campera de cuero del sindicato de una fábrica de levaduras de cerveza.
La historia tiene una pátina extraña. En muchas cosas no ha cambiado y se repite inexorablemente. Pero en otras cuestiones los cambios se dan más bruscamente y, por imperio de las circunstancias, las convicciones de unos y otros se adaptan a ellas. Así, los leños en llamas suelen transformarse enseguida en brasas y rápidamente van a camino a ser cenizas.
DyN.